De la hegemonía incontestada de EEUU al mundo multipolar
El orden de Nuremberg
En la magnifica dramatización estadounidense de los procesos de Nuremberg, Vencedores o Vencidos (1961), el fiscal Coronel Tad Lawson (interpretado por Richard Widmark), con unas copas de más mientras disfruta una lujosa fiesta en una ciudad en pleno proceso de reconstrucción, dice al juez Haywood (Spencer Tracy): “ocurre una cosa con los americanos, no estamos hechos para ser ocupantes. Es nuevo para nosotros y no nos va”.
En la Alemania directamente posterior a la Segunda Guerra Mundial estadounidenses, británicos, soviéticos y franceses fueron protagonistas del periodo de la ocupación aliada de Alemania (1945-1949), según lo establecido por el acuerdo de Postdam, firmado el 3 de agosto de 1945. Fue en la porción de Alemania ocupada por EEUU donde se encontró Nuremberg, allí se sometieron a juicios líderes nazis sospechosos de haber cometido crímenes contra la paz, contra la humanidad o de guerra. Estos juicios (denominados “Juicios de Nuremberg” o “Procesos de Nuremberg”), a menudo un mero pie de página en los libros de historia, suponen un hito histórico de considerable relevancia, son una de las primeras manifestaciones del nuevo orden internacional liderado por los EEUU y establecido tras la Segunda Guerra Mundial.
La afirmación del fiscal Lawson sobre la inexperiencia estadounidense respecto de la ocupación no está falta de razón y es consecuencia directa de la historia de la política exterior de los Estados Unidos: el papel de los EEUU en el sistema internacional previo a la Segunda Guerra Mundial era excepcionalmente reducido, sobretodo teniendo en cuenta que era una de las mayores potencias mundiales desde finales del siglo XIX (en 1890 el PIB de EEUU ya era claramente superior al de Reino Unido). Los EEUU se aprovechaban en su posición geográfica alejada del resto de potencias mundiales para mantener una política exterior de no intervencionismo y aislamiento.
La vocación aislacionista de los EEUU, además de en su geografía, se fundamenta en el pensamiento de los mismos padres de la nación americana. El dogma fue establecido en primer lugar por George Washington: “Nuestra gran regla con respecto a las naciones extranjeras está en la ampliación de nuestras relaciones comerciales, para tener con ellos tan poca conexión política como sea posible”, cimentado en el discurso de inauguración de Thomas Jefferson: “Paz, comercio y honrosa amistad con todas las Naciones, sin entrar con ninguna en alianza gravosa.” Y, posiblemente, sintetizado en su forma más simple en la doctrina Monroe, “América para los americanos”.
En esta doctrina Monroe, ya vemos una diferente perspectiva respecto del aislacionismo, y posiblemente el primer atisbo a una política exterior como tal, por parte de Estados Unidos. Mientras continuaba el aislacionismo con la Europa de la restauración absolutista, EEUU no dudó durante el siglo XIX de asegurar sus intereses en el resto del continente americano mediante este mensaje, que suponía una advertencia a las potencias coloniales Europeas. La doctrina Monroe fue invocada para la Crisis de Venezuela de 1895, la guerra hispano-estadounidense de 1898, la resolución Lodge de 1912… y aunque pueda parecer una contradicción respecto de la política aislacionista, supone únicamente una reinterpretación de la misma.
De acuerdo con los principios defendidos por los ideólogos del aislacionismo, el ya citado Thomas Jefferson aseguraba que “América tiene un Hemisferio para sí misma”, sin dejar del todo claro si se refería al país o al continente. Aún así, la fase imperial de los EEUU empezaron a cuestionar el aislacionismo, a la vez que reinterpretaban la doctrina Monroe. Con el corolario de Roosevelt se modificó la obra de John Quincy Adams, se empezó a considerar al resto del continente americano (particularmente Latinoamérica) como territorio para que EEUU expandiese sus intereses comerciales.
Aunque fue cuestionado cada vez más a menudo, el aislacionismo (que perduró incluso tras la Primera Guerra Mundial en contra de los deseos del Presidente Wilson, como muestra la no ratificación del Tratado de Versalles) siguió en vigor hasta bien entrado el siglo XX, cuando el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 evidenció que Estados Unidos no podía garantizar su propia seguridad mediante el aislacionismo, era hora de tomar carta en los asuntos que estaban ocurriendo en el resto de continentes, uniéndose al bando aliado para tratar de derrotar al Japón de Hirohito.
El fin del aislacionismo de EEUU tuvo consecuencias enormes para el sistema internacional, metafóricamente, únicamente cabe comparación con el “despertar de un gigante”. De forma casi abrupta, la misma potencia que destacó por su ausencia en los cruciales acontecimientos del periodo de entreguerras que llevaron al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, se quiso ver inmiscuida en la geopolítica global hasta sus últimas consecuencias. Fue uno de los Estados protagonistas de la configuración del nuevo orden internacional.
Por esto mismo, los juicios de Nuremberg son un hito histórico, simbolizan el punto y final del sistema internacional previo a la Guerra Fría: los líderes de aquellos regímenes fascistas del pasado son sentenciados por los regímenes liberales y comunistas del futuro. Es decir, el nuevo orden se creó en Yalta y Postdam, pero en Nuremberg se produjo un esfuerzo de cooperación extraordinario para juzgar, en función del nuevo orden mundial que se estaba configurando, a los restos de un antiguo orden que ya estaba prácticamente extinguido. Este nuevo orden estaría simbolizado en el Tribunal Militar Internacional y la legislación creada específicamente para los procesos de Nuremberg, dado que ambos serán precedentes de la cooperación internacional y de los valores que regirán este nuevo orden (con el beneplácito o no de la URSS).
Larga vida a los Estados Unidos de América
Podemos definir el periodo comprendido entre 1945 y 1950 como los inicios de la Guerra Fría, el fin del mundo multipolar (ausencia de superpotencias, hay un número amplio de Estados muy poderosos), para dar paso a EEUU y la URSS como los hegemones por excelencia. La destrucción que la Segunda Guerra Mundial supuso para Europa y Asia, y el que los esfuerzos de los Estados europeos se centraran en la reconstrucción permitió que los Estados Unidos y la Unión Soviética se impusieran como nuevas superpotencias dominantes en el sistema internacional, este nuevo panorama se caracterizaría por la bipolaridad (dos superpotencias concentran más poder que el resto de los Estados).
Los equilibrios de poder cambiaron al completo. La multipolaridad quedó instituida en 1815 con el Congreso de Viena en el que los Estados Europeos se repartieron sus territorios para que los poderes de los principales Estados quedaran equilibrados. Posteriormente se sucedieron repetidos Congresos en los que las potencias europeas trataban de garantizar esta multipolaridad, con lo que se asegurarían la estabilidad y la paz en el continente. Con sus más y sus menos, con sus equilibrios y desequilibrios el paradigma de la multipolaridad permaneció vigente hasta la Guerra Fría.
La bipolaridad establecida por la Guerra Fría fue imperfecta, EEUU siempre mantuvo cierta superioridad respecto de la Unión Soviética en términos económicos, militares y de influencia, aunque es cierto que la URSS era el único rival que podía suponer un verdadero riesgo para los americanos. El período de la bipolaridad fue relativamente corto, no llegó a los 50 años, ya que la URSS se disolvió en 1991 y dejó a los EEUU como única superpotencia internacional.
Tras la caída de la Unión Soviética, De forma incuestionable y global, Estados Unidos fue la potencia hegemónica del Sistema Internacional en prácticamente todos los ámbitos. Contaba con aliados a lo largo y ancho del globo, los únicos que osaban cuestionar los principios de democracia liberal parlamentaria y economía capitalista eran los Estados restantes del bloque comunista, organizaciones terroristas o el islamismo más extremista, pero en ningún momento un Estado de unas dimensiones remotamente semejantes a las de EEUU.
Ante tan indiscutible superioridad, Francis Fukuyama declaró “El fin de la historia”: la historia, entendida como la lucha entre ideologías y formas de entender el mundo, ha llegado a su fin, pues hay un claro ganador. Es el mundo unipolar, Estados Unidos como única superpotencia hegemónica (según el neorrealismo de Kenneth Waltz) o Estados Unidos como superpotencia que actúa a la par de otras potencias de 2º y 3er orden (según la teoría de la uni-multipolaridad de Samuel Huntington). El poder de los EEUU era tal que, el historiador de la Universidad de Yale, Paul Kennedy, observó que esta superpotencia en su momento de más incontestada superioridad, el 10 de septiembre de 2001, había incluso superado a la antigua Roma en términos de dominio económico y militar.
Unipolarismo imperfecto
De una forma u otra, lo que dijo el fiscal Lawson en Vencedores o Vencidos sobre los americanos -siendo ocupantes-, también se puede aplicar a ser el hegemón único del sistema internacional: “no nos va”. La imperfección del liderazgo estadounidense no procede de una falta de intención, por lo menos histórica, de ejercerlo, el mismo Presidente George H. W. Bush hablaba de un “nuevo orden mundial” basado en los valores estadounidenses: democracia, libre mercado e imperio de la ley, que defiende la paz a través de Organismos Internacionales en defensa de la seguridad global, y donde EEUU es el actor principal, combinando la acción unilateral con la colectiva. Si bien el fin de la Guerra Fría no supone necesariamente un cambio en la forma de actuar de los EEUU, el fin del antagonismo soviético sí que modifica los equilibrios de poder del SI, dando banda ancha a Estados Unidos para imponer su hegemonía.
Este proyecto terminó fracasando debido a que el modelo de actuación internacional que seguía EEUU estaba pensado para intervenir en crisis tradicionales entre Estados, sin contar con que las nuevas crisis se caracterizaban más bien por ser conflictos étnicos o guerras civiles, no contaba con actores internacionales que pudieran ser contrarios a los intereses estadounidenses, especialmente no contaba con actores internacionales no estatales.
La incapacidad de responder adecuadamente ante estas crisis y asegurar efectivamente el dominio norteamericano en el orden mundial es objeto de debate y polémica, autores de la escuela Neorrealista como el ex-Secretario de Estado Henry Kissinger atribuyen este fracaso a la incapacidad estadounidense de establecer un nuevo equilibrio de poderes global que “preserve el equilibrio en numerosas naciones del mundo”. La perspectiva de la instauración del ya citado “nuevo orden mundial” supone suscribir la perspectiva de la “escuela grociana” de las RRII (más idealista), alejada del los ideales hobbesianos (más realistas) que habían caracterizado la política exterior de la guerra fría, particularmente durante el tiempo en el que Kissinger ejerció como secretario de Estado.
Kissinger argumenta que, si bien la Guerra Fría fue, en parte, ganada por los EEUU gracias a la primacía de los Derechos Humanos en el debate frente a la URRS, estas consideraciones morales no pueden ser el único criterio para elegir los agentes con los que se construyen los nuevos equilibrios regionales necesarios para este “nuevo equilibrio poderes global”.
La mejor manifestación del fracaso del unipolarismo, y de la incapacidad de los EEUU de responder ante las crisis regionales que pudieran suponer un peligro para la seguridad internacional, fueron los ataques del 11 de septiembre de 2001, cuando una organización terrorista (agente no estatal) liderada desde la otra punta del globo derrumbó el World Trade Centre (símbolo del liderazgo financiero de EEUU), dañó el Pentágono (símbolo de la supremacía militar de EEUU) y casi hace lo mismo con la Casa Blanca (símbolo del liderazgo político de EEUU). Estos ataques son de una extraordinaria importancia, y suponen un cambio radical en el sistema internacional, dejando muy dañada la imagen de EEUU como única superpotencia. Cambios muy profundos y visibles en la misma actuación internacional de Estados Unidos.
Durante la Administración Bush se vivió una vuelta a una política de corte realista similar a la de su padre, en la que vimos un vuelco en la política exterior, manifestada en hitos como la denuncia del Tratado Anti-Misiles Balísticos y la calificación del “Eje del Mal” para Irak, Irán y Corea del Norte. Estos hitos muestran un viraje de la política exterior estadounidense hacia el unilateralismo y ciertos matices de aislacionismo, los cuales chocaban con el multilaterialismo que representa la ONU (este contraste se manifestó en el confrontamiento en el seno de la ONU sobre la justificación de la Guerra de Irak), la cual consigue poner a raya el unilateralismo estadounidense.
Las largas y costosas guerras en el medio oriente que sucedieron al 11-S han minado la reputación estadounidense sin lograr los logros esperados. A pesar de las guerras infructuosas y otros problemas de la política exterior estadounidense este país nunca rechazó el papel de líder de occidente que reivindicó Bush padre en el ya citado discurso, a pesar del giro hacia el unilateralismo. Estados Unidos no solo trató de mantener el liderazgo militar, político y económico, sino que trató de ser también el líder de la globalización. Aún así, mientras EEUU continuaba siendo el país más rico, teniendo el ejército más poderoso y la cultura más influyente, un bloque de países y economías emergentes parecían poder plantear cara en el largo plazo a la (imperfecta) hegemonía estadounidense, algo inevitable en el mundo globalizado.
La historia de Estados Unidos en las relaciones internacionales es francamente fascinante, un Estado que trató de aislarse del resto en sus orígenes pero acabó siendo el centro de poder mundial. Lo que es mucho más interesante es el futuro que le depararía a EEUU justo después de la caída de la URSS: tras unos años en los que estuvo más cerca que nunca de ser la verdadera única superpotencia, ocurrió el 11-S, después Iraq y Afganistán y después la crisis de 2008.
Mientras tanto, un bloque de países que previamente solo habían significado mano de obra barata para las empresas occidentales comienzan a suponer unos rivales para el liderazgo económico de los Estados Unidos. Todo esto, junto con el impacto de la administración Trump y, como no, el COVID-19 suponen un cambio drástico en el papel que desempeña Estados Unidos en el panorama internacional.
Habiendo explicado ya en este artículo la trayectoria internacional histórica de esta nación, será en el siguiente donde analice estos asuntos con referencia a los últimos cambios cruciales en el sistema internacional así como la trayectoria futura de EEUU.
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