Segunda parte de la Primavera Árabe
Puedes ver la primera parte en el siguiente enlace: ¿Qué ha sido de las Primaveras Árabes?
Egipto
La Primavera Árabe en Egipto presenta similitudes con las protestas que lograron derrocar a algunos dirigentes de los países árabes en Túnez, Libia o Yemen, ya que el líder Mubarak sufrió la misma suerte; a pesar de que el desenlace de estos hechos no ha sido tan traumático como el de Siria, ni tan esperanzador como el de Túnez.
En primer lugar, como contextualización previa, cabe resaltar que Egipto es uno de los países más poblados de África, con una población asentada en el territorio desde la antigüedad y con una economía relativamente próspera en comparación con sus vecinos del continente. Además, en cuanto a países árabes se refiere, fue el primero en normalizar relaciones con Israel en 1979, de la mano de su ex-presidente Anwar Al-Sadat. El sucesor de este gobernante, Hosni Mubarak, sin embargo será recordado por otras cuestiones. Su gestión política siguió el modelo explicado previamente en países como Túnez. Por un lado, de cara al exterior aportaba estabilidad política junto a cierto progreso económico; pero por el otro, en el interior era conocido por ser un régimen represivo que hacía uso frecuente de la brutalidad policial y dónde la corrupción era frecuente. Por lo que respecta al caso concreto de este país, lo que se puede observar es que el verdadero ostentador del poder tras las instituciones del régimen no era un partido, como en el caso de Siria, ni una familia con su entramado económico como en el de Túnez, sino las élites militares, es decir, el propio ejército.
Las protestas de la llamada Primavera Árabe estuvieron inspiradas por las manifestaciones populares tunecinas que lograron derrocar a su respectivo líder histórico, y que animaron a los egipcios a tomar el mismo camino para iniciar sus propias protestas contra el mandato de Mubarak. Las tres preocupaciones más oídas en las primeras movilizaciones del 25 de enero fueron “Libertad, justicia y dignidad humana”. Durante las posteriores semanas, las fuerzas de seguridad y el Estado fueron incapaces de frenar a las masas y como consecuencia, el 11 de febrero, Mubarak renunció a su cargo. Parecía que por fin, tras un arduo trabajo, los ciudadanos egipcios iban a poder gozar de una nueva era sin unas fuerzas militares represivas, con más libertad y un estado de derecho.
Tras un año de gobierno militar provisional, finalmente se celebraron elecciones presidenciales en 2012. De estos comicios salió vencedor Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulamanes. Hasta aquí, el proceso resultó ser muy similar al de su vecino Túnez: ciertos antecedentes históricos junto con otras causas directas – crisis económica o represión desmedida – llevan a la población a manifestarse masivamente contra su longevo mandatario, que gozaba del apoyo político exterior debido a la seguridad y estabilidad que les proporcionaba a sus aliados internacionales, hasta el punto de lograr lo aparentemente imposible y derrocarlo. De igual manera, después del fin de estos largos regímenes y de la esperada convocatoria de elecciones libres, el resultado mayoritario avaló a unos nuevos líderes de marcado carácter religioso cuyas tendencias ideológicas habían sido duramente reprimidas en las décadas anteriores. Sin embargo, la llegada de una incipiente democracia con un nuevo presidente elegido por acuerdo popular no trajo consigo todas las mejoras esperadas.Tras un año de gobierno de Morsi, apareció una nueva ola de protestas, esta vez secundadas principalmente por los partidarios de una política secular, por los ciudadanos de tendencias más liberales y por los Cristianos Coptos. La gota que colmó el vaso por segunda vez y que distingue a Egipto de otros contextos ya explicados llegó cuando los militares se unieron a estos grupos y perpetraron un golpe de Estado que destituyó a Morsi.
Tras este hecho, el jefe del ejército Abdel Fatah Al-Sisi ganó unas nuevas elecciones presidenciales en mayo de 2014, con más del 90% de los votos. Para los egipcios esto constituyó un nuevo período político demasiado parecido al anterior orden de Mubarak: hubo una vuelta a la prohibición de los Hermanos Musulmanes, que fueron designados como organización terrorista, a la redacción de una nueva Constitución y a los recortes en libertad de prensa y expresión. Las características de esta “nueva” etapa reflejan sin duda alguna una continuidad con el régimen de Mubarak: se han realizado pocos esfuerzos para iniciar un diálogo con los grupos opositores, y estos últimos han sido testigos de que la falta de tolerancia hacia la pluralidad política ha conllevado nuevamente duras formas de represión, que los empujan a practicar sus actividades de forma clandestina. De hecho, algunos activistas del país, como Hossam El-Hamalawy opinan que esta “contrarrevolución ha empujado al país a un estado todavía más opresor que el anterior”, representando de este modo una regresión o involución respecto a las expectativas sostenidas hace 10 años. De modo similar, un ciudadano que perdió a dos amigos durante las protestas confesó que ahora “la revolución parece un sueño que se desvaneció rápidamente para convertirse en la dura realidad de que nada ha cambiado”.
A día de hoy, otros retos además de los políticos asolan el país: desde la revuelta de 2011, los ingresos del turismo han disminuido significativamente, así como las inversiones extranjeras directas. Por lo tanto, la economía no se ha recuperado todavía de estos episodios y se ha visto incluso más agravada a causa de la actual crisis del Covid-19. La conclusión que podemos sacar de este breve análisis es que la “Primavera Árabe” Egipcia logró su objetivo brevemente, pese a que sus éxitos se han visto sepultados tras el mencionado golpe de Estado y el retorno a las políticas autocráticas ya conocidas por los ciudadanos. La pregunta que habría que hacerse es: ¿hasta cuándo podrá aguantar el régimen de Al-Sisi sin que sus opositores (ya sean liberales o Islamistas) o sus ciudadanos vuelvan a tomar las calles en señal de protesta y hartazgo absoluto?
Siria
Siria es uno de los países en los que, lo que empezaron como pacíficas revueltas se convirtieron en una terrible y feroz guerra civil, como es el caso de Libia o de Yemen. La primavera árabe supuso el comienzo de la guerra civil per se, y de la beligerancia máxima entre las distintas facciones en el país. Sin embargo, la inestabilidad y la tensión podía sentirse desde mucho antes.
El territorio al que hoy llamamos Siria no fue geográficamente definido como tal hasta después del acuerdo de Sykes-Picot en 1916, en el que Francia y el Reino Unido prometieron a la población árabe del golfo pérsico un gran estado árabe a cambio de su apoyo en la lucha contra el Imperio Otomano -promesa que fue intercambiada por la creación de fronteras artificiales controladas por las grandes potencias. No obstante, el deseo de un estado árabe no murió, y pocos años después de la independencia, en Siria ocupó el poder la ideología que pretendía hacer cumplir esa promesa: el Baazismo. Esta busca la unificación de los países árabes, promueve el pan-arabismo, la recuperación de la cultura perdida y aboga por el socialismo y por, muy importante también, el laicismo.
Esta corriente, en Siria encabezada por la familia Al-Assad, no gustó a los antiguos grupos de poder ligados a la doctrina religiosa. tampoco, con el tiempo, al resto de la población, debido al carácter dictatorial y totalitario que adoptó el partido Baaz de Hazef Al-Assad. De hecho, la oposición de los Hermanos Musulmanes tuvo su peor episodio en la Masacre de Hama (1982), donde sus actos de resistencia resultaron en una operación del gobierno para sofocar la insurrección sunní.«Fue una respuesta totalmente desproporcionada. Se redujeron barrios enteros a cenizas» sostuvo Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante, para BBC Mundo. «Murieron muchas personas y muy pocas eran combatientes”. Tras este episodio la tensión en Siria ha ido in crescendo, convirtiéndose el gobierno cada vez más totalitario.
Y es que, aunque en términos oficiales se considere una república semi-presidencialista democrática, el partido Baaz lleva en el poder desde 1970, presidido por la misma família. Las revueltas de los países vecinos en 2011 despertaron un deseo de revolución, sobre todo entre los sectores más jóvenes, que buscaba el establecimiento de un verdadero régimen pluralista y democrático, y la destitución de Bashar Al-Assad. Este, que en su llegada al poder en el 2000 aclamaba modernizar la Siria de su padre, hizo persistir las antiguas tácticas represivas y violentas contra sus disidentes. Además, su laxa respuesta a las crisis medioambientales causadas por las sequías entre 2006 y 2010 contribuyeron a generar un sentimiento de indignación entre la población.
Si bien las protestas, como en el resto de países, comenzaron como pacíficas manifestaciones, la respuesta del gobierno sirio fue la que las convirtió en un verdadero caos. El emblemático episodio que dio comienzo a la contundencia policial por parte del gobierno fue el arresto y la tortura de un grupo de adolescentes que pintó unos grafitis en la pared de su instituto. A partir de entonces las revueltas fueron contestadas con tiroteos y fuerza física contra los manifestantes, lo que hizo crecer el descontento popular, y con este el tamaño de las protestas. Al-Assad empezó a sacar tanques y aviones de guerra, a cortar suministros básicos en los barrios con más actividad disidente. La población, desesperada, comenzó también a alzar las armas. La guerra civil había comenzado.
Después de 10 años, sería impreciso dar por acabada la guerra cívil. En esta la población ha sufrido un gran sectarismo, que ha dejado la población dividida entre los partidarios de Al-Assad, la oposición -que cada vez ha sufrido una radicalización mayor debido a la entrada de grupos terroristas que han aprovechado el momento de desestabilización- y los kurdos. Estos últimos han tenido un rol esencial en la lucha contra el avance de grupos como el ISIS en la región, pero su fuerza como sector alternativo podría ser reducida por la creciente intención de Turquía por anexionar la región kurda en Siria.
Además, una de las consecuencias de la primavera siria y de su subsecuente guerra civil ha sido la conversión del territorio en un frente de batalla entre las potencias internacionales. Desde Irak o Rusia hasta Estados Unidos, Francia, Israel o Turquía; todas las potencias tienen, de una manera u otra, un pie puesto en Siria. Es muy probable que, hasta que esto no cambie, y Siria deje de ser un escenario proxy, el final de la guerra esté lejos de llegar.
Más fuentes:
Syria and the Arab Spring: The Role of the Domestic and External Factors’
Arab Spring as a Background of Civil War in Syria
Syria Timeline: Since the Uprising Against Assad
Yemen
El día 16 de enero en Saná, la capital de Yemen, comenzaron manifestaciones que surgieron en un primer momento como un acto de solidaridad hacia “el pueblo tunecino”. Sin embargo, más allá de esa confraternización también existía una motivación política de fondo. Por un lado, el rechazo popular a la reelección del régimen dictatorial que asolaba el país desde 1990 por parte de Ali Abdullah Saleh, y por el otro, la voluntad de reformar las leyes del país para conseguir una mayor democratización y recuperar a nivel laboral socioeconómico a un país sumido en la pobreza – tanto así que es considerado el país más pobre del mundo.
En cuanto al desarrollo de los acontecimientos, después de la manifestación del día 16, se produce otra concentración masiva el día 27 de enero en la Universidad de Saná, reclamando más democracia y la no reelección de Saleh. Esto hace que el día 2 de febrero Saleh paralice dos enmiendas constitucionales que no le permiten optar a un tercer mandato, y todo este proceso de manifestaciones y protestas se cobra a sus dos primeras vidas el 16 de febrero. Ante una situación de tal incertidumbre, Saleh llega a pedir apoyo por la televisión y su principal aliado (Hussein Abdala) incita a su derrocamiento. Este hecho impulsa que el día 1 de marzo se propaguen manifestaciones por todo el país a favor y en contra de Saleh. El 10 de Marzo Saleh declina reformar a favor de una democracia parlamentaria, hasta que el 18 de marzo se produce un ataque contra un grupo de estudiantes en Saná que provoca el “Estado de Emergencia” en el país, el día 21 Ali Mohsen (número dos del ejército) apoya a los opositores. La situación lleva a que el Consejo de Cooperación del Golfo el 21 de abril haga un llamamiento a un gobierno de coalición y unidad nacional, lo que provoca que Saleh acepte y la guerra entre las tribus y Saleh cese, hasta que por parte de las tribus del norte deciden darlo por terminado a causa de falta de mediación clara por parte del CCG.
La situación se intensifica hasta el punto que el 3 de junio se produce un bombardeo sobre el palacio real que hacen que Saleh deba viajar a Riad para ser operado de urgencia por las heridas ocasionadas, una vez que pasa por quirófano hace un llamamiento a la unidad a través de la televisión, pero aún convaleciente. El 17 de agosto los opositores crean el Consejo Nacional Interior, es entonces el 12 de septiembre cuando el partido de transición política en el gobierno acepta las condiciones del CCG y ya el 12 de septiembre Saleh delegó en su vicepresidente las funciones en traspaso de poderes. Tras la vuelta de Saleh a Saná es el 8 de octubre cuando decide dimitir pero sin dejar el poder en la oposición y no es hasta el 21 de octubre que el Consejo de Seguridad de la ONU que decide por unanimidad que Saleh dimita y ceda el poder a partir de las condiciones del CCG.
Después de 10 años el país más pobre del mundo árabe y de los más pobres del mundo se encuentra sumido en una Guerra Civil, sin un gobierno claro puesto que está dividido en dos. Además grupos terroristas como Al Qaeda o Daesh siguen estableciéndose para ocultar miembros y financiarse ilícitamente. Probablemente sea el caso con peor pronóstico cuando el conflicto termine, pero a tan lejos de verse ese horizonte la inestabilidad sigue siendo una constante y las soluciones no llegan.
Sudán
Al analizar el caso de Sudán, es inevitable establecer una comparación con la situación vivida en Argelia, tanto en 2011 como en 2019. En el país del Mashreq, pese a que la oleada de manifestaciones también tuvo presencia hace una década, la revuelta decisiva no llegó hasta hace un par de años. Vayamos por partes. Por un lado, en 2011, las movilizaciones ciudadanas fueron limitadas y consecuentemente reprimidas con facilidad en cuestión de semanas. Esto se debió a que en su momento, la oposición popular contra el gobierno Sudanés estuvo liderada casi exclusivamente por activistas jóvenes y estudiantes universitarios, con mayor arraigo en los barrios de clase media-alta. De manera similar, las protestas surgieron de nuevo – y fueron duramente reprimidas – una vez más en 2012 y 2013. Por otro lado, los expertos consideran que la verdadera “Primavera” llegó en 2019. Estas recientes protestas empezaron a causa del precio del pan y los recortes en subsidios a combustibles fósiles, pero tuvieron como causa lejana o latente el longevo mandato de Omar Al-Bashir, el presidente que gobernaba el país desde hacía alrededor de 30 años, contra quien se dirigieron las quejas. En otras palabras, a pesar del marcado carácter económico del inicio de las manifestaciones, el componente político se mantuvo, especialmente porque uno de los cánticos – al igual que en 2011 – expresados en ellas fue “La gente quiere que el régimen caiga”.
Aunque una consecuencia de estas revueltas tardías fue, en efecto, la deseada caída de Al-Bashir con ayuda de la junta militar, los ciudadanos y observadores reniegan del término “Primavera” por considerarlo demasiado optimista y simplista. En otras palabras, se podría decir que han aprendido las lecciones que dejaron las protestas de 2011 y los sudaneses no están dispuestos a cometer los mismos errores. En este sentido, el hecho que se quiere evitar a toda costa parece ser el destino tomado por Egipto. Por el momento, los Sudaneses no quieren caer en la trampa de creer que el ejército, su momentáneo aliado, vaya a ayudarlos en la transición hacia un régimen democrático más justo, y persisten en sus demandas de poner fin al control militar en política en pos de establecer un gobierno genuinamente civil.
Líbano
Si bien 2011 fue un año clave para muchos países del Mashreq, no lo fue tanto para Líbano, ya que para este las multitudinarias protestas llegaron mucho antes. Pero, antes de remontarnos en el tiempo, es importante destacar el carácter sectario de la sociedad y gobernanza libanesa.
En la región encontramos una gran diversidad de grupos étnicos y religiosos diferentes, que enfrentados entre ellos desde la unificación del territorio llevado a cabo por los otomanos y posteriormente los franceses, vieron la adaptación de un sistema sectario como la única forma de resolver sus conflictos. Desde 1926, la fecha de aprobación de su constitución, y 1989 con los Acuerdos de Taif, el poder en el Líbano ha sido dividido entre las sectas religiosas. Hasta hoy, los cargos públicos son asignados según la secta a la que pertenezcas, estando preestablecidos una cantidad concreta de cristianos, de musulmanes suníes, de musulmanes chiitas, de drusos, etc.
Este sistema ha ido creando descontento entre muchos libaneses, quienes afirman que el sistema sectario ha favorecido la transformación de grupos religiosos en grandes élites económicas y nidos de corrupción. Pero, la primera protesta popular en el nuevo milenio tubo lugar mucho antes que en 2011, en 2005, tras el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri. Miles de personas inundaron la Plaza de los Mártires acusando a Síria por su posible implicación en el asesinato, y exigiendo el fin de la influencia Siria a través de la secta chiita y de Hezbollah. Esta, la revolución Cedar, se basó en la no-violencia, y sus resultados fueron esperanzadores al principio.
No obstante, pasados unos años, la administración política libanesa seguía en condiciones muy parecidas. Es en 2011, cuando los países vecinos se alzaron por la democracia, que libaneses y libanesas volvieron a la Plaza de los Mártires para revivir las protestas de 2005, y recordar que sus demandas seguían vivas.
En los años posteriores el cambio radical seguía sin llegar. Las protestas en 2011 no llegaron a ser tan contundentes como en el resto de regiones, pero podemos ver algo más parecido a una primavera en octubre de 2019, a lo que muchos han nombrado la segunda ola de la Primavera Árabe.
Estas protestas emergieron tras el anuncio del gobierno sobre la imposición de nuevas tasas e impuestos. Si bien la causa principal fue simbólica, las multitudinarias manifestaciones respondían al agotamiento y desesperación de la población ante un sistema sectario y corrupto. Es por eso que pese a que el gobierno retiró la propuesta las protestas prevalecieron, y un sentimiento de unidad entre todos los libaneses se sintió por primera vez, aseguraba un protestante para BBC.
Después de este episodio, el gobierno presentó reformas económicas que pretendían acabar con la corrupción, pero que mantenían el sistema sectario. Estas han probado ser insuficientes, ya que después de la gran explosión en Beirut el pasado agosto de 2020, seguimos viendo una administración caótica alejada de su ciudadanía. Por el momento, los libaneses no han perdido la esperanza, y sus manifestaciones por la democracia siguen siendo un signo de que, 10 años después de la Primavera Árabe, su objetivo aún no ha sido conseguido.
Bahréin
La Primavera Árabe llega a la Monarquía del Golfo de manera singular. Bahréin es un país como otros tantos, en el que el poder se concentra bajo una élites de una rama religiosa, en este caso la suní, cuando la mayoría de su población es chií. Además y paradójicamente las mayorías chiíes del país del golfo se encuentran en una situación de desventaja en cuanto a derechos frente a las minorías suníes.
Las causas del comienzo de estas ¨Primaveras Árabes¨ en el país son similares a la de sus vecinos. Los cambios en el sistema de gobierno, además de la reclamación en la mejora de derechos fundamentales configuraban la base de las reclamaciones, además del factor religioso que anteriormente comentábamos que, en este caso, se convierte en una peculiaridad significativa.
Las primeras manifestaciones comienzan un 4 de febrero, reclamando pesquisas del cambio de sistema de gobierno, latente desde 1999 que acaban con una represión policial, que deja decenas de heridos y un muerto, aunque no es hasta el 15 de febrero que se hacen oficiales estos datos. A toda esta situación se le suma una gran carga el día 17 de febrero con centenares de heridos y decenas de muertos y, a causa de esto, el día 18 se celebra un funeral simbólico para reclamar justicia.
El día 19, los militares se retiran de la Plaza de la Perla (lugar en el que se habían estado reuniendo los manifestantes) y otra vez la sociedad civil la vuelve a tomar, reclamando un cambio político en el que chiíes y suníes puedan convivir en igualdad. Al día siguiente, se reúnen la oposición y el gobierno (la monarquía) para negociar la excarcelación de opositores (todos chiíes) y la bajada de tensión por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Todo esto provoca que el día 22 de febrero los manifestantes intentan movilizar a más del 10% de la población del país (de 700.000 habitantes), con el objetivo de derrocar al gobierno.
Las consecuencias de todo este conflicto son un gran número de manifestantes heridos y muertos, de radicalizó hasta el punto de intervención extranjera por parte de otras Monarquías del Golfo (Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos), para mediar y ayudar a la normalización de la situación, que acaba con un decreto de Ley Marcial impuesta por el rey Al Jalifa, que no hizo que cesasen las revueltas por parte de las comunidades chiíes en el país. Lo que conllevó en última instancia a un cierre perimetral del país, a una acusación de injerencia extranjera por parte de Irán, a la prohibición por parte del país de ONG´s como Reporteros Sin Fronteras.
Para concluir y llegando a nuestros días, Bahréin se disfraza de una aparente normalidad y tranquilidad, aunque la tensión sigue latente, sobre todo en la crispación existente entre las élites suníes y la población chií, que es mayoría. Pero si tuviésemos que hacer un balance de que pasará debemos ser cautos, aunque la tensión sea inminente, la injerencia iraní se encuentre presente, es cierto que desde el gobierno se han tomado medidas para securitizar y gestionar cualquier tipo de situación de crisis lo que en principio nos hacer ver que el cambio ni pudo darse ni es previsible que ocurra, al menos a corto plazo.
Análisis realizado por Bianca Carrera, Amin Lejarza y Ana Cobano.

Global Studies por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Escribo sobre acerca de política internacional y movimientos sociales en el Magreb y Oriente Próximo.