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África: territorio de imaginarios

Algunos datos como para empezar

África es en la actualidad el continente que más países posee. Es también el tercer continente en extensión, detrás de Asia y América. Presenta la tasa de crecimiento poblacional más elevada: los estudios indican que la mitad del crecimiento demográfico global de los próximos treinta años provendrá de este continente.

Pero eso no es todo: África es también un tesoro arqueológico, es sitio de los mayores y más antiguos descubrimientos en lo que a la especie humana respecta; y posee también una inmensa riqueza mineral, gracias a una particular composición del suelo que en el 96% de su superficie deja a la vista el zócalo precámbrico, escasamente cubierto de sedimentos. Incluso es hoy testigo de un proceso geológico, denominado Valle del Rift, que derivará –dentro de algunos cientos de miles de años- en la fractura del continente.

Sin embargo, África y su población han sido recurrentemente los destinatarios de numerosas construcciones elaboradas por terceros, metáforas e imaginarios que tergiversan y desdibujan una realidad que es a la vez ajena y desconocida. Les propongo un recorrido por algunos ejes principales de este fenómeno, unos teóricos y otros… no tanto.

Una otredad barbárica e incivil: la racialización de un continente

Los viajes exploratorios hacia la tierra incógnita que comenzaron en el siglo XV dieron cuenta rápidamente de la existencia –para las potencias europeas- de otras regiones en el mundo, de pueblos y sociedades que se desarrollaban en otras latitudes. A partir del siglo XVII, esa intención de conocer dio paso a la necesidad de comerciar, y abrió las puertas a una de las actividades más nefastas: el tráfico de esclavos. 

No obstante, durante los siglos XVIII y XIX y al calor de las revoluciones industriales, el desarrollo de las expediciones marítimas cambió sustancialmente: ya no se trataba de hallar nuevas tierras, sino que los viajes respondían a fines científicos. Así, la cartografía, la meteorología, la zoología y otras ciencias encontraron todo un mundo por estudiar y relevar, aunque eso no era todo. También esos viajes –característica que siempre había estado presente, con menor intensidad- respondían a fines políticos derivados directamente de las urgencias que el pujante capitalismo generaba. La búsqueda de mercados, de alianzas y sobre todo, de la expansión de los territorios coloniales marcó el rumbo a una Europa que se volcó de lleno hacia la región más próxima: África.

En este continente se desarrolló, en poco tiempo, una avanzada de exploraciones y conquistas cuyos objetivos se centraban en dos vertientes principales: por un lado, la obtención de nuevos territorios y el control de los recursos naturales. Por el otro, la búsqueda de argumentos científicos suficientes para legitimar el avance de una sociedad sobre otra. 

Así fue que en pleno auge del evolucionismo, otras ciencias como la sociología, la antropología y la geografía se volcaron hacia la búsqueda de patrones, características y leyes que intentaran explicar por qué África debía ser colonizada. El surgimiento de las figuras de Ratzel Vidal de la Blache, geógrafos de Alemania y Francia respectivamente, quienes a través de sus teorías del Espacio Vital y Dominio de Civilización explicaron (con mayor claridad en el caso del francés) –les dejo aquí y aquí el link de unos videos que desarrollan el trabajo de cada uno- la obligación de Europa de “civilizar” a aquellas regiones, atrasadas, condicionadas por su clima y su relieve, y con un desarrollo inferior. 

Pero estos geógrafos son solo un ejemplo. En un derrotero que tendría como corolario la Conferencia de Berlín, las sociedades africanas fueron deshumanizadas, disociadas y desarticuladas, convirtiéndose –salvo contadas excepciones- en meros objetos generadores de ganancias (es fundamental que lean la conceptualización elaborada por Achille Mbembe), caracterizándolos como ingenuos, incapaces y brutos, algo que las sociedades europeas, alejadas de esa distante realidad, aceptaron con naturalidad. En medio de todo eso, la aparición de la raza como construcción científica haría su aparición para justificar una diferencia: el europeo blanco, superior, organizado, intelectual; el africano negro, inferior, de escaso desarrollo cognitivo y urgido de “ayuda” para poder superar esa instancia. 

Esa dualidad entre una supuesta civilización y otra supuesta barbarie iría puliéndose con el tiempo, construyendo sujetos discursivos que afianzarían y legitimarían no sólo el colonialismo, sino además esa presunta inferioridad de los pueblos africanos y que incluso llegaría a su cénit al institucionalizarse en la Sudáfrica del apartheid.

Literatura, cine y publicidad: la consolidación del imaginario

Cuando el novelista norteamericano Edgar Rice Burroughs terminaba el primer cuento de un mítico personaje llamado Tarzán, allá por 1912 y en pleno auge de un imperialismo que poco después lanzaría al mundo a una primera guerra mundial, no hacía más que contribuir al acervo cultural del ciudadano común con un personaje pensado a la distancia y en función de lo que las exploraciones y administraciones sitas en el continente africano indicaban: un hijo de aristócratas escoceses que es criado por animales y así, pese a todas las adversidades, llega a convertirse en el rey de la selva por una supuesta ventaja intelectual y física que le daba su procedencia. Una relación escasamente disimulada de lo que las teorías vigentes buscaban demostrar.

Unos años después, el dibujante belga Georges Remi (mejor conocido como Hergé) daba origen a un reportero llamado Tintín, quien en una de sus aventuras se dedicaba a explorar un Congo Belga en el que destacaban la ingenuidad, torpeza y pereza de los africanos frente a un personaje que en ocasiones se dedicaba a “educar” a los nativos. No hace falta hacer mención a la manera en que se ilustraba la forma de hablar de los africanos. Pero sí es necesario decir que, Bélgica –que bajo el mando de Leopoldo II exterminó al 20% de la población congoleña- fue el último país colonial europeo en tener zoológicos humanos para “enseñar a la juventud” las “costumbres autóctonas” de los nativos. Y esto fue en la Exposición Universal de Bruselas, en 1958. 

Quizás como excepción aparece Josef Conrad y su “El corazón de las tinieblas”, denunciando la brutalidad del trato dispensado a los pobladores africanos. Sin embargo, la continuidad de los relatos, las películas y las propagandas en donde se estereotipaba al africano como alguien infantil e inferior al blanco occidental no cesó hasta bien entrado el siglo XX. 

De toda esta nefasta producción es necesario destacar un hecho que fue cimentándose con el tiempo, gracias a la confusión generada por la afluencia de imaginarios, leyendas y mitos que se construían de boca en boca: pensar en África como un todo. A diferencia de lo que ocurre cuando se habla de otras regiones del mundo, a este continente se lo aborda con una liviandad que refleja la circulación de una vulgata que lo presenta como algo único, como si se tratase de un solo país de idénticas características sociales y geográficas (paradójico si se piensa que es África precisamente lo contrario) al cual puede generalizárselo bajo los mismos conceptos: atraso, pobreza, enfermedades, hambre y violencia.

Esto, por increíble que parezca, no solo posee una gran vigencia actual, sino que además ha ido más allá de lo esperado: se ha convertido en un imaginario funcional para la construcción de otros nuevos, en otras partes del mundo, con la misma escasez de argumentos e ignorancia con la cual fueron erigidos los primeros.

Cuando el imaginario trasciende: más que una conclusión, un llamado de atención

Algunos días atrás cobró triste notoriedad el editorial de un diario argentino en el que su autor se refería a una porción de la provincia de Buenos Aires como “africanizada”, como un territorio inviable pero que, sin embargo, decidía los destinos electorales. 

Sin hacerse esperar, la editorial recibió numerosas críticas desde todos los ámbitos, aunque a la luz de los hechos no las suficientes, puesto que aún puede leerse libremente en la web. De esta lamentable selección de palabras nos queda una reflexión necesaria por delante.

¿Qué nos quiere decir el autor al tomar esa palabra para referirse al área más poblada de Argentina? ¿Por qué habla de africanizado e inviable? ¿Qué supuestos básicos subyacen en la mente del redactor para lanzar ese editorial sin la mínima vergüenza?

Nos sorprenderá saber (y ver) que esto no es un caso aislado. África, presentada como un todo, se ha desnaturalizado con los años y ha perdido todo tipo de connotación posible, excepto aquella que la presenta como los imaginarios construidos hace ya más de un siglo. La recurrencia a este continente –algo que incluso puede observarse en los diseños curriculares del nivel medio y superior- implica hablar de violencia, de enfermedades. Las hambrunas, las guerras intraestatales, para todo es África el ejemplo. 

Pero el problema de los imaginarios se agrava cuando el ciudadano promedio sabe que eso ocurre en África, considera aceptable trasladar esa construcción a nuevas fórmulas y (peor aún) los receptores del mensaje lo aceptan como algo natural: ¿el país, la provincia o el municipio poseen un porcentaje de sus habitantes por debajo de la línea de la pobreza? De acuerdo, entonces es aplicable decirles que parecen África. ¿Parte de la población pasa hambre? Ah, son África. ¿El territorio presenta complejidades políticas y económicas? Ok, también son África. U otro de los casos de trascendencia en Argentina: ¿hay una persona en situación de calle que duerme en un árbol? Perfecto. Le decimos el tarzán argentino y le preguntamos si va a bajar en liana. Sí, por más cruel e inverosímil que parezca.

Lo que hoy apreciamos es que el bagaje de imaginería popular se ha convertido en un peligroso constructor de sentidos, y que gran parte de los imaginarios se han separado de su significado original para ser adosados a nuevos territorios, a nuevas sociedades, como parte de una nueva construcción de significados. Pero no nos confundamos: ni África puede reducirse a cuatro variables, ni tampoco ningún territorio es africanizado por sus indicadores. Es necesario comenzar a replantearnos los significados y los significantes; nos urge deconstruir las conceptualizaciones desfasadas y desacertadas, más como obligación que como desafío.

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