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Los efectos globales de la sociedad de consumo

La pandemia del COVID-19 ha modificado, indudablemente, los patrones de consumo; los puntos de venta físicos se han visto superados por las plataformas digitales y las compras compulsivas se han incrementado debido a la ansiedad y depresión generadas por el confinamiento. No obstante, esta situación, inicialmente, tuvo un efecto positivo: la reducción de las emisiones globales diarias de dióxido de carbono (CO2) en un 17%, que, sin embargo, no ha perdurado en el tiempo, pues, al reanudarse las actividades productivas, los niveles de contaminación se regularizaron.

Pese a este respiro ecológico, la demanda anual de recursos de los países continúa superando la capacidad de regeneración del planeta. El escenario actual ejemplifica la necesidad de concienciación ambiental y de repensar la economía. El modelo capitalista ha consolidado la cultura del consumo como base de su crecimiento y regeneración; desde hace décadas nos encontramos en una sociedad en la que se desdibuja la línea entre consumidor y mercancía.

¿Qué es una sociedad de consumo?

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman la describe en sus obras Vida de consumo y Trabajo, consumismo y nuevos pobres como una red de relaciones humanas en la que tiene lugar la dinámica potencial entre el consumidor y su objeto de consumo. Se caracteriza por reflejarse en las interacciones humanas, de manera que en el mercado de trabajo, el ser humano pasa a ser un bien cuya finalidad es ser adquirido; nadie puede ser consumidor sin antes ser consumible.

Para Bauman, el consumismo es un acuerdo social que resulta de la reconversión de los deseos, ganas o anhelos humanos (si se quiere neutrales respecto del sistema) en la principal fuerza de impulso y de operaciones de la sociedad. Señala que el paso de una sociedad de productores a una de consumidores fue acelerado por la desregulación y la privatización como consecuencias económicas del Estado benefactor, que transformaron al trabajo en un producto.

El ser humano tiende al consumismo debido a su naturaleza hedonista que lo orilla a buscar la satisfacción personal. Por ende, la sociedad de consumo promete complacencia a los individuos que la conforman. Sin embargo, para que ésta no alcance su límite, las necesidades deben permanecer parcialmente insatisfechas y sólo se les debe proporcionar gratificación a corto plazo.

Este ciclo vicioso ocasiona sentimientos de inconformismo, depresión y ansiedad que terminan por resquebrajar los vínculos sociales. La cultura capitalista, además de fomentar la cultura del hustle, que busca la constante productividad de los individuos, también se apodera del tiempo libre; ha convertido al ocio en la fuente de ganancia de la industria del entretenimiento.

Los productos y servicios ofrecidos por las empresas se vuelven cada vez más efímeros. El fast fashion o moda desechable es uno de los principales ejemplos de un proceso de producción masiva a bajo costo que desde hace décadas se ha popularizado bajo la premisa de la comercialización de vestimenta económicamente accesible. No obstante, este tipo de cadenas de producción vienen con graves consecuencias ambientales y explotación laboral.

Ver: Estos son los terribles efectos que la industria del fast fashion deja en el medio ambiente

Las empresas orientan sus estrategias de marketing hacia la creación de necesidades, en lugar de hacia la satisfacción de las mismas, por lo que el sentimiento de vacío cuando no se consume es cada vez más grande. Asimismo, la especialización de los sectores productivos debería indicar una mejora en las técnicas de manufactura, pero cuando la finalidad es la ganancia, la calidad deja de ser prioridad.

Obsolescencia programada

La construcción social del valor simbólico de los objetos otorga confianza a las marcas de que aunque su producto sea de poca durabilidad, los consumidores lo volverán a demandar. La obsolescencia programada es el mecanismo de diseño con el que los fabricantes se aseguran de que la vida útil de un producto sea menor, a pesar de no haber atravesado un desgaste lógico.

Esta estrategia planificada ha llegado a ser considerada un delito en Francia, en donde es necesario que los productos pasen por un proceso que establezca estándares de medición, prueba y verificación para garantizar durabilidad. De manera similar, en 2016, Ecuador aprobó una ley que sanciona el comercio de bienes con obsolescencia programada. Sin embargo, a pesar de que se trata de una práctica comercial deshonesta, no existe una legislación que la penalice en el resto de los países. 

El economista y sociólogo estadounidense, Vance Packard, señala en su obra The Waste Makers que existen tres tipos de obsolescencia programada:

  • Obsolescencia de deseo: la cultura del consumo demuestra su efecto psicológico al hacer creer al comprador que su producto ya no es tendencia.
  • Obsolescencia de función: la innovación genera nuevos productos actualizados y más útiles con respecto a su versión anterior.
  • Obsolescencia de calidad: este es el tipo que fácilmente podría ser clasificado como delito, puesto que intencionalmente se diseña el producto con un mal funcionamiento.

Esta situación genera un incremento de desechos, especialmente de productos electrónicos, que contienen componentes nocivos para el ser humano y el medio ambiente. Las computadoras, teléfonos celulares, electrodomésticos y demás productos están compuestos por mercurio, plomo y cadmio, entre otras sustancias dañinas; entonces, ¿a dónde van estos residuos?

La dinámica entre naciones

Es en este punto cuando la teoría del sistema-mundo del sociólogo, economista e historiador estadounidense, Immanuel Wallerstein, cobra especial relevancia. Este enfoque analiza las relaciones políticas, económicas y socioculturales entre las naciones de tal manera que describe la existencia de un centro conformado por los países industrializados, una semiperiferia con un nivel medio de autonomía y una periferia subordinada a las dos primeras.

Esta última es la encargada de proporcionar materia prima y mano de obra barata a los países semiperiféricos y centrales. Para las empresas capitalistas de los países avanzados es conveniente optar por la deslocalización de la producción, es decir, les resulta más beneficioso en términos económicos y políticos trasladar sus centros productivos a países periféricos en los que los costes de producción son menores, al igual que las restricciones ambientales.

Por consiguiente, hablamos de un proceso de manufactura que, además de estar asociado con la explotación laboral, genera una gran cantidad de desechos en las zonas subdesarrolladas en las que se lleva a cabo. De esta manera, los países centrales obtienen el producto terminado listo para generar ganancias y se desentienden de las condiciones precarias de trabajo y de la contaminación ambiental.

Los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) terminan por ser aglomerados en países asiáticos y africanos como Ghana, en donde se acumula la mayor cantidad de productos inservibles provenientes de países industrializados. Pese al hecho de que la Unión Europea prohibió el envío de desechos electrónicos a terceros países en 1989 debido a los acuerdos del Congreso de Basilea, el tráfico ilegal de basura sigue vigente y, aunque la recolección de metales representa un medio de subsistencia para la población, la contaminación en Ghana supera hasta en cien veces los niveles de contaminación permitidos internacionalmente.

Ver: El vertedero de RAEE de Ghana, el sitio más contaminado del mundo

Ante esta situación, el gobierno ghanés comenzó a tomar medidas en 2016, especialmente en zonas como Agbogblohsie, un suburbio en la capital del país (Accra), que se ha convertido en el vertedero de los países industrializados. Otro de los países gravemente afectados es Nigeria, en donde llegan a parar cada año 71,000 toneladas de desechos provenientes de Estados Unidos, Europa y Asia, lo equivalente a más de seis veces el peso de la torre Eiffel.

Ver: Hasta un 90% de los residuos electrónicos generados en el mundo se gestionan de forma ilegal

A pesar de que países como China, México e India cuentan con legislaciones más estrictas en cuanto a niveles de contaminación que los países africanos, la Organización Internacional de Policía Criminal (INTERPOL) también ha rastreado las rutas de envío ilegal de RAEE a estas zonas. Estados Unidos es el principal productor de estos desechos electrónicos, sin embargo, entre el 10 y 50% es exportado; una práctica que los libera de los costos de cumplir con las políticas ambientales

Esta problemática representa una amenaza para la seguridad ambiental mundial que debe ser atendida de manera conjunta por la comunidad internacional. Los países subdesarrollados deben establecer legislaciones que prohíban la importación de desechos para evitar que la población se exponga a contaminantes residuales. Por su lado, los países industrializados deben gestionar su producción excesiva e implementar políticas ambientales de reciclaje más estrictas.

El manejo inadecuado de los residuos genera gases de efecto invernadero y exacerba el cambio climático, lo que contribuye al aumento del nivel del mar y de la intensidad de las sequías. Todos estos efectos son sumamente perjudiciales para las actividades económicas de los países. En 2018 se produjeron 50 millones de toneladas de RAEE en todo el mundo, y se estima que en treinta años esta cifra se incrementará en un 240% si no se adoptan medidas para contrarrestarlo.

Capitalismo y el mito del progreso

El sistema económico capitalista adjudica el progreso al desarrollo de los medios de producción, con lo que se logra reducir el tiempo necesario para crear mercancías e incrementar la riqueza material. Este llamado “progreso” no contempla plenamente el bienestar social; únicamente se traduce en la acumulación de capital sin atender a la devastación que genera.

Dentro de las consecuencias devastadoras de este tipo de economía se encuentran el cambio climático y la destrucción de la biodiversidad, que no pueden ni deben ser catalogadas únicamente como fallas del mercado. Los Estados establecen límites de umbrales máximos para la contaminación que pueden generar las empresas, aplican impuestos unitarios que éstas deben pagar y exigen que los estándares se adapten a las licencias de contaminación. No obstante, todas estas medidas no previenen la contaminación, sino que la aceptan como una externalidad negativa.

El potencial destructivo de un progreso basado en la ganancia lo hacen insostenible a largo plazo; se debe repensar el enfoque de las políticas económicas y ambientales para contemplar un sistema de reproducción social que busque el equilibrio entre la fuerza productiva técnica y la natural. El eco capitalismo o capitalismo verde ha sido impulsado mediante acuerdos como el Protocolo de Kioto, sin embargo, se basan en políticas neoliberales que profundizan la desigualdad entre el centro y la periferia, a la vez que sólo constituyen una solución a corto plazo.

Consideraciones finales

Existen movimientos con enfoque social como el consumerismo, que se diferencía del consumismo porque defiende los derechos del consumidor a conocer el origen y las repercusiones del producto que planea adquirir, también fomenta el consumo ético y responsable. Sin embargo, el sistema económico en sí mismo se compone de instituciones que promueven el consumismo: las compras a plazo, los préstamos al consumo, la publicidad y el marketing.

El consumo es parte de la noción capitalista de progreso social y económico. La suma de los bienes de una persona no sólo representa su prosperidad económica sino también su seguridad social. Esto es expresado a través de indicadores económicos como el Producto Interior Bruto (PIB) y PIB per cápita, que también tienen como finalidad ser indicadores de bienestar, a pesar de que éstos no toman en cuenta los costos sociales ni medioambientales y sólo se encargan de contabilizar la riqueza material de los países.

Las tendencias del momento que incrementan o disminuyen la demanda están directamente influidas por las redes sociodigitales, que trabajan en colaboración con las grandes corporaciones. De igual manera, las estrategias de marketing se encargan de crear demanda de productos ofertados por estas empresas. Tener más se traduce en estar mejor, pero, ¿de qué calidad son los objetos que poseemos? ¿Cuáles son las consecuencias de su producción? Y, ante una sociedad de consumo subordinada, ¿qué tanta autonomía nos queda como consumidores?

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