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El papel de las ciudades en la construcción de una agenda internacional

La globalización ha traído consigo cambios en las interacciones humanas y es que, al menos en tiempos pre-pandemia, no era difícil ver a miles de jóvenes que llenaban los albergues juveniles de las grandes capitales y se ponían abiertamente la etiqueta de “cosmopolita”, afirmando que ni son personas de “aquí”, ni tampoco de “allá”.

Se abre así, por primera vez, un reto identitario que supera el enfoque puramente nacional.

Son los espacios de las grandes ciudades y en ocasiones las infravaloradas ciudades medias, las que crean puntos globales de interacciones humanas de ámbito económico, político y cultural. Millones de personas atravesaban las calles de Londres, París o Nueva York, y poco importaba su nacionalidad o lugar de pertenencia. Y es que las urbes se convierten en actores propios. La ciudad trae consigo un aprovechamiento único para el crecimiento personal en términos culturales, que en algunas ocasiones confluyen en esa interacción humana para un enriquecimiento personal y en otro en el miedo a perder lo local, lo propio.

Fue en en esta vorágine de interacciones dadas por la globalización cuando, de repente, surgió el reto de la pandemia y nos vimos encerrados en nuestras casas. El estado siempre se ha visto asociado al garante de la población rural y en tiempos en los que el miedo por una crisis sanitaria impera, nos toca volver al pueblo y, por tanto, buscamos un repliegue en lo propio, en lo conocido. No parece lo más lógico asomarse en estos tiempos a la aventura, cuando ni siquiera te atreves a hablar con el vecino y esto se aprecia de una manera abismal en las Relaciones Internacionales.

Cerrando las ciudades de turistas, limitando los intercambios culturales, se pone en valor el peso de la casa, “de lo propio”, y ahí, con ese retorno al hogar, se crea una línea paralela con el aumento de los nacionalismos, que intentan defender lo propio a base de la homogeneización cultural y de un “sálvese quien pueda” que deja al mundo global en una sensación de incertidumbre e ineficacia. Es aquí cuando se crea un reto para nuestras ciudades, que intentan ahora ver cómo recuperar su imagen exterior y turística, necesitando en primer lugar slogans que creen seguridad y, a posteriori, el  aprovechamiento de unas cualidades culturales para influir en la agenda, que en algunos casos es muy independiente respecto a la del propio Estado.

Las ciudades tienen sus movimientos políticos independientes. Las agendas culturales son el ejemplo más obvio en una observación superficial, y es que, lo local, necesita de un peso cultural enorme. París necesita a su Torre Eiffel para proyectarse al exterior y la propia Londres, en un momento de nacionalismo en el Reino Unido, se debate en una visión propia de diferenciación, pues su alcalde bien sabe que la visión de la urbe muy poco o nada tiene que ver con la del obrero medio que vive en el interior de Inglaterra.

La cultura siempre ha tenido peso para la creación de un “efecto ciudad” y en España bien lo observamos en el año 1992 cuando Sevilla supo venderse al mundo con la expo, o tuvo lugar aquella simulación ya mítica del “Barcelona” de Freddie Mercury y Montserrat Caballé que provocó en 3 minutos una transformación completa en la imagen que se tenía de la capital Condal. Este tipo de eventos son claves y provocan numerosos estudios sobre su influencia en la transformación económica y social.

Si pensamos en asociación de conceptos podríamos observar el impacto que ha tenido la ciudad de Tel Aviv y es que conscientes de la imagen que en muchas ocasiones tiene la opinión pública sobre el Estado israelí, quisieron crear su propia diplomacia pública para asociarla a ciertos valores: modernidad, libertad y playa. Tel Aviv se convirtió a través de transformaciones culturales en la capital de Oriente Medio para la fiesta, pero también como un lugar de innovación con sus StartUps y aquí lo que contó fue justamente éso: la proyección y el cómo te miran. Los monumentos o landmarks juegan también un peso fundamental para la creación de una identidad de imagen y es que nadie se imagina a Roma sin el Coliseo. 

En algunos casos las ciudades también pueden verse ante choques y debates internos con la propia agenda exterior del Estado. Santa Sofía de Estambul fue quizás el ejemplo más claro que hemos visto durante estos meses y es que de un día para otro pasó de ser museo como venía siendo desde la época de Ataturk a convertirse en mezquita, simbolizando al mundo una imagen de lo que ya se denomina como Neotomanismo. Los monumentos no son inocentes y tienen un carácter identitario, pero más aún cuando éstos son tu seña ante el mundo y reciben una enorme cantidad de visitantes de todos los rincones del planeta. Si deben ser neutrales o parte de un relato bien podría conllevar otro debate, que ya está en muchas agendas de protección cultural, incluida la propia UNESCO.

La manera en la que nuestras urbes vayan a abordar el reto pos-pandémico será clave para crear imagen de diplomacia pública para revitalizar el comercio, la cooperación y especialmente devolver las interacciones sociales a un punto de partida, o quizás a uno muy distinto del que veníamos. Al final todo es un proceso de autoconocimiento para saber qué proyectar y que no. Te quieren si te quieres y si sabes lo que quieres.

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