El 13 de agosto de 2020 pudimos presenciar cómo Emiratos Árabes Unidos e Israel se reunían para, oficialmente y después de días de negociaciones facilitadas por Estados Unidos, normalizar relaciones diplomáticas y firmar un acuerdo de paz y cooperación. Este histórico episodio en las relaciones internacionales del siglo XXI ha desencadenado reacciones similares por todo Medio Oriente. Apenas unas semanas más tarde Bahrein se sumaba a la normalización y reconocimiento del estado israelí, e intensas reuniones con representantes de los gobiernos de Sudán y Omán nos hacen pensar que estos pueden ser los siguientes.
Esto ha supuesto un duro golpe para la población palestina, que tras décadas de ocupación de sus hogares, desprecio étnico y rechazo internacional veía en los Estados árabes una esperanza en su lucha contra el modelo de Estado único, según ellos diseñado por y para los israelíes, que ignora su presencia y demandas. El avance hacia la normalización de las relaciones diplomáticas supone olvidar las declaraciones que el presidente Netanyahu pronunció hace tan solo un año. “Hoy anuncio mi intención, después del establecimiento de un nuevo gobierno, de aplicar la soberanía israelí al Valle del Jordán y al norte del Mar Muerto”, palabras que incendiaron los telediarios en todo el mundo, y que para los palestinos significaba la pérdida casi total del poco territorio que les quedaba.
El mismo presidente estadounidense Donald Trump se congratulaba por haber facilitado y tutelado las negociaciones que llevarían a los dos países del Golfo a reconocer a Israel pese a la posible anexión en camino, diciendo que “había sembrado la paz en Medio Oriente”, insinuando que le había, incluso, hecho un favor a la población palestina. No obstante, no podemos olvidar que Netanyahu, el mismo día que salió el acuerdo de paz con Emiratos Árabes Unidos, reiteró claramente que “no había cambios en su plan de extender su soberanía”.
Este último hecho nos deja claro que para la población palestina la paz sigue siendo un futuro incierto, que parece que nunca vaya a llegar. Organizaciones no gubernamentales, plataformas de derechos humanos, e incluso organismos internacionales como la Unión Europea condenan la situación que padece el pueblo palestino. «[La anexión] tendrá consecuencias significativas en las relaciones de las que actualmente disfrutamos [la UE] con Israel. Pedimos que eviten tal paso antes de que sea demasiado tarde” declaraba Josep Borrell, Alto representante de Asuntos Exteriores y Seguridad de la Unión Europea, alertando de las posibles acciones que esta tomaría si Netanyahu no siguiera sus recomendaciones. Sin embargo, meses después y sin cambios en la estrategia del primer ministro israelí, el tablero sigue igual, y ni la Unión Europea ni nadie ha tomado acción contra tales planes; al contrario, vemos como más países le prestan su apoyo.
Pero, ¿qué hay detrás de este silencio? ¿Cómo países que tan lejos parecían estar entre ellos han podido acordar una paz que llevaba años intentándose, mientras que el problema de base sigue sin estar resuelto? No hay una respuesta única, no obstante, sí un factor crucial que puede haber tenido una influencia determinante: el mercado de la seguridad.
Desde su proclamación, Israel ha estado en un punto geográfico que ha determinado un clima beligerante constante. Su posicionamento en el corazón del mundo árabe supusó toda una provocación para sus vecinos, que con la premisa de la defensa del pueblo palestino, han atacado sus fronteras. Esto hizo que Israel pusiera todos sus recursos en mejorar el sistema militar, uno de los más avanzados y desarrollados del mundo en el momento, pero sobre todo, los mecanismos de seguridad nacional y contraterrorismo.
Al principio, esto era un mero asunto de política interior. La industria de la seguridad constituía una herramienta del propio Estado de Israel para protegerse a sí mismo del exterior, sin fines comerciales como tal. Pero todo cambió muy pronto. Aunque no sería una fecha exacta, podemos situar en los eventos del 11 de septiembre el gran despertar del mercado de la seguridad, y el auge del poder económico israelí.

Como podemos observar en el gráfico superior, la economía israelí no ha dejado de crecer, y vemos un crecimiento considerable a partir del nuevo milenio. Y es que la nueva amenaza terrorista era algo a lo que ningún Estado estaba acostumbrado. Ninguno sabía cómo controlar estos ataques imprevistos, que sin necesidad de guerras proclamadas, se producían en las grandes ciudades dejando innumerables pérdidas. Ninguno menos Israel, que ya llevaba años sometido a este fenómeno, había trabajado en estrategias de espionaje y seguridad inéditas para detectarlo, y estaba preparado para abrir su mercado a un mundo desesperado.
Hoy en día encontramos las huellas de las firmas israelíes en todos los departamentos de seguridad nacional, comisarías locales, edificios importantes, aeropuertos… En su libro ‘The Shock Doctrine’, la periodista Naomi Klein nos expone varios ejemplos:
- El reciente sistema de seguridad que emplea el Buckingham Palace (Londres), fue diseñado y construido por la importante empresa israelí Magal.
- Durante abril de 2007, agentes del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos trabajando en la frontera mejicana, fueron entrenados en cursos intensivos facilitados por Golan Group, fundado por ex-oficiales israelíes.
- Los primeros documentos de identidad inteligentes y biométricos fueron usados en las ciudades de Los Ángeles y Ohio, producidos por el gigante SuperCom.
- ELTA, empresa subsidiaria de Israel Aerospace Industries, construyó un sistema para la captación de drones en los aeropuertos, que se introdujo en 2018 en Gatwick Airport, siendo ahora comprado por muchos otros aeropuertos del mundo.
- El mismo Presidente del Parlamento Catalán, Roger Torrent, fue espiado telefónicamente a través del llamado software Pegasus de NSO Group, la polémica firma israelí de ciberinteligencia.
- Y por si fuera poco, la cadena de supermercados españoles Mercadona contrató hace unos pocos meses tecnología de reconocimiento facial diseñada por AnyVision -una firma asesorada por un ex-agente del Mossad-, para de esta manera poder identificar a los individuos con antecedentes penales relacionados con el hurto, y así prevenir el riesgo de robo en sus establecimientos.
Esto son tan solo unos ejemplos que nos permiten comprender la magnitud del lobby de la seguridad israelí, y la importancia de este en asegurar el poder del Estado judío y su posición ascendente en el tablero internacional.
No obstante, hay algo que sigue sin estar resuelto en este asunto, y es el repentino interés de las potencias árabes por negociar con Israel. A priori, podríamos pensar que el mercado de la seguridad no tiene ninguna relación, ya que estos nunca se han mostrado especialmente preocupados por elaborar una estrategia de control antiterrorista. Más, sería ingenuo y simplista pensar que el boom de la seguridad y el control de datos emergido tras los atentados de las Torres Gemelas es una mera cuestión de la lucha contra el terror. La era pos 11S se caracteriza por el miedo, una arma que muchos han aprovechado para el lucro, ya que nunca antes había sido tan fácil controlar a la población sin apenas disidencia.
Hoy en día ofrecemos todos nuestros datos a la causa de la seguridad, a veces sin, siquiera, darnos cuenta. Estos son utilizados como herramientas de análisis de mercado, estrategias de marketing empresarial o como recursos para una más efectiva propaganda electoral, lo más preocupante. Es por eso que Estados de todo el globo han optado por adquirir este tipo de servicios en los que los israelíes son pioneros, tanto para el sector privado como para el público y gubernamental en algunos casos. Los países del Golfo no iban a ser menos, y es muy posible que vean el normalizar los lazos con Israel como una oportunidad para sus empresas, y lo más peligroso, para sus fines políticos -que son ya caracterizados por el control y la alta represión, algo que tras el pacto podría acentuarse-.
Además, este pacto supone tanto para Abu Dhabi como para Manama la entrada al mundo globalizado occidental, un paso complicado debido a la implicación de los dos Estados en grandes operaciones beligerantes. Yoel Guzansky redacta para The Middle East Institute que, al menos para Emiratos Árabes Unidos “su principal objetivo es mejorar su imagen ante Capitol Hill, ya que esta se ha ido deteriorando en los últimos años por diferentes cuestiones, incluyendo su rol en la campaña saudí en Yemen, un país padeciendo lo que organizaciones humanitarias consideran ‘la peor crisis humanitaria del mundo’. Reforzando su posición en Washington, EAU espera poder ganar acceso a los más avanzados hardwares y softwares en materia de seguridad que Estados Unidos no estaba dispuesto a proveer hasta ahora, incluyendo drones armados, jets F-35 y herramientas de inteligencia”.
Este análisis nos desvela dos peligrosos factores presentes en la normalización de relaciones diplomáticas: 1. El lavado de imagen de los Estados árabes pese a intervenciones militares como la de Yemen y 2. el aumento de la presencia de políticas de seguridad basadas en la perpetuación del conflicto en vez de buscar la paz, de la mano de medidas de control de población.
Pero, a lo que más atención debemos prestar es al modelo económico que permite dar lugar a estos serios factores. “Desde una perspectiva política y social, no obstante, Israel debería servirnos como algo más: una severa advertencia. El hecho de que Israel continúe disfrutando de prosperidad exponencial, incluso mientras hace la guerra contra sus vecinos y aumenta la brutalidad en los territorios ocupados, demuestra cuán peligroso es construir una economía basada en la premisa de la guerra constante y la intensificación de los desastres” comentaba Klein en su obra, antes citada. Como bien explica, el Estado de Israel ha enseñado al mundo a cómo hacer del terror y el caos algo rentable.
Es por eso mismo que la era de la normalización de relaciones diplomáticas y comerciales en el escenario árabe ha venido para quedarse, al menos hasta que el sistema económico actual no ponga frenos al fenómeno que acabamos de analizar, y por ende, al conflicto constante. Es cierto que las negociaciones entre ambos bandos son importantes y necesarias; sin embargo, estas no podrán estar dentro del marco de los derechos humanos si la población palestina -a la que concierne el asunto- no es consultada y respetada, ni si se sigue utilizando la guerra, el terrorismo o el miedo como mercado comercial. A menos que la seguridad deje de ser un negocio, la paz mundial estará lejos de ser conseguida.
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Internacionalista. Dedico mi tiempo al activismo interseccional a favor de todo tipo de derechos sociales. Hace un año empecé mi trayectoria profesional con una investigación sobre el conflicto kurdo, paso que me llevó a estudiar meticulosamente las situaciones de los pueblos en Oriente Medio y África, donde espero poder especializarme en el futuro. Colaboro, además de, con Relaciónateypunto, con Puerta de África.