Vivimos en un mundo en guerra. Más de 30 conflictos, tanto nacionales como internacionales asolan actualmente el panorama actual. La guerra es intrínseca al ser humano: desde las guerras Púnicas, pasando por las Cruzadas en la Edad Media, hasta llegar a las guerras actuales como la Guerra de Afganistán. Pero, ¿qué ocurre cuando acaba la guerra?
Al igual que las guerras, ha ido evolucionando la sociedad. Conforme han avanzado los años, a los enemigos se les ha tratado diferente, hasta llegar a los tribunales de guerra. Fue con la Segunda Guerra Mundial cuando se sentaron las bases para los mismos. Hablamos de los Juicios de Núremberg y de Tokio.
Juicios de Nuremberg y Tokio
En los Juicios de Núremberg, se les juzgó por parte de los aliados que vencieron en la Segunda Guerra Mundial a los altos cargos del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler. Comenzaron el 20 de noviembre de 1945 y finalizaron el 1 de octubre de 1946. Dirigidos por el Tribunal Militar Internacional, compuesto por un juez titular de cada uno de los países vencedores, además de su respectivo suplente, y 24 principales dirigentes del gobierno nacionalsocialista que fueron capturados durante la guerra.
Se juzgaron crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad por las atrocidades cometidas. Entre los 24 acusados se encontraban altos cargos como Hermann Göring (comandante de la Luftwaffe y presidente del Reichstag) o Alfred Rosenberg (ideólogo del racismo y ministro de los territorios ocupados), y las sentencias fueron desde la pena de muerte hasta la absolución, aunque algunos se suicidaron (como Robert Ley, Jefe del Frente Alemán del Trabajo).
En paralelo al de Núremberg se constituyó el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente para juzgar la ocupación estadounidense en Japón; compuesto por Estados Unidos, la URSS, Gran Bretaña, Francia, Holanda, China, Australia, Canadá, Nueva Zelanda, India y las Filipinas. Comenzó el 3 de agosto de 1946 en Tokio y finalizó el 12 de noviembre de 1948. En este tribunal los cargos imputados fueron crímenes contra la paz y crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, genocidio y complot de guerra. Se le ajustició a 25 altos cargos, entre los que se encontraban Hideki Tojo (primer ministro) o Sadao Araki (ministro de guerra), cuyas sentencias fueron desde la pena a 7 años de prisión hasta la pena de muerte.
El legado de estos Tribunales Internacionales sienta las bases de la Corte Penal Internacional, establecida en 1998 a través del Estatuto de Roma y que sirvió para los tribunales de guerra que ahora comentaremos. Su sede se encuentra en La Haya (Países Bajos) y conoce de los crímenes recogidos en el artículo 5 del Estatuto de Roma (genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra o crimen de agresión).
Encontramos los siguientes casos:
Ruanda
En 1994, en Ruanda, el pueblo hutu, atacó sin piedad al pueblo tutsi con intención genocida. La crueldad de este crimen recae en que con el uso de un arma tan “básica” como son los machetes se llegó a una cifra de víctimas de unas 300.000 personas en tan solo tres meses. El tribunal se creó el 8 de noviembre de 1994 por el Consejo de Seguridad. Su sede fue Arusha (Tanzania) y la Oficina del Fiscal se encontró en Kigali (Ruanda). La Comisión de Expertos independientes concluyó que existían pruebas de que los “hutus” habían perpetrado actos de genocidio para la destrucción del grupo “tutsi”. Este caso fue particular, debido a que a pesar de ser un conflicto interno, la situación tuvo importantes implicaciones internacionales.
El Estatuto del Tribunal para Ruanda es esencialmente igual al de Yugoslavia, como veremos a continuación, y es competente para juzgar el genocidio y los crímenes de lesa humanidad. Ahora bien, se refiere a las violaciones del artículo 3 común a los Convenios de Ginebra y al Protocolo Adicional II, ya que ambos contemplan los conflictos armados internos. Su competencia se aplica a los hechos cometidos entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 1994, tanto en Ruanda como en sus países vecinos.
El Tribunal se formó por 16 jueces nombrados por la Asamblea General de las Naciones Unidas, y el presidente y vicepresidente fueron el noruego Erik Møse y la camerunesa Florence Rita Arrey, respectivamente. A mediados del año 2000, el número de condenados ascendía a una cincuentena. Las condenas fueron ascendidas hasta cadenas perpetuas cómo fue el caso de Akayesu, alcalde de la ciudad ruandesa de Taba, que cumple condena en una prisión de Mali.
Yugoslavia
En la década de los 90, en la antigua Yugoslavia, un sentimiento de nacionalismos “paranoicos” en crecimiento acabó en una de las guerras más sucias del siglo XX, en la que se atacaban desde símbolos hasta la religión. Este tribunal tiene su sede en La Haya (Holanda), y se crea el 25 de mayo de 1993 por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para juzgar a los presuntos responsables de los crímenes graves cometidos en el territorio de la República Federal Socialista de Yugoslavia entre el 1 de enero de 1991 y la fecha que el Consejo de Seguridad determinó una vez restaurada la paz: el 31 de diciembre de 2017.
Se juzgan cuatro tipos de crímenes: violaciones graves de los Convenios de Ginebra de 1949, violación de las leyes o usos de la guerra, genocidio y crímenes contra la humanidad o de lesa humanidad. La pena máxima que se les impone es la cadena perpetua. Este tribunal estuvo formado por 16 jueces nombrados por la Asamblea General de las Naciones Unidas, renovados cada 4 años, pudiendo ser reelegidos. El presidente entre 2001 y 2007 fue el estadounidense Theodor Meron.
Estos tipos de tribunales son la evolución que encontramos en nuestras sociedades. Tras las guerras no quedan impunes aquellos que cometieron atrocidades bajo el amparo del “vacío de legalidad” (dado en los conflictos bélicos por el que los mandos ordenan a sus soldados), Habitualmente, se acaban juzgando las atrocidades de las guerras, en las que haya casos que no se respeten los códigos éticos de la guerra que se han dado en las diversas declaraciones, sentencias, tratados y convenios durante el último siglo.
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Criminólogo con mención en criminalidad y seguridad internacional y jurista con especial interés en el mundo del compliance, la abogacía y la mediación. Soy músico, debatiente, corredor, melómano, cinéfilo y lector en mis tiempos libres. Nos vemos por Córdoba.