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Qué es la Felicidad Interior Bruta

Acostumbrados a asociar el producto interior a cuestiones de carácter puramente económicas, resulta difícil relacionarlo con la palabra ‘felicidad’. Viajemos a un país que ha aparecido en el mapa por promocionar este concepto a nivel internacional y que presume de ser líder en esta materia: Bután, una desconocida monarquía en el centro de Asia de la que conocemos muy poco, o incluso nada. Un país que no es el primer lugar que se te pasaría por la cabeza si tuvieses que elegir donde irte de vacaciones, pero seguramente lo pondrías en la lista de naciones más exóticas. Cualquier persona que quiera aterrizar en este país debe hacerlo en su único aeropuerto internacional, famoso por contar con una de las pistas de aterrizaje más duras y que sólo unos pocos pilotos especializados son capaces de dominar, ya que el viento y las montañas del Himalaya hacen que se necesite una precisión muy exacta para tocar tierra. Toda una experiencia. 

La visita a Bután debe empezar en su capital, Timbu, la mayor ciudad del país es el punto de llegada para la limitada cantidad de turistas que visitan esta joya escondida anualmente, las fuentes oficiales justifican el cupo para preservar la naturaleza, muy importante para esta población. Timbu tiene un aspecto muy distinto al que te puedes encontrar en las áreas más rurales y, define un poco el paradigma en el que se encuentra esta nación, que combate entre dos formas de definirse, por un lado, la modernidad y en el otro, la tradición identitaria. Si uno pasea por las calles de esta ciudad, lo primero que observará es la vestimenta tradicional de la población, de obligatorio uso desde primera hora de la mañana hasta las 6 de la tarde; o por ejemplo, que aquí no existen los semáforos, ya que los consideran una influencia exterior.

Cuando yo era joven comíamos todos juntos y hablábamos, hoy mi mujer prefiere ver la novela y los niños el fútbol.

Este es uno de los grandes debates en la sociedad de la capital, que vio llegar en 1999, por primera vez, el televisor, y al poco tiempo, sin avisar, llegaría Internet y las primeras discotecas a la ciudad. 

Si uno quiere alejarse de la capital para buscar la Bután más profunda, debe ir en primer lugar a ‘El nido del tigre’, que se encuentra a 3 horas andando. Aquí cuenta la leyenda que llegaría Padmasambhava, uno de los personajes esenciales para comprender el budismo tibetano, nada menos que a lomos de una tigresa para meditar. Todo un punto de encuentro para turistas que refleja la espiritualidad de un país que, aún hoy, se divide entre dos formas de poder, la que les gusta denominar como eterna, es decir, religiosa, y por supuesto, la monárquica, de la que hablaremos más tarde.

Más allá de este monumento, y ciertos puntos de interés en la capital, la vida en Bután debe entenderse desde el punto de vista local, que se encuentra en esas zonas donde las carreteras e infraestructuras no llegan, pero sí la educación, que es accesible a todo el país por decisión del monarca. Los niños butaneses aprenden en los colegios rurales sobre el término que me ha llevado a escribir este artículo, la Felicidad Interna Bruta, es decir, la felicidad por encima del Producto Interior Bruto. Esta expresión, que desde el punto de vista occidental nos puede hacer gracia, se ha convertido en la frase de un país para promocionarse al exterior. El indicador FIB, o Felicidad Interior Bruta, no tiene una definición cuantitativa, es una condición cualitativa que califica el bienestar y la felicidad. Sin embargo, este país, que hasta hace unos años estaba aislado, funciona y hace que las tradiciones, e incluso la alegría, perduren en las miradas de los butaneses.

Su monarca, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, es el actual rey del país desde el año 2009, cuando su padre decidió de forma sorprendente abdicar. Este joven ha dado un nuevo rumbo a Bután, sus estudios en Relaciones Internacionales y la forma en la que se dirige al pueblo lo han llevado a un crecimiento en su popularidad. Aunque también ha buscado una visión aperturista, teniendo presente uno de los grandes retos, intentar no perder la identidad. Uno de los hechos más sorprendentes es que, al contrario de su padre, el actual monarca ha renunciado a la poligamia y ha permitido la celebración de elecciones, eso sí, con una democracia muy especial que viene de arriba a abajo y sobre la que, todavía, sus habitantes no comprenden muy bien el funcionamiento. El monarca afirmó: yo no puedo asegurar las buenas intenciones de futuros reyes. Sin embargo, la población, en su mayoría, decidió en aquella primera vez votando, dar la victoria al partido que más agrada al rey, aunque se debe decir, en favor de este, que las elecciones tuvieron lugar con supervisión de la comunidad internacional. 

Las sucesivas votaciones han venido dadas por un mismo dilema: qué debe prevalecer, ¿la felicidad o el progreso? Esta primera se asocia a la identidad, las raíces, muy típico en las aldeas, sin embargo, en las zonas urbanas, se decantan por el progreso, que viene asociado a la democracia. Bután parece tener claro que, si avanzan hacia una apertura, lo quieren hacer a su ritmo, siguiendo sus propias reglas y sin que nadie se involucre.

Este índice de felicidad sigue estando presente en las áreas donde el campo predomina, aquí las tradiciones se mantienen, sin embargo, la mujer juega un papel de empoderamiento, ya que es la principal responsable de llevar el alimento al hogar, que en su mayoría viene de origen vegetal. Mientras que los hombres usan el tiro de arco a larga distancia como entretenimiento, aunque sólo algunos de ellos han conseguido un arco extranjero, los otros usan el tradicional, que es mucho menos sofisticado, pero tiene mucho más encanto . La vida transcurre en paz en estas zonas, donde las enseñanzas tradicionales budistas reinan día a día, y aquí, al contrario que en las ciudades, sólo cuentan con un televisor por vecindario, aunque no son pocos los que rechazan su uso. 

No todo es calma en este pequeño país que mira al Himalaya, estas ganas de preservar la identidad han derivado en un nacionalismo férreo, por el que únicamente una forma de entender la vida es bienvenida y se refuerza la, denominada por ellos mismos como, identidad nacional. A finales de la década de 1980 el gobierno butanés comenzó a aplicar la campaña Una nación, un pueblo, echando del país y dejando como apátridas a los lhotshampas, un pueblo de habla mayoritaria nepalí, país vecino, donde renunciaban a cualquier reclamación sobre sus hogares y tierra natal. La campaña de «butanización» se había convertido en acosos, detenciones y el incendio de los hogares de este grupo. Sin embargo, la comunidad internacional mira para otro lado, y parece no tener ganas de meterse en este asunto, que muy pocas veces es hablado en los medios de comunicación internacionales. 

La globalización entra en Bután para bien y para mal, no lleva consigo un aumento de la violencia, pero está modificando tradiciones y valores. Esa Felicidad Interna Bruta se encuentra en fragilidad ante la llegada de costumbres extranjeras. Esta nación, como muchas otras en todo el mundo, debe enfrentarse a esa disputa entre identidad y globalización, en la que parece que esta última va ganando la batalla y como en muchas partes del mundo, modificando las costumbres y la sociedad. ¿Pueden ambas convivir? ¿Es posible una globalización que no destruya las tradiciones? ¿Qué va a pasar con los lhotshampas? 

Todas estas preguntas son las que marcarán el futuro de este país, que se empieza a vender a nivel internacional como un lugar exótico, pero que cada vez lo es menos ante una apertura amada y criticada. Bután es un reflejo del propio mundo, que cambia a toda velocidad y donde muchos se sienten desamparados.  ¿Se logrará ese equilibrio? Sólo el tiempo y las decisiones de su monarca nos lo dirán.

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