A pesar de que a primera vista la tecnología y la diplomacia no guardan relación, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) han revolucionado las interacciones entre personas, naciones e instituciones y, como su propio nombre indica, afectan profundamente a los dos pilares de la diplomacia: la información y la comunicación. Como resultado, en la práctica diplomática se observa una constante aparición de nuevos actores, herramientas y procesos. A continuación, se examinan cinco maneras en las que los diplomáticos incorporan la tecnología en la diplomacia o adaptan la diplomacia al entorno internacional moldeado por la tecnología.
La tecnología como herramienta de la diplomacia tradicional
La opinión pública suele percibir a los diplomáticos como atrasados o incluso aversos a la tecnología. Sin embargo, la paulatina mejora de la tecnología, desde la invención de la escritura, hasta el telégrafo, el teléfono y el internet ha acelerado la comunicación diplomática hasta el punto de conseguir la inmediatez. Y todo esto sin hacer obsoleta la figura del diplomático, a pesar de las preocupaciones imperantes entre los funcionarios, como la sentencia pesimista de Lord Palmerston, Secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, “¡Dios mío, este es el fin de la diplomacia!”, pronunciada en relación con el telégrafo, o la clasificación del teléfono como “un peligroso pequeño instrumento” por parte del diplomático y escritor Harold Nicolson.
La Unión Internacional de Telecomunicaciones, la agencia especializada de las Naciones Unidas, muy apropiadamente se convirtió en la pionera de la diplomacia a distancia al introducir la participación en línea en el año 1963. Desde entonces, el uso de la tecnología se ha extendido tanto en lo que se refiere a su frecuencia, como al alcance, por ejemplo, habilitando maneras de participación civil en sesiones de Preguntas y Respuestas o plataformas dedicadas. No obstante, no fue hasta el inicio de la pandemia del COVID-19 que la diplomacia pasó a ser completamente online debido a las restricciones del tráfico transfronterizo y las medidas de distanciamiento social.
Cada vez más la tecnología se usa no solo para transferir la información ya existente, sino también para generar, recopilar y analizar datos nuevos. El emergente concepto de data diplomacy engloba la aplicación del big data en áreas tan diversas como negociaciones, tareas consulares, planificación de políticas, comercio internacional, ayuda al desarrollo, acción humanitaria y de emergencia. En este sentido, la capacidad de conocer al público cobra especial importancia en el ámbito de la diplomacia pública.
La e-diplomacia
Entre la abundancia de prefijos intercambiables -cíber, digital, tech, net, e- que hacen referencia al uso de tecnologías digitales -redes sociales, dispositivos móviles, formatos multimedia- con fines diplomáticos, destaca el área de la diplomacia pública. Esto constituye más que un cambio metodológico: es una nueva faceta de la diplomacia, que carece del secretismo y la exclusividad del pasado, extendiendo el alcance del mensaje comunicado tanto en el espacio, como en el tiempo.
La herramienta preferida por los diplomáticos es Twitter, lo que se conoce como twiplomacy, ya que permite un intercambio de opiniones en temas de actualidad mediante el uso de hashtags. De tal modo, el 50% de los Ministerios de Asuntos Exteriores cuentan con un perfil de Twitter, y el 48% con una página en Facebook. No hay que olvidar el empleo de recursos propios, como los blogs y las wikis.
Teniendo en cuenta la complejidad de la infraestructura y la velocidad de cambios en las nuevas tecnologías, para moverse con agilidad en el ambiente digital los diplomáticos precisan de cinco e-competencias: comunicar, colaborar, crear, criticar y hacer de curador. El tiempo necesario para la adquisición de estas habilidades se estima a: un día para conocer las herramientas digitales, un mes para aprender a escuchar, y un año para convertirse en un e-diplomático activo.
La clave del éxito en línea es la capacidad de generar engagement, es decir, conseguir que el público interactúe con el contenido publicado, a diferencia de la proyección unilateral de antaño. Sin embargo, los analistas concluyen que los estados siguen usando las redes sociales para diseminación de información e impulso de una imagen positiva. La evaluación para la consecuente mejora de la estrategia digital requiere examinar el tipo de información proporcionada, su alcance, y el mecanismo de retroalimentación.
El potencial de las redes sociales solo captó la atención del mundo académico con la irrupción de la Primavera Árabe en el 2011. En este sentido, la e-diplomacia no se limita a reducir los costes de la diplomacia pública, sino que ofrece una nueva manera de gestionar el cambio a nivel internacional -la esencia de la diplomacia- de forma colaborativa e interconectada -ya que la descentralización de la red supone la redistribución del poder desde el Ministerio de Asuntos Exteriores hacia las embajadas e incluso hacia actores no gubernamentales-.
Por tanto, la comunicación de crisis destaca como una de las principales tareas de la diplomacia digital. De modo similar, se hace imprescindible hacer frente a los intentos de desinformación -comúnmente conocidos como fake news-, ya sean por parte de actores estatales o no. Estos han experimentado un marcado incremento durante la pandemia del COVID-19, acompañados por declaraciones oficiales que rozan la propaganda. Un claro ejemplo de la guerra de palabras es la polémica alrededor de la teoría de la filtración del virus del laboratorio de Wuhan, lanzada por Donald Trump en Twitter.
No obstante, la e-diplomacia no se limita al uso de redes sociales y está en estrecha relación con términos como e-participación y e-gobernanza. Además, a pesar de la acelerada digitalización, los medios en línea no sustituyen a los offline, sino que se observa una hibridación, que se traduce en la necesidad de estrategias holísticas que combinan la comunicación tradicional con los medios nuevos. En definitiva, la presencia online no es suficiente pero es una parte obligatoria de la diplomacia activa.
La diplomacia científica y tecnológica
Además de un medio, la tecnología también puede ser el objeto de la acción exterior de un estado. La diplomacia científica y tecnológica engloba, por un lado, “ciencia para diplomacia”, es decir, se emplea como una herramienta al servicio de la diplomacia y sirve de un espacio de encuentro -especialmente cuando las relaciones formales están estancadas-, y, por otro lado, “diplomacia para ciencia” o, en otras palabras, se fomenta la competitividad y la atracción de talento e inversión internacional. Por consiguiente, se trata de un ejemplo de las diplomacias adjetivadas del siglo XXI, como pueden ser la diplomacia medioambiental, la diplomacia cultural, o la diplomacia de las vacunas.
En el informe pionero del Ministerio de Asuntos exteriores, publicado en 2016 bajo el título “La Diplomacia Científica, Tecnológica y de Innovación”, esta se define como “el conjunto de iniciativas llevadas a cabo para promover la colaboración investigadora e innovadora, en el ámbito bilateral y multilateral, para la búsqueda de soluciones a problemas de interés común, para favorecer la movilidad de los investigadores y las capacidades científicas, tecnológicas e industriales”. Entre sus beneficios se destacan la resolución de los desafíos globales -como el cambio climático y las pandemias (adelantándose el informe a la crisis mundial del COVID-19)-, la consecución del desarrollo sostenible de acuerdo con los ODS, así como el incremento del poder blando del país.
Siendo el líder en la inversión en I+D+i, Estados Unidos encabeza también la diplomacia científica y tecnológica, en gran parte gracias al Asesor Científico del Secretario de Estado, el equivalente del Ministro de Asuntos Exteriores. El Departamento de Estado colabora con la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) para ofrecer oportunidades de formación e intercambio. De modo similar, Reino Unido cuenta con la Science and Innovation Network en 28 países, así como con los fondos Newton y Global Challenges Research, íntimamente ligados a la cooperación al desarrollo.
En el ámbito europeo sobresale la Agencia Alemana para el Intercambio Académico (DAAD) que cada año subvenciona a más de 100.000 investigadores. Cabe mencionar también a Dinamarca como el promotor de la figura del embajador tecnológico: estrenado en el año 2017, ahora las oficinas en Beijing, Copenhague y Silicon Valley se esfuerzan por aumentar la influencia del país en temas de Inteligencia Artificial, redes sociales, privacidad de los datos personales, etc. En España, el componente tecnológico está bajo la Dirección de Relaciones Culturales y Científicas de la AECID, pero el informe mencionado arriba concluye que es preciso otorgarle una mayor prioridad. En lo que se refiere a la Unión Europea en su conjunto, esta todavía está en el proceso de asentar su estrategia de diplomacia tecnológica, por medio de su poder regulativo e iniciativas como Digital4Development (D4d).
La cooperación digital y el derecho internacional tecnológico
Dando un paso más allá de la acción unilateral de estados avanzados, la tecnología ha llegado a posicionarse en la parte más alta de la agenda multilateral. En 2018 el Secretario-General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, convocó el Panel de Alto Nivel para la Cooperación Digital con el objetivo de avanzar hacia un futuro digital inclusivo y humano. La manera de alcanzar esta meta es mediante el intercambio de opiniones entre los stakeholdersdel ámbito digital: desde los gobiernos, por el sector privado y la comunidad tecnológica, hasta los académicos y la sociedad civil.
En 2019 el Panel publicó el informe “The age of digital interdependence” que recomendó desarrollar las capacidades humanas e institucionales, proteger los Derechos Humanos, y fomentar la cooperación global en materia digital, entre otros. En lo que se refiere al último punto, el Grupo propone tres alternativas de arquitectura global. Cabe mencionar que, aunque la tecnología se describe como clave para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible -aunque ningún ODS está dedicado a la ciencia y la tecnología-, los beneficios digitales coexisten con la brecha digital ya que la mitad de la población global no dispone de conexión a internet.
A base de este informe, en junio del 2020 -en un evento virtual- el Secretario-General presentó “Roadmap for Digital Cooperation”, que identifica ocho áreas prioritarias: conectividad, bienes públicos digitales, inclusión digital, capacitación digital, Derechos Humanos digitales, Inteligencia Artificial, confianza y seguridad digital, y cooperación digital global. Guterres aboga por la creación de un organismo de alto nivel, estratégico y empoderado, que sea capaz de abordar cuestiones urgentes y coordinar las acciones de los varios stakeholders implicados.
En caso de que la propuesta se materializase, las áreas digitales que este organismo tendría que afrontar son tan diversas como: infraestructura, ciberseguridad, Derechos Humanos, asuntos legales y regulatorios, asuntos económicos, desarrollo, y asuntos socioculturales. Estos ya están presentes en la agenda internacional, aunque el enfoque varía según el actor: mientras que los abogados se centran en la jurisdicción y la resolución de disputas, los políticos procuran resonar con los votantes -como el techno-optimismo o las amenazas digitales-.
Lo cierto es que ya existen mecanismos para cooperación y regulación digital -como pueden ser Internet Governance Forum, WSIS+10 Process o Global Partnership on Artificial Intelligence (GPAI)-, pero estos suelen producir declaraciones o recomendaciones no vinculantes. Por su parte, la UNESCO está contribuyendo mediante la Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial y las Orientaciones sobre el entorno digital. De forma similar, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual lleva a cabo un diálogo sobre tecnologías de vanguardia.
Más allá del sistema de las Naciones Unidas, 130 países se han sumado al impuesto unificado sobre los gigantes digitales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos -conocido como “tasa Google”- y las negociaciones sobre e-comercio están en marcha dentro de la Organización Mundial del Comercio. En resumidas cuentas, COVID-19 ha proporcionado un ímpetu para la regulación de la tecnología, y un tema que empieza a cobrar importancia es la tecnología verde.
Como se ha mencionado arriba, la Unión Europea se ha consolidado como un poder regulativo en el ámbito tecnológico con iniciativas pioneras, posteriormente copiadas por otros países, como pueden ser la Ley de servicios digitales, la Ley de mercados digitales, el Paquete de medidas sobre finanzas digitales, el Reglamento relativo a los mercados de criptoactivos, el Reglamento general de protección de datos, el Reglamento sobre la privacidad y las comunicaciones electrónicas, o la propuesta de Ley de Inteligencia Artificial.
La guerra digital
Cuando la diplomacia es incapaz de promover la cooperación en materia de tecnología, esta da paso a la guerra digital, siendo su manifestación más ligera en la competición por el liderazgo de la industria. Esta es justamente la realidad geopolítica desde que la guerra comercial entre Estados Unidos y China pasó del inicial enfoque económico de Donald Trump a la carrera tecnológica. La coyuntura puede considerarse la detención de Meng Wanzhou, la directora financiera de Huawei, en Canadá el 1 de diciembre de 2018, que sigue esperando la decisión por extradición a EEUU. Lo que está en juego es la economía global: se estima que la tecnología del 5G y la Inteligencia Artificial van a generar unos 30 trillones de dólares hasta 2035.
Por un lado, Estados Unidos está luchando por retener su posición de modelo a seguir, impulsada por Silicon Valley y las empresas ya no multinacionales sino globales -conocidas como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft)-. De ahí que Joe Biden destine unos 550.000 millones de dólares a la ya envejecida infraestructura. Por otro lado, está la asertiva China de Xi Jinping, con su equivalente BATX (Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi), los más de 17.000 millones invertidos en la Ruta de la Seda Digital, y la meta de convertirse en el líder de Inteligencia Artificial antes del 2030.
Entremedias se encuentra la Unión Europea, que aboga por el enfoque humanístico pero carece de una vía propia -como la “Doctrina Sinatra”-. Mientras que la UE reivindica su soberanía digital -una crítica enmascarada del dominio americano-, esta competencia está repartida entre varios Comisarios y el Servicio de Acción Exterior Europea no dispone de un cargo especializado en asuntos digitales. Para superar la balcanización de lo tecnológico, la UE necesita un Cyber Diplomacy Toolbox más ambicioso, que se gane el apoyo de otros países, dirigiendo el esfuerzo diplomático no solo hacia los países afines sino también hacia la propia China, evitando así la erosión de la interconectividad, pieza angular de la globalización.
En su significado más amplio, la guerra tecnológica se refiere a la transformación que los medios de comunicación y las tecnologías digitales producen en la manera de combatir, experimentar, vivir, representar, conceptualizar, recordar y olvidar las guerras. Por tanto, bajo este paraguas se incluyen los hackeos, los ciberataques, las guerras civiles digitales, o la vigilancia del estado o de las empresas privadas -conocida como capitalismo de vigilancia-. Pero también encontramos las armas autónomas letales, objeto de representaciones distópicas en numerosas películas. Y es por eso que el mayor desafío proviene de la manera en la que la tecnología es nacionalizada y convertida en un arma.
Conclusión
Ninguna tecnología es mala o buena per se, sino que depende del uso que los agentes humanos le dan. De modo similar, la competición geopolítica en tecnología no es inevitable. Para aprovechar las oportunidades que esta brinda para afrontar los desafíos comunes e incluso reconstruir las relaciones entre estados, es oportuno incidir en su uso responsable, inclusivo y colaborativo, desde el nivel personal hasta el nivel estatal. El hecho de que la política tecnológica difumina la tradicional dicotomía entre geopolítica y política interna justifica la implicación de los nuevos actores -desde las empresas privadas y los expertos digitales hasta la sociedad civil- en los asuntos diplomáticos. Esto es de especial importancia en esta década ya que la diplomacia digital está en el proceso de definirse y expandirse -conforme los Ministerios de Asuntos Exteriores digitalizan más áreas de acción-, antes de alcanzar la etapa de la madurez. Dicha alianza amplia de diversos stakeholders prevendrá sus sesgos o desventajas individuales, como la descentralización, la desregulación o el determinismo tecnológico.

Graduada en Relaciones Internacionales y Protocolo, Gestión de Eventos y Comunicación Corporativa. Me apasionan la tecnología y las culturas, por lo que mi investigación de final de grado la realicé sobre la diplomacia cultural de la Unión Europea y China. Me identifico como una ciudadana del mundo, pero también una convencida europeísta.