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Hollywood en el conflicto entre Estados Unidos y China

China lo está petando. Es amplio el debate sobre si esto es algo positivo o negativo para el futuro del resto de los habitantes del planeta o de si hay algo que se pueda hacer al respecto a estas alturas. Parece que en Estados Unidos piensan que sí… Normal, llevan tanto tiempo acostumbrados a ser la única superpotencia que es posible que se les esté haciendo bola el que unos señores en la otra punta del mundo hayan decidido tenderles la mano para echar un pulso… Y sean capaz de aguantarles.

Antes, cuando se libraba una guerra se pensaba en soldados, tanques y bombas. En el siglo XXI, los conceptos clave parecen ser tales como hackers o guerra asimétrica… Pero China ha subido la apuesta.

Y es que mucho se habla de cómo esta pandemia la estamos combatiendo a base de pasar el día en bata, comiendo pizza y viendo Netflix en casa (a no ser que trabajéis en logística o el sector sanitario, pero espero que perdonéis la licencia poética). Pero en este artículo os voy a contar cómo los chinos van a ganar una guerra yendo al cine. Sí, como lo oyes.

Vale, y ahora que tengo vuestra atención, ¡bienvenidos! En este artículo vamos a destripar todo lo que está pasando con Hollywood y el rol tan importante que este está teniendo en la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y, lo que es más curioso, cómo su papel es clave para contribuir al ascenso de China como primera potencia mundial, en lugar de ceñirse a su rol tradicional como herramienta para que Estados Unidos pueda mantener dicha posición.

Y lo haremos en varias partes. En primer lugar, haremos una pequeña introducción a la historia del cine y cómo las grandes productoras de hoy fueron en su día pequeñas empresas que se trasladaron a California para evadir el pago de licencias de uso. Aprovecharemos también para definir el soft power, su importancia para la geopolítica y su rol en la americanización de la cultura occidental. Haremos algunos apuntes sobre la propaganda y cómo ésta ha contribuido durante décadas a establecer y asentar las bases de la cultura narrativa del cine de Hollywood.

Y, el plato fuerte, cómo China se está posicionando como el primer consumidor de cine del mundo, lo cual, sumado a su censura y sus cuotas, además de las leyes de la oferta y la demanda, está modificando esa cultura narrativa antes mencionada, y cómo esto afecta a las lealtades de Hollywood a la hora de esparcir contenido cultural a través del mundo. Terminaremos, además, analizando el caso de uno de los estrenos que más han sonado este año, pero para eso tenéis que llegar hasta el final del artículo. Pista: es de Disney.

¡Empecemos pues! Y lo haremos con una pequeña puesta en contexto, explicando brevemente los inicios de la industria del cine americano.

Y es que entre finales del siglo XIX y principios del XX, el empresario e inventor Thomas Alva Edison se embarcó en una lucha tecnológica y de patentes para hacerse con el monopolio de la emergente industria del cine. Existe un gran debate sobre si el cine vino de la mano del propio Edison o de los hermanos Lumière en Francia. Pero, lo que es cierto es, que, a comienzos de los años 20 el científico se habría hecho con el control de los derechos de propiedad intelectual sobre el uso de toda la tecnología esencial para producir y comercializar cine sobre gran parte del territorio de los Estados Unidos.

Esta situación dio como resultado un entresijo de tratados por los que, todo productor de cine en Nueva York debía pagar un impuesto de propiedad intelectual a Edison por hacer uso de su tecnología. No había forma legal de escapar. Sin embargo, lo que pareció una gran fuente de ingresos pasivos para el empresario acabaría convirtiéndose en el detonante de una de las revoluciones más significativas de la historia del cine. Pronto, las pequeñas productoras que se posicionaban en contra del pago de impuestos de propiedad intelectual (o que no podían permitirse pagarlo) comenzaron a buscar nuevos territorios a los que trasladarse para poder alejarse de todo ese callejón sin salida basado en la ingeniería legal de Edison.

Fue en California donde encontraron la respuesta. Entre las décadas de los 10, 20 y 30 del pasado siglo, su excedente de terrenos, baratos y en desuso, sumado al clima del suroeste de los Estados Unidos, que permitía mayor número de horas de luz natural para grabar, combinaban perfectamente con el hecho de que la legislación favorable a Edison, no se aplicaba en aquel territorio. Fue así como, una a una, las productoras rebeldes iniciaron su marcha a la zona de Hollywood, en Los Ángeles, donde comenzaron a establecerse, producir cine y crecer hasta convertirse en los grandes gigantes que todos conocemos hoy: Warner Brothers, 20th Century Fox o Paramount, entre otras.

Desde entonces, estas productoras han dado forma y expandido alrededor del mundo a la cultura occidental, y en especial la estadounidense, a través de una de las formas de entretenimiento más populares del último siglo: el cine.

Dicho esto, debemos tener cuidado con considerar a Hollywood como el monopolio de la producción de cine a nivel mundial, ya que no es el único lugar, ni necesariamente el que más produce. Desde hace unos años, ha estado compitiendo por ese puesto con otros dos epicentros de producción de cine: Bollywood en India y Nollywood en Nigeria. Y, si bien, Hollywood todavía ocupa el liderazgo en presupuestos y retorno de inversión, parece que no lo tiene en términos de producción total. Pero de esto ya hablaremos en otros artículos.

El caso es que la película no termina cuando salimos de la sala de cine. La forma en que la sociedad consume cine afecta a un nivel mucho mayor del que el individuo medio puede llegar a pensar. Día tras día, cientos de miles de personas van a salas de cine y consumen decenas de películas, la mayoría importadas desde el extranjero. Si nos lees desde un país occidental, lo más probable es que el principal y más popular origen del cine que consumes sea el estadounidense.

Y no es un asunto menor. Estamos hablando de varias generaciones que, durante décadas, han consumido regularmente escenas de autobuses amarillos llevando a preadolescentes de áreas suburbanas al instituto; valientes soldados desembarcando en Normandía o jóvenes adultos iniciando una nueva vida en una ciudad llena de rascacielos, donde todas las calles están escritas en inglés. Nombres como John, Mathew, Jacob, Sally o Cindy están normalizados, al igual que la idea de que una familia estándar vive en una casa con jardín, a las afueras de una gran ciudad.

Esta relación con el cine hace que sintamos una familiaridad con todo lo que respecta a Estados Unidos y que sepamos, entre otras cosas, su organización política y territorial, qué ocurre dentro de sus fronteras, cuál es su himno o quién es su presidente. Al mismo tiempo, dudo que el grueso de nuestros lectores sepa responder a lo mismo sobre otros países como podrían ser Eslovaquia, Burkina Faso o Camboya. Al menos no sin hacer una rápida búsqueda en Google (y no os juzgo, ¡yo tampoco podría!).

Estamos hablando de que, gracias a Hollywood, Estados Unidos ha sido capaz de dar a conocer al mundo de una manera muy cercana y atractiva sus costumbres, su política, su cultura y, prácticamente, todos los aspectos que lo caracterizan como país. El control de esta industria de cine es un complemento perfecto para un país como el que ha sido la gran potencia durante tantos años, ya que supone la adquisición de un poder mucho mayor del que se podría pensar. Nos referimos al soft power, o poder blando.

El diccionario Oxford define soft power como “un enfoque persuasivo a las relaciones internacionales, que típicamente involucra el uso de la influencia cultural o económica”. Fue un concepto propuesto por el politólogo y miembro de la administración de Bill Clinton, Joseph Nye. Este concepto marcaría las relaciones internacionales en la era posterior a la Guerra Fría como una forma de medir el poder de los países más allá de su poder militar.

En esencia, se refiere a la forma de hacer que un determinado país consiga el apoyo para tomar decisiones sin necesidad de utilizar su poder militar para convencer de ello. Y lo haría a través de métodos culturales, ideológicos e institucionales. Básicamente, los países con altos niveles de soft power se caracterizan por ser aquellos a los que el resto de los países quieren parecerse. Entre las medidas más tangibles de este poder, podemos encontrar las políticas liberal democráticas, economías de libre mercado o derechos humanos. Pero si queréis saber más a cerca de la teoría del soft power, os recomiendo este artículo de Foreign Policy.

Como ya hemos dicho, existen varios factores que contribuyen a generar altos niveles de soft power, entre ellos el cultural. Es por ello por lo que podemos afirmar sin ninguna duda que Hollywood es uno de los grandes garantes del soft power de Estados Unidos, que en 2019 ocupaba el 5º puesto en la clasificación de países con mayor soft power tras Suecia, según The Soft Power 30.

Esto es debido a la capacidad que tiene y ha tenido durante el último siglo para popularizar, legitimar y esparcir internacionalmente los aspectos culturales del país norteamericano. Esto es algo que el gobierno del país conoce perfectamente. Es por ello por lo que se aprovecha de los activos intangibles generados por la comunicación de masas para fomentar la aparición de símbolos nacionalistas y culturales estadounidenses en Hollywood. Y es aquí donde debemos mencionar a otro de los grandes responsables de este fenómeno: la propaganda.

Esta actividad, que comenzó su apogeo internacional durante la era industrial, muy de manos del movimiento constructivista ruso y expandida a lo largo del mundo, se convirtió en una técnica especialmente popular en épocas de guerra. Lógicamente, no fue menos durante la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría. En estas épocas, los gobiernos ejercerían medidas de presión directas e indirectas para que los medios de comunicación de masas incluyesen símbolos nacionalistas y bélicos en sus publicaciones. Radio, prensa, televisión y cómo no, cine tendrían que modificar su contenido y su publicidad para incluir y glorificar símbolos nacionales y mostrar a los soldados como héroes a quienes hay que apoyar.

Probablemente es debido a la larga duración de la Guerra Fría el hecho de que, el nacionalismo y patriotismo se acabaran asentando en el día a día del cine americano de manera natural, convirtiéndose en uno de los grandes tópicos del cine hollywoodiense.

Sabemos que durante la Segunda Guerra Mundial incluso se crearon departamentos gubernamentales específicos solo para controlar la información que Hollywood transmitía, como el Bureau of Motion Pictures, que formaba parte de la U.S. Office of War Information. Éste que revisaba los guiones, uno a uno, para asegurarse de que las productoras no publicaban contenido que pudiera incitar sentimientos antibélicos o antipatrióticos. Un contenido que llegaba a unos 90 millones de ciudadanos estadounidenses que acudían al cine cada semana.

Esta tendencia también se mantuvo presente durante la Guerra Fría. Se sabe que, durante la guerra de Vietnam, el propio Pentágono cedió suministros y bases militares para la filmación de la película The Green Berets, de John Wayne, a cambio de reservarse los derechos de aprobación del guion final. Tampoco ha sido el único caso. De una forma o de otra, no hay duda de que Hollywood ha sido una herramienta clave para lograr esta transmisión pasiva y legitimación de los valores, cultura y política estadounidenses en el mundo, además de un pilar muy fuerte en la estructura que ha permitido establecer al país como la única superpotencia mundial en las últimas décadas.

Pero tiene un cabo suelto. Resulta que Hollywood no es una agencia gubernamental, sino un conglomerado de empresas privadas. ¿Esto qué significa?

Pues significa que el último propósito de sus miembros es el obtener y maximizar beneficios económicos, por lo que la industria tenderá, de manera natural, a orientarse a través de los principios de la oferta y la demanda.

Es aquí donde la cosa se pone interesante. Y, cómo no, gracias a China, que ya estaba tardando en ser mencionada. Resulta que el gigante asiático ha llegado a ser en los últimos años uno de los principales mercados para el cine de origen estadounidense. Si queréis conocer algunos aspectos más generales sobre las claves de su economía, os invito a echar un ojo a la publicación de mi compañero Álvaro Pérez, pero en lo que respecta al cine, veamos cómo ha ocurrido.

En el año 1994 el gobierno chino permitió la introducción de cine extranjero dentro de sus fronteras. Es entonces cuando, gracias a una pequeña cuota de 10 películas extranjeras al año, los chinos pudieron comenzar a disfrutar del cine proveniente de otros lugares. Y se ve que les gustó, ya que se dio una tendencia que ha ido aumentando, a la vez que correspondiendo la demanda creciente de cine por parte del público chino. Y es que, si en 2005 China tenía 4.000 pantallas de cine, en 2019 eran unas 70.000.

Junto a esta tendencia también ha ido aumentando la cuota anual de películas extranjeras permitidas, que se encuentra actualmente en 34.

Y es que no podemos dejar de hacer énfasis en lo mucho que al público chino le encanta el cine extranjero. En 2016, la película animada Zootopia recaudó un cuarto de billón (sí, con “b”) de dólares en la taquilla china, lo que supuso un tercio de su recaudación fuera de los Estados Unidos. O Warcraft, que el mismo año recaudó en la taquilla China 10 veces la cantidad que recaudó en la taquilla norteamericana, debiendo a este público la salvación del fiasco financiero. O, más recientemente, Vengadores: Endgame, la película con mayor recaudación de la historia, la cual debe un tercio de dichos ingresos exclusivamente al público chino.

Las producciones hollywoodienses han arrasado con sus métricas en el país asiático y han comenzado a confiar en China para garantizar el éxito financiero de sus proyectos… siempre y cuando sean capaces de entrar dentro de la mencionada cuota. Recordemos que, mientras que de Hollywood salen entre 500 y 600 películas al año, solo 34 producciones extranjeras reciben el deseado permiso para comercializarse en China (y no todas son para Estados Unidos) por lo que, aunque los beneficios son muy atractivos, la competencia es extrema.

Una forma de evitar esta cuota consiste en la asociación. Las películas que sean producidas en partnership con productoras chinas cuentan como producción nacional y no están sujetas a dicha cuota. Son además las películas de producción nacional las únicas que tienen permitida su retransmisión durante los días de fiesta nacional, que suponen prácticamente la mitad de la venta de entradas de cine en el país, según datos de la edición de The Economist del pasado 29 de septiembre.

Como podemos ver, está claro que el acceso al mercado chino no es solo una fuente significativa y asegurada de ingresos, sino, en los casos más extremos como es el de Warcraft, puede incluso marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso comercial.

Además de esta cuota, ya hemos mencionado que también existen los filtros de su sistema de censura, que también es otro asunto clave. ¿Por qué? Pues porque el hecho de que cualquier producción de Hollywood que pase el filtro sea un éxito comercial de proporciones exageradas ha iniciado una nueva carrera de las productoras por posicionarse en la lista de títulos con permiso del gobierno chino para distribuirse en el país asiático. Recordemos que solo 34 de ellas lo lograrán. Esto significa que, para competir por uno de los deseados puestos, los contenidos de las películas deben emitir contenidos que agraden al régimen, que están definidos por este filtro de censura. Y aunque no se tienen muy claros los requisitos de una lista oficial, sí que se pueden identificar ciertos elementos que aumentan o disminuyen las posibilidades de aceptación.

Entre los contenidos que probablemente eliminarían a una producción extranjera del juego podríamos incluir a aquellos que mencionen alguna de las tres T (Tiananmen, Tíbet y Taiwán). Otros tabúes parecen ser los fantasmas. Por otro lado, incluir a personajes, elementos culturales o productos chinos repercutiendo de forma positiva en la narrativa parecen ser la forma más apropiada de pasar el filtro.

En términos generales, las películas de fantasía que abarquen temáticas alejadas a la realidad lo tienen más sencillo. Cuando se trate de dramas que abarquen temas realistas o críticos con la realidad es más complicado, especialmente con películas que aborden las dificultades cotidianas de miembros pertenecientes a la clase trabajadora.

El caso es que, este límite tiene un factor estratégico muy importante. Si cualquier película americana pudiese pasar el filtro, no habría ningún problema. Pero al existir, se genera una tendencia masiva de productoras occidentales compitiendo por posicionar sus contenidos de una forma que le parezca atractiva al gobierno chino, lo que significa que, aunque solo 34 pasen al año, otros cientos de producciones, que también hacen lo posible por agradar a china acaban esparciéndose por el resto de occidente independientemente de que entren al mercado chino o no.

Estamos hablando de un perfecto ejemplo sobre cómo el poder económico puede cambiar las lealtades y la forma de generar soft power simplemente aprovechándose de las leyes más básicas de la oferta y la demanda. ¿Recordáis los incentivos del gobierno de Estados Unidos para favorecer la propaganda y los símbolos patrióticos en el cine durante épocas de guerra? Pues, simplemente, el nuevo incentivo viene de China.

Vamos a rematar la faena.

Son varios economistas los que han seguido las tendencias crecientes de la demanda de cine e ingresos provenientes del público chino. Especialmente en los últimos años. Y es que, a todo lo que ya hemos contado en párrafos anteriores tenemos que añadir un hecho más. En los últimos años, China se estaba posicionando como el segundo mercado para el cine mundial tras Estados Unidos. Sin embargo, la pandemia ha forzado el cierre de salas de ambos países… con una diferencia clave. Mientras que las salas americanas permanecen cerradas luchando por sobrevivir a la segunda ola que ya se les avecina, China ya ha tomado el control de la pandemia y sus salas pueden disfrutar de un flujo constante de clientes.

De hecho, hablando en números, en pleno octubre de 2020, los ingresos del cine en la taquilla en Estados Unidos equivalen a dos billones y un cuarto de USD, mientras que China ya ha alcanzado los 3 billones, según datos de Statista y The Numbers. Esto significa que 2020 ha sido el año en que China ha superado a Estados Unidos en ingresos en la taquilla. Aunque debemos tener en cuenta que todavía nos estamos moviendo en cifras significativamente reducidas con respecto a los años anteriores, debido a la pandemia, por lo que el largo plazo todavía está por ver.

Sin embargo, estrictamente hablando, esto ha convertido a China en el primer mercado mundial y, por ende, al principal público objetivo de las producciones internacionales, lo cual supone, como ya hemos dicho, el remate del pequeño caldo de cultivo que hemos ido describiendo a lo largo de todo el artículo.

Y esto es algo que preocupa al gobierno de Estados Unidos. ¿Por qué?

Supongo que ya lo veis venir. Esta tendencia está precisamente asegurando que uno de los mayores garantes de soft power, cuya actividad es clave para el gobierno de Estados Unidos, esté reduciendo sus actividades de difusión de contenido patriótico para favorecer las ideas chinas, pero a su vez manteniendo su capacidad de influir en el pensamiento y cultura occidental. Lo que significa que los miles de millones de personas que cada día consumen contenido Hollywoodiense en todo el mundo están empezando a recibir contenidos pensados para agradar a China y esparcir su cultura… Y eso incluye a los propios estadounidenses. Lo que significa que este soft power generado, se atribuiría a China.

Los miles de millones de personas que cada día consumen contenido Hollywoodiense en todo el mundo están empezando a recibir contenidos pensados para agradar a China y esparcir su cultura

Y todo esto precisamente dentro de un contexto de guerra comercial entre Estados Unidos y China, que durante los últimos meses ha rozado lo diplomático en más de una ocasión. Como los recientes cierres de consulados, el chino en Houston o el americano en Chengdu. Estamos hablando de una China que utiliza su inmenso poder económico para manipular los contenidos creados por las empresas de Hollywood con el objetivo de legitimar su cultura, ideas, tradiciones y políticas a través de Occidente. Básicamente, controlando de manera indirecta lo que Hollywood produce.

No es la única vía en la que el país está legitimando su poder en la escena internacional. En otros artículos ya han hablado mis compañeros sobre la Nueva Ruta de la Seda.

Pero volvamos al cine. Básicamente, en lugar de invertir en su propia industria cinematográfica, China ha decidido utilizar su gran poder económico para transformar Hollywood, la gran máquina propagandística de las ideas americanas, en un agente transmisor de ideales cada vez más favorables al régimen chino. Es un plan brillante en el que se demuestra que el conglomerado de Hollywood no está formado por patriotas, sino por mercenarios, cuyo principal cliente ha sido Estados Unidos, hasta que China ha ofrecido más dinero.

¿Y esto puede hacerse? Técnicamente sí. Al fin y al cabo, como ya hemos dicho, Hollywood está formado por empresas privadas que buscan maximizar sus beneficios. Sin embargo, son ya varios los miembros de la clase política de los Estados Unidos que han criticado duramente estas acciones. Entre las críticas más destacadas podemos mencionar la de William Barr, el fiscal general de los Estados Unidos, que en julio de este año acusó tanto a Hollywood como a las grandes tecnológicas de dar a China una propaganda masiva.

También tenemos a Ted Cruz, un senador republicano que ha propuesto que los estudios que modifiquen su contenido para pasar la censura china tengan prohibido grabar en colaboración con las fuerzas armadas estadounidenses. ¿Recordáis lo que mencionamos sobre el Pentágono?

Y estas críticas no se atribuyen exclusivamente al ala conservadora. Pen América, una organización centrada en la libertad de información, publicó un informe hace un par de meses en el cual criticaba a los responsables de la toma de decisiones de Hollywood por favorecer cada vez más las exigencias de los censores del partido comunista de China.

De una forma o de otra, está claro que el que ha sido el epicentro del soft power estadounidense durante un siglo está ahora cambiando el rumbo de sus narrativas y objetivos comerciales. Y aunque probablemente todavía falte mucho tiempo para conocer los resultados a largo plazo, es evidente que las propias prioridades empresariales están conduciendo al conglomerado de las productoras hacia territorios orientales.

¿Estaremos entrando finalmente en esa época en la que China es capaz de hacer lo que quiera con las empresas de sus rivales comerciales sin tomar ninguna medida directa? Y, al fin y al cabo, ¿no es ese precisamente el concepto de soft power del que hemos estado hablando durante todo el artículo? Lo que está claro es que el futuro de las narrativas de Hollywood es digno de un amplio estudio. Pero eso lo dejaremos para otra ocasión.

¡Sorpresa! Breve análisis sobre el caso de Mulán

Pues eso. Tras todo este análisis que hemos hecho sobre la situación de Hollywood, se me ha ocurrido que podríamos aplicar lo descubierto para entender un poco mejor toda la controversia generada alrededor de uno de los estrenos que más han sonado este año.

La nueva versión de Disney hecha con actores, que ha contado con un presupuesto de producción de 20 millones de dólares ya era suficiente por sí sola como para ser uno de los temas calientes del año en lo que respecta a la cartelera internacional. Pero es que, además, no ha estado exenta de polémica. Y probablemente, tras leer los párrafos anteriores, podamos entender un poco mejor por qué. Y es que, esta película probablemente no sea sino el clímax de los intentos de Disney por escoger a sus aliados comerciales para los próximos años. Veis por dónde voy, ¿verdad?

Vayamos paso por paso.

Tenemos toda esta información sobre cómo, por motivos de economía básica, Hollywood compite por hacerse un hueco en el limitado, pero extremadamente beneficioso mercado chino. Lo cual, por sí solo ya es suficiente motivo como para que Disney se sume al carro de “agrademos al gobierno chino”. Pero todavía hay más.

Disney no empezó con buen pie con el gigante asiático. En 1977, la película “Kundun”, basada en la vida del Dalai Lama deterioró las relaciones entre el país y la compañía Hollywoodiense. ¿Recordáis lo que hablamos de las tres T? En fin…

Al principio no importaría mucho, porque el mercado del cine chino de los 70 era el que era. Pero desde que se comenzó a experimentar su subida significativa, Disney ha seguido la tendencia. Podemos verlo en ejemplos como “Chirrut Îmwe”, uno de los personajes principales de la película Rogue One (2016), interpretado por Donnie Yen, artista marcial y actor chino. O las nuevas entregas que Disney está anunciando basadas en China: “Más allá de la Luna”, que hará en coproducción con una productora china, o una segunda parte de Mulán… Pero no adelantemos acontecimientos.

En lo que se refiere a esta primera entrega, ya hemos dicho que la polémica ha sido uno de los grandes acompañantes. Y es que, varios activistas han denunciado públicamente varios acontecimientos relacionados con la película. En primer lugar, tenemos el escándalo desatado tras la publicación en redes sociales por Liu Yifei, la estrella chino estadounidense que interpreta a la protagonista, en el que mostraba su apoyo a la policía de Hong Kong.

Este no es un artículo sobre la situación entre China y Hong Kong, pero no está de más mencionar la tensión social y política que se ha vivido al respecto. Aunque para más información, sobre el tema podéis leer este genial artículo de la BBC al respecto. Una vez ocurrió esto, varios activistas por los derechos humanos, entre ellos Joshua Wong, llamaron al boicot de la producción de Disney en redes sociales con los hashtags “#BoycottMulan” y “#BanMulan”.

Por cierto, ¿sabíais que hay un Disney Land en Hong Kong? Supongo que, si hay que ponerse del lado de alguien, no está de más que ese alguien sean las autoridades donde tus empresas guardan sus más valiosas sedes.

En segundo lugar, tenemos el tema de Sinkiang. Es una de las localizaciones más destacadas de la película, pero también una zona controvertida al ser donde el gobierno chino mantiene campos de “reeducación” para mantener a la población uigur musulmana, aunque esto ha sido negado por las autoridades. No es solo la propia localización de la filmación, sino el hecho de que en los créditos finales de la película se hace un agradecimiento explícito a las autoridades gubernamentales de la zona, lo que hace más evidente el posicionamiento de Disney con respecto a la temática.

También hay que mencionar al personaje de Mushu, que destacó por su ausencia. Y aunque la directora Niki Caro insista en que se debe a que “Mulán debía enfrentarse a sus propios desafíos y tomar sus propias decisiones”, sabemos de buena fuente que el pequeño dragón parlante de la versión animada no sentó bien a los chinos, quienes lo consideraron ofensivo.

El caso es que podemos ver varios ejemplos de apoyo político explícito a China por parte de los actores y productores de Disney, lo cual nos da una indicación clara de hacia dónde apunta el futuro de la compañía.

En ese aspecto, es probable que las críticas de su público occidental y, más concretamente, americano ya no le importen tanto pues, al fin y al cabo, hemos visto cómo las tendencias indican que pronto podrían dejar de ser su primer mercado. Y, aun así, tampoco es que sean necesariamente algo negativo para los negocios. Como dijo el precursor de las relaciones públicas P.T. Barnum: “Me da igual lo que la prensa diga de mí, siempre y cuando deletreen mi nombre correctamente”. O, en otras palabras, no importa lo que digan de uno, siempre y cuando sea de lo que se hable. Pero esa es otra historia.

¿Qué pensáis del caso de Mulán? ¿Son legítimas las críticas que está recibiendo por parte de los grupos activistas de derechos humanos? ¿Son legítimas las acciones de Disney para mejorar las relaciones con el que podría potencialmente su primer cliente en el futuro? O, mi favorito, ¿existen, a nivel ético, diferencias entre esta situación y la que se daba durante la Segunda Guerra Mundial cuando era el Gobierno de los Estados Unidos el que filtraba y censuraba todo el contenido producido por Hollywood para controlar la opinión sobre la guerra?

Como siempre, dejadme saber lo que pensáis en los comentarios, ¡nos leemos!

Fuente de imagen principal: FilmAffinity

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