Un breve viaje en el tiempo: Desde George W. Bush a Donald Trump
Si echamos la vista atrás un par de décadas podemos presenciar la inestabilidad que ha caracterizado las relaciones entre estas dos potencias económicas. Mientras que George W. Bush y Barack Obama decidieron liderar las relaciones sino-americanas bajo un enfoque generalmente optimista, percibiendo a China como un desafío económico y normativo y llegando a conseguir significativos niveles de cooperación en términos comerciales, financieros y de seguridad – sobre todo en la lucha contra el terrorismo –, la llegada al poder de Donald Trump cambió el rumbo de los acontecimientos, deteriorando estas relaciones hasta el punto de causar lo que algunos observadores políticos llaman una “Nueva Guerra Fría”.
Bajo el mandato de Barack Obama, la región del este de Asia se presentaba como una oportunidad que beneficiaría a ambos países en términos económicos y comerciales, y es por eso por lo que decidió “pivotar” gran parte de su política exterior hacia esta región. Siendo el mayor pilar de esta iniciativa el llamado Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP en inglés). Un tratado firmado en febrero de 2016 por 12 países representando alrededor del 40% de la economía mundial. No obstante, la estrategia llevada a cabo por la Administración del presidente demócrata fue categorizada en ocasiones como polémica, acusándola incluso de ser “el mayor error de la política exterior del presidente”. Resultando en un empeoramiento de las tensiones existentes en la región Asia-Pacífico y dejando desatendidas crisis emergentes en Oriente Medio y Europa – estas últimas en relación con la creciente crisis migratoria.
Para saber más: The pivot to Asia was Obama´s biggest mistake
No obstante, si las relaciones sino-americanas no estaban en su mejor momento bajo la presidencia de Barack Obama, con la llegada del presidente Trump al poder la estrategia en la región cambió drásticamente. China comenzó a ser vista como una amenaza existencial para los Estados Unidos, como se refleja en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, y se giró progresivamente hacia una política más agresiva. Es más, durante los primeros 100 días de su mandato, Estados Unidos fue retirado del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica bajo el pretexto político de llevar a cabo relaciones bilaterales que fuesen más beneficiosas para el país.
Seguidamente, a principios de enero de 2018, el gobierno de Trump aprobó una serie de aranceles a paneles solares y lavadoras residenciales importadas en su mayoría por el gigante asiático. Unos aranceles que supondrían alrededor del 30% y 20%, respectivamente, y que irían disminuyendo de manera progresiva con el paso de los años.
Ver: Trump impone arancel de 30% a placas solares importadas
Asimismo, Mike Pence – vicepresidente de la Administración Republicana – acusó públicamente a China del empleo de “herramientas políticas, económicas y militares, así como de propaganda, para ampliar su influencia”. Generando una serie de acontecimientos que fueron escalando progresivamente las tensiones sino-americanas, actuando de precedentes de la guerra comercial y tecnológica que se desató posteriormente con Pekín. Una guerra caracterizada por el aumento de las tasas a productos importados de China y la puesta en marcha de una serie de restricciones a la compañía china de red 5G Huawei.
A pesar de que estas restricciones fueron públicamente justificadas por la Administración de Trump bajo el pretexto de las violaciones de derechos humanos y explotación de mano de obra Uigur en la provincia china de Xinjiang, el presidente de los Estados Unidos reveló al mismo tiempo otra posible causa de las medidas impartidas: la rivalidad existente entre ambas superpotencias por la supremacía en los campos científico y tecnológico. Y por si no fuera suficiente, para mayo de 2020, debido al brote global de Covid-19, las relaciones entre ambos países se encontraban al borde del colapso. Cada bando reuniendo aliados e intentando culpar al otro por el origen y gestión de la enfermedad. Sin mencionar la puesta en marcha de la llamada Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong aprobada el pasado mes de junio por el Partido Comunista Chino. Una ley que ha sido gravemente contestada por el gobierno de Trump, imponiendo como respuesta restricciones en la gestión de visados y límites a la exportación de tecnologías de defensa.
Un Proyecto de Ley y un nuevo presidente de los Estados Unidos
Siguiendo la línea de actuación de la Administración de Trump es posible encontrar cierta semejanza con la escuela de pensamiento realista de las relaciones internacionales. Esta corriente de pensamiento explica las relaciones internacionales en términos de poder (lo que se conoce en inglés como power politics). Y, en la actualidad, se podría decir que ambos países son vistos como rivales en términos de seguridad y geoestrategia. Dando lugar a un fenómeno de la teoría del juego conocido como Zero-sum game of security competition, donde la pérdida de uno es la ganancia del otro.
Sin embargo, la próxima gran incógnita que muchos se están preguntando es acerca de la postura de la nueva Administración encabezada por Joe Biden con respecto a China y sus objetivos en materia de política exterior.

Previamente, antes de adentrarnos más en profundidad en la presidencia de Joe Biden, es importante destacar el proyecto de ley firmado el pasado viernes 15 de diciembre por la Administración de Trump requiriendo que aquellas empresas que coticen en las bolsas de valores de los Estados Unidos declaren que no pertenecen ni están controladas por ningún gobierno extranjero y permitan a la Junta de Supervisión Contable de Empresas Públicas (PCAOB) – la entidad sin ánimo de lucro encargada de supervisar las auditorías de todas las firmas estadounidenses que buscan recaudar capital en los mercados públicos del país – revisar sus auditorías financieras. Se trata del llamado Holding Foreign Companies Act. Un proyecto que, si bien es aplicable a cualquier empresa extranjera, los impulsores de la iniciativa han reconocido que su objetivo principal es apuntar a China. Llegando a prohibir la inversión en aquellas firmas que no cumplan con los requisitos regulatorios y de transparencia interna estipulados en el Holding Foreign Companies Act.
A simple vista parece difícil predecir el impacto y las posibles consecuencias a largo plazo de esta ley en materia de relaciones diplomáticas y lazos políticos entre China y Estados Unidos. No obstante, este proyecto ha sido aclamado no solo por el partido republicano, sino que ha recibido el apoyo completo del Senado al ser aprobado con unanimidad el pasado mes de mayo. Dando lugar a un precedente que podría escalar las tensiones existentes entre dos potencias económicas mundiales y llevar a una separación del derecho financiero internacional en ambos países. Y no solo en el ámbito financiero, sino también podría afectar a otros sectores del derecho internacional como aquel encargado de regular nuestra relación con el medio ambiente y el cambio climático, entre otros. Incrementando así las diferencias entre estas dos grandes potencias cuya relación ha estado en especial decadencia durante los últimos cuatro años.
Según Hua Chunying – Portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China – la nueva legislación perjudicará la confianza del inversor global en el Mercado de Capitales estadounidense y afectará en última instancia los intereses de los Estados Unidos. Es más, en un intento de anteponerse a la nueva legislación, ciertas compañías chinas como Alibaba, NetEase y Yum China han buscado cotizaciones secundarias en Hong Kong como cobertura ante la posible prohibición de negociar sus acciones en los Estados Unidos.
Para más información: Trump firma proyecto de ley que podría eliminar a compañías chinas de índices accionarios de EU
El Holding Foreign Companies Act, aunque apoyado por muchos, también ha sido criticado por otros, como es el caso de China. De hecho, una represalia legal por parte del gigante asiático podría minar un campo ya debilitado y provocar una división de éste, polarizando nuevas normas y reduciendo prácticamente a cero la posibilidad de cooperación por parte de ambos países. La realidad es que los nuevos avances tecnológicos y la aparición de los primeros ataques cibernéticos han creado una nueva dimensión de riesgo para el campo de las finanzas internacionales, forzándolo a adaptarse a nuevos escenarios. Por ejemplo, en febrero de 2016 tuvo lugar un ataque cibernético que cambió por completo el funcionamiento del mundo de las finanzas: el ataque a SWIFT, la principal red internacional de información del sistema financiero mundial, en un intento de robar cerca de 1 billón de dólares del Banco Central de Bangladesh. No siendo el primero ni el último en tener cabida hasta el día de hoy.
Es bajo este contexto que el nuevo proyecto de ley podría tener implicaciones desfavorables a largo plazo para la comunidad internacional. Pues una disminución en la cooperación sino-americana en términos financieros afectaría también a la cooperación en otros ámbitos como es el caso de la lucha contra el cambio climático. Una lucha muy presente con consecuencias de alcance global. Volviendo a la gran incógnita mencionada anteriormente, el pasado miércoles 20 de enero Joe Biden asumió la presidencia de los Estados Unidos y muchos se preguntan cómo el cambio de gobierno afectará a las relaciones sino-americanas y a la región del este asiático. Pues, aunque aún sea pronto para definir la estrategia a seguir por la Administración demócrata, sí que es cierto que pretende seguir un enfoque menos agresivo con respecto a China que aquel de su predecesor. Si bien, como indicó en su campaña electoral, el actual presidente planea reducir las emisiones de carbono, sobre todo aquellas procedentes de los sectores marítimo y el sector de la aviación, así como cerciorarse de que China – actualmente el mayor emisor de carbono del mundo – disminuye también su huella ecológica.

Lo cierto es que existen diversos puntos de vista sobre el enfoque a seguir para remediar el daño infligido a las relaciones sino-americanas y minimizar así posibles consecuencias que puedan afectar a la comunidad internacional. De hecho, en un artículo publicado por The Economist, se plantea la denominada “Estrategia China que América necesita”. En él se hace analogía a la rivalidad EE. UU – Unión Soviética presente durante la Guerra Fría y la actual rivalidad EE. UU. – China. La primera basada en diferencias ideológicas y armas nucleares y, la segunda, caracterizada principalmente por la lucha en los ámbitos de computación cuántica, tecnología de la información e inteligencia artificial (IA). Es más, mientras que la Guerra Fría – o primera Guerra Fría, como insistirían ciertos autores – separaba por completo dos mundos vistos desde primas ideológicos opuestos, en la actualidad ambos actores interactúan entre ellos y están de cierto modo interconectados. Dadas estas diferencias, el enfoque político tomado con la Unión Soviética no debería servir como referencia para abordar el conflicto con China, sino que es necesaria una nueva estrategia.
Del mismo modo que la estrategia llevada a cabo por Trump durante su mandato puede ser discutida e incluso calificada como desfavorable para los Estados Unidos a largo plazo. La idea principal es que las sanciones impuestas por EE. UU. y sus aliados a la compañía china Huawei podrían actuar como aceleradores en el proceso de independencia tecnológica, agilizando la creación por parte del gigante asiático de su propia industria de chips a escala mundial. Por ello, una posible solución sería establecer una mayor cooperación entre los EE. UU. y la Unión Europea sistematizada en forma de tratado o mediante la creación de una institución similar a la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta alianza sería mutuamente beneficiosa y ayudaría a solventar problemas de alcance global, tales como el cambio climático, la crisis migratoria, el ciberterrorismo o la salud, entre muchos otros. Además, mediante el aumento de los niveles de cooperación e intercambio de información, se modificaría la balanza de poder sobre la que se rige la comunidad internacional y se produciría un periodo de estabilidad más duradero y previsible.
Para más información: The China strategy America needs
Como bien dijo Bertrand Russell – filósofo, matemático y escritor británico ganador del Premio Nobel de Literatura en 1950, “The only thing that will redeem mankind is cooperation.”
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Apasionada por la política global, el derecho internacional y los idiomas. Licenciada en Relaciones Internacionales (Inglés) por la Universidad Rey Juan Carlos. Máster en Derecho & Finanzas (LLM) impartido por la Universidad de Ámsterdam. Actualmente trabajo en Investigación y Análisis en la Consultoría de Riesgo Frank Partners. A tiempo parcial colaboro con Relaciónateypunto y el Think-Tank Puerta de África.