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¿Existe una identidad mediterránea?

A lo largo de la historia, los pueblos siempre han necesitado mirar al agua, y navegar sobre mares y océanos por diversos motivos, saliendo así de sus zonas de confort. El mar ha sido siempre un lugar de inspiración para románticos, surcando las olas y buscando un destino, quizás porque incluso en los momentos más difíciles, nos ha tocado remar y salir adelante. 

Si me preguntan qué significa para mí el Mediterraneo, lo asocio con todos aquellos momentos felices, los cuales suelen estar ligados al período estival; ya que, pese a haber nacido a las orillas del cantábrico, siento la belleza del Mare Nostrum como parte de mí. Asomarse a su orilla es siempre sinónimo de recuerdos preciosos. 

La civilización griega y el mar mediterráneo

Este texto va para todos los que sienten como suya esa identidad que ahora desgraciadamente vemos alejarse con la tristeza de esta pandemia. Hoy hablo de los abrazos, las sonrisas, las terrazas y ese olor que te transporta a cualquiera de sus rincones. Siendo conciso, simplemente este artículo es un recuerdo de nuestros momentos más felices, y los de tantos pueblos que han sabido darle historia a este mar, el inigualable Mediterráneo. 

¿El proceso de Barcelona?

Como bien he dicho en esta breve introducción, nuestro mar es el reflejo de la historia.  La opinión pública tiene un sentimiento de arraigo hacia la cultura mediterránea, sintiéndose parte de una misma forma de ver la vida. Esa sensación de coexistencia de una forma de comportarse similar a la nuestra, hace que resulte más sencillo, o al menos que nos sintamos más cómodos a la hora de comunicarnos. No podemos olvidarnos nunca que los pueblos están formados por personas. Al igual que los individuos tenemos más cercanía con unos que con otros porque compartimos x cuestiones, con las naciones pasa exactamente lo mismo. Es por eso que siempre me gusta hablar de esa cultura e identidad que hace a un pueblo expresarse de una manera u otra al llevar a cabo sus relaciones. Los Estados, junto a sus amistades o enemistades, seguramente  vienen determinadas por una construcción compleja que nunca debe ser simplificada, porque caeríamos en uno de los errores más grandes que suele tener la humanidad.  Esa construcción tiene una base en la propia historia, pero también en cada uno de los individuos que la componemos. Desgraciadamente no todo ha sido felicidad en la costa, y algunas veces esa imagen tan idílica se ha visto empañada por el lado más cruel del ser humano. El cambio climático y las crisis de refugiados son la dura imagen de una triste realidad.

Fue en un contexto donde la Unión Europea se estaba haciendo cada vez más fuerte cuando se dio paso a lo que conocemos como ‘Proceso de Barcelona’, que ocurría 3 años después de que la capital condal fuese la sede de los Juegos Olímpicos.  Este proceso que sería el preámbulo a lo que muchos años más tarde se llamaría ‘Unión por el Mediterráneo’, aunque antes de esta firma en la capital catalana, ya había visto un interés desde las principales instituciones de la CEE por reforzar esta figura con la adhesión de España y otros países de la cuenca. 

Los inicios de los años 90 estuvieron marcados de novedades en lo que respecta a la política internacional. Mientras que en Europa occidental celebramos la llegada del tratado de Maastricht, el cual parecía otorgarle al proyecto europeo una proyección política mientras los Balcanes lloraban las consecuencias de unas guerras devastadoras. Sin embargo, hubo quienes pensaron que para evitar males mayores en otras zonas, era de vital importancia avanzar hacia un reforzamiento de la seguridad, que debería venir dada por el auge del multilateralismo para buscar los entendimientos y la cooperación. La Declaración de Barcelona, aprobada el 28 de noviembre de 1995 entre los 15 países miembros de la UE y 12 países mediterráneos, se considera el “punto culminante” del multilateralismo.

Poco se habla de las esperanzas que este proceso trajo consigo. Sería un poco hipócrita por mi parte si no dijera que un sistema económico como el liberalismo reinó, pero eso poco importó cuando se pudo ver en la misma mesa sentados y con un compromiso común a palestinos e israelíes o a turcos y griegos. Los integrantes fueron 15 países de la UE y 12 países del sur del Mediterráneo. La sensación de que pese a todo lo que estaba pasando no muy lejos, la calma que podía reinar en el “medio de las tierras”, traía cierta sensación consigo de que todo había sido resuelto y que ahora sólo tocaría la celebración. El paso del  tiempo nos enseñaría que los procesos son eso: procesos; y no traen consigo un cumplimiento de los objetivos de forma inmediata, pero sí unas líneas a seguir de cara al futuro. 

Estas líneas se mantendrían, con no pocos problemas, hasta que en 2008 con la llegada de la crisis económica, se quiso dar un paso más; y ese Proceso de Barcelona pasó a convertirse en La Unión por el Mediterraneo (UpM), con el objetivo de potenciar la integración y cohesión regional. 42 países son parte de esta asociación;pero no, no están ustedes equivocados, ya que no hay tantos países que miren hacia el Mediterraneo, pero al final las orillas poco importaron; y es que Alemania se opuso rotundamente a un organismo que incluyera sólo los miembros mediterráneos de la UE, algo que interpretaba como un intento de Francia de recuperar su hegemonía en la ribera sur. Desgraciadamente, hubo alguno que otro que tuvo que dejar esta idea común que brinda paz y estabilidad. Syria todavía sufre las consecuencias de una guerra civil tras la Primavera Arabe, la cual azotaría a todo Oriente Medio para bien y para mal. 

La cooperación mediterránea funciona como un apoyo a la política de vecindad de la UE y eso funciona o no a su favor, ya que por un lado fomenta la cooperación, y por otro, hay una ralentización de la propia asociación, porque depende en buena parte de las decisiones que quiera ir manejando la Comisión Europea y no de un verdadero interés común. No fue hasta 2011 cuando se plantearon las principales áreas de acción: el desarrollo empresarial; la educación superior y la investigación; los asuntos sociales y civiles; la energía y la acción por el clima; el transporte y el desarrollo urbano; el agua y el medio ambiente.

¿Cuál debería ser el rumbo a seguir?

La UE tiene que aprovechar este mecanismo del que forma parte para acercar a ella toda su vecindad, buscando un papel relevante en la región. Se necesita para conseguir esto, que se construya una cooperación que no únicamente se entienda desde la visión de unos pocos países, sino más bien con enfoques y perspectivas distintas según el país y la situación en cuestión. 

La estabilidad en el Mediterraneo debe ser prioridad absoluta de la UE ya que en este mar se encuentra la frontera sur con el continente africano, y una zona de altos intereses geoestratégicos donde numerosos sujetos con intereses geopolíticos se enfrentan. Lo que no se puede tolerar, ni los ciudadanos quieren ver, son los cientos de refugiados que han muerto en la costa buscando una vida mejor y donde no hay una reacción conjunta de toda la unión, más cuando cuentan con un foro como este para el diálogo específico. 

Una buena política de vecindad muestra una imagen de mayor unidad; y, por lo tanto, mejora la imagen de la UE como superpotencia cohesionada, ya que puede afrontar unida  los grandes retos que le puede deparar un futuro que no parece sencillo. 

Quiero aprovechar este artículo para lanzar una baza a favor de la cultura mediterránea, que con esta crisis sufre enormemente al verse tocado uno de sus puntos más fuertes: las relaciones personales y la calidez. Estoy seguro que si hemos logrado mantener esta vitalidad durante varios siglos, podremos recuperarla y volveremos a ver esas sonrisas que tan propias son de cada uno de nosotros. No hay tema que más me guste tratar que las identidades, y hoy he querido hablar de una parte de nosotros que nos hace orgullosos:  nuestra identidad mediterránea

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