El fin de la hegemonía y la vuelta a un orden multipolar
Habiendo analizado la historia de la política exterior estadounidense y los equilibrios de poder mundiales en mi artículo anterior (lectura recomendada pero no necesaria), en este vamos a observar detenidamente las últimas dinámicas en las estructuras de poder mundial, a través de los últimos cambios en la política exterior estadounidense así como la influencia de otros eventos decisivos en el panorama mundial.
Cambios globales
El potencial estadounidense como hegemón se ha visto y se ve mermado por los cambios de una gobernanza internacional cada vez más compleja: la democratización de los Estados ha promovido procedimientos de resolución de los conflictos que favorecen la vía de la cooperación-colaboración en materia política y no el de la violencia. La existencia de un mayor número de actores estatales y no estatales han generado nuevas dinámicas y procesos, incorporando nuevos temas en la agenda y demandando una gobernanza más participativa. Esta pluralidad plantea la posibilidad de un sistema internacional como construcción colectiva.
Paulatinamente, se advierte un cambio de eje de la geopolítica a la geoeconomía, que tiene como resultado una mayor interdependencia. Por consiguiente, la globalización exige respuestas más eficaces y eficientes a los problemas sistémicos, sólo al alcance de los actores transnacionales y no gubernamentales. El Estado-nación sigue siendo el actor más importante, pero su protagonismo en el sistema ha descendido en favor de las organizaciones internacionales y las empresas transnacionales. El cambio de valores experimentado (carácter global de los problemas, cooperación, comunidad de intereses, etc.) ha permitido conformar una agenda basada en el desarrollo.
En resumidas cuentas, el mundo del siglo XXI supone un cambio respecto al siglo anterior, no solo en cuanto a dinámicas y asuntos, sino en el comportamiento de estos. El US Army War College acuñó el acrónimo “VUCA” para describir el mundo posterior a la Guerra Fría, caracterizado por su Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad. En un mundo con estas características la hegemonía y la unipolaridad se plantean muy improbables, sobretodo cuando esta nueva conducta del mundo post-guerra fría no ha provocado un cambio correspondiente en el esfuerzo de gobernanza mundial (clave para alcanzar la hegemonía) ejercido por Estados Unidos. Esta realización se ve complementada, o más bien respondida, con el nacimiento de corrientes políticas populistas (derivadas precisamente de los cambio ya mencionados, particularmente la globalización) en Estados Unidos que desembocarían en la elección de Donald J. Trump como Presidente.
Una visión global contradictoria
La política exterior de los presidentes, sobre todo republicanos, posteriores a la Guerra Fría, se caracterizó por su neoconservadurismo. Es decir, reivindicaban la supremacía y liderazgo estadounidense en el sistema internacional. Para la opinión pública EEUU era la “policía del mundo”. Esta concepción, tiene su raíz en la Guerra Fría, en el fin de ella y coge todo su sentido en el momento unipolar. Cada vez parece más claro que la unipolaridad en el sistema internacional ha sido y puede ser cuestionada; de hecho, lo lleva siendo desde el 11S, de modo que más que de un periodo de unipolaridad, el sistema internacional únicamente ha experimentado un momento de verdadera unipolaridad, entre el fin de la Guerra Fría y los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Durante la Guerra Fría la misión estadounidense autoimpuesta es la derrota de la Unión Soviética, la propagación del capitalismo y la democracia, y el mantenimiento de un contundente sistema de alianzas garante de la seguridad colectiva, todo motivado en última instancia por la defensa de los intereses nacionales. Esta “misión” es lo que justifica, por la parte estadounidense, la creación del un sistema internacional bipolar, en el que Estados Unidos (inspirándose en los 14 puntos de wilson) fomenta un orden mundial en el que se desarrolla el Derecho Internacional Público y se crean instituciones de gobernanza y cooperación, que van desde la ONU hasta el sistema de Bretton Woods (el dólar estadounidense como moneda de referencia y la defensa del librecambismo) y sus instituciones (el FMI y el Banco Mundial).
Puede que su creación se vea como una apuesta por el multilateralismo por parte de EEUU (si bien la iniciativa fue estadounidense participaron multitud de Estados), pero sin ir más lejos de la realidad, este orden mundial (sobretodo en la faceta de Bretton Woods) fundamentalmente es un esfuerzo estadounidense de ejercer el liderazgo de todos estos Estados en el plano mundial, sobretodo ante la Guerra Fría (EEUU asegura la superioridad de su moneda y ayuda a reconstruir una Europa arruinada de forma que quede asegurado su dominio económico). Respecto de esto, es un error criticar a los EEUU por perseguir una política imperialista en la creación de estas instituciones, el resto de Estados “afines” participaron en su elaboración y encontraron beneficios en que EEUU ejerza el liderazgo.
La primacía mundial de EEUU en términos monetarios y financieros como consecuencia de Bretton Woods, no se vio tanto como un movimiento “realista”, de defensa de los intereses económicos estadounidenses, sino más bien como un movimiento hasta cierto punto idealista, en la mentalidad del excepcionalismo estadounidense tan común en la época (y tan en declive hoy en día). Según esta perspectiva, que defiende el no sometimiento de EEUU a las mismas normas que el resto de potencias, lo injusto sería que EEUU esté al mismo nivel que el resto de naciones, solo el liderazgo es justo.
Sin embargo, el mundo ha cambiado desde el inicio de la Guerra Fría, estas instituciones y sistemas han seguido un proceso en el que se han mantenido orientadas por el multilateralismo que representan incluso cuando esto no ha estado en el mejor interés de Estados Unidos. En concreto, el sistema de Bretton Woods se disolvió entre 1968 y 1973, cuando el dólar dejó de estar abalado por oro, dejando la puerta abierta a que otras monedas acaben por sustituirla como moneda de referencia (cosa que aún no ha sucedido a pesar de que el dólar encuentra cada vez más contundentes rivales en el Euro y el Yuan).
Del mismo modo, Estados Unidos, que se ha mantenido en gran parte fiel al multilateralismo de la ONU al estar en sus intereses, también ha acabado por enfrentarse a ésta, sobretodo en el marco de la guerra de Irak, la cual no fue legítima a los ojos del Derecho Internacional, ya que en ningún momento se consiguió un mandato de la ONU para proceder a la invasión. En concreto la Guerra de Irak no solo hizo temblar el orden normativo que habían tratado de construir Organizaciones Internacionales como la ONU, sino que hizo temblar el sistema de alianzas que mantiene EEUU por todo el mundo, sobretodo en lo que respecta a sus socios europeos.
A pesar del apoyo de unos pocos líderes europeos atlantistas en el Trío de las Azores (en concreto Tony Blair y Jose María Aznar) la opinión pública popular mundial, y en particular la europea (y dentro de esta, la oposición de la ciudadanía española fue aún más destacable, con un 90% de los españoles oponiéndose a la Guerra) estuvo contundentemente en contra de la Guerra de Irak. Esto no solo afectó a la legitimidad de la intervención estadounidense en este conflicto, sino que dañó fuertemente la visión Europea de los Estados Unidos, de una forma demoledora, un 80% de los europeos percibían a Estados Unidos como la mayor amenaza a la paz mundial, por encima incluso del Irak de Sadam Husein (Chomsky, 2016).
La política exterior estadounidense defiende la cooperación internacional, el derecho internacional, las instituciones multilaterales y los derechos humanos inspirada en los principios wilsonianos que han guiado a esta nación, pero estos valores nunca han sido obstáculo para la consecución de sus intereses, sean o no compatibles con los anteriores. Puede que el abuso de políticas pseudo-imperialistas por parte de EEUU haya encontrado justificación durante la Guerra Fría en la defensa de Occidente y de la democracia contra el totalitarismo soviético, pero le ha costado encontrarlo tras esta.
No obstante, finalmente, algo parecido se ha repetido en la guerra mundial contra el terrorismo (War on Terror) que comenzó el 11S, que ha servido de justificación para acciones cuestionables desde el punto de vista de los derechos humanos. Pero mientras es muy fácil antagonizar a EEUU y especialmente sus políticas, es también pertinente tratar de ver la situación a través de sus ojos o, más concretamente, de los ojos del pueblo americano, el cual ha apoyado (más o menos) a sus gobiernos. Es moralmente complicado fiscalizar la acción de un Estado amenazado por el terrorismo internacional como EEUU, ¿hay un objetivo más noble que la seguridad de sus ciudadanos para justificar la acción exterior? Tal vez, como afirmó el doctor en Relaciones Internacionales Rubén Herrero de Castro “tal vez Guantánamo existe porque es necesario que exista Guantánamo”.
Es cierto que garantizar la seguridad de sus ciudadanos es algo indispensable para todo país, pero también es cierto que a veces se puede abusar este noble fin como chivo expiatorio para poner en peligro la paz global en la persecución de otros intereses. El que un Estado se tome “la justicia por su mano” con la excusa de garantizar la seguridad colectiva puede tener resultados desastrosos. Volviendo al mismo ejemplo, la invasión de Irak se llevó a cabo sin pruebas contundentes de que existieran armas de destrucción masiva y a ésta le siguió un periodo de inestabilidad que ha sido una de las condiciones que ha facilitado la aparición y proliferación del Estado Islámico.
Aunque no siempre tiene porque ser así, por ejemplo, EEUU también violó el derecho internacional cuando envió a un equipo de élite a acabar con la vida de Osama Bin Laden, pero es complicado argumentar moralmente que el asesinato de un enemigo de la paz como este terrorista no está justificado, por mucho que se violara la soberanía de Pakistán (donde se ocultaba) y los Tratados Internacionales que prohíben este tipo de acciones. ¿Cómo entonces podemos garantizar la seguridad colectiva sin caer en estas violaciones del derecho que parte de la opinión pública tilda de ilegítimas y otros de desagradables, pero necesarias?
Tal vez EEUU no habría tenido que recurrir a violar la soberanía de otros Estados, los Derechos Humanos o el Derecho Internacional si existiesen instituciones de cooperación internacional de integración suficiente como para poder garantizar la seguridad colectiva desde un plano multilateral y de mayor legitimidad. Pero, para que estos existan, es necesario un compromiso previo con las instituciones actuales y su orden normativo, el cual se ha visto mermado desde que EEUU ha recurrido a la vía contraria. Esta mayor integración para la seguridad es un arma de doble filo, no solo legitima la defensa de la seguridad colectiva con mayor envergadura, sino que deslegitima de forma aún más contundente a aquellos actores que deciden no cumplir con ella, y en un mundo con tanta información y en el que (por lo menos aún) la democracia parlamentaria es el sistema político más popular, esto puede llevar a una mayor polarización, la cual también es algo indeseable.
Esta contradicción en la acción exterior le ha salido caro a los Estados Unidos, particularmente en el ámbito de la opinión pública mundial, fundamental para la hegemonía estadounidense, la cual se ha establecido gracias a sus alianzas que, a largo plazo, dependen de la percepción pública de EEUU en el extranjero. Mientras tanto, otras potencias emergentes que aspiran a competir con EEUU entienden la importancia de la opinión pública, existen herramientas de “soft power”, como canales de televisión, como el ruso RT, que ejercen una crítica sistemática de occidente y defienden la visión rusa del mundo.
Por ejemplo, se usa como propaganda el éxito de las tropas rusas en la derrota del Estado Islámico, lo cual le genera muy buena imagen en el extranjero. O también existe la CCTV china, que hace algo muy parecido o la vieja “diplomacia panda”. China aún va un paso más allá y a través de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (que es esencialmente “hard power”) además de asegurar sus intereses geopolíticos y geoeconómicos, intenta granjearse una opinión pública más favorable a través de masivas inversiones económicas en el extranjero. Mientras tanto EEUU (sobretodo desde la presidencia de Donald Trump) parece haber descuidado mucho su imagen en el exterior.
El liderazgo en la era Trump
Para que Estados Unidos sea una superpotencia y un referente político a nivel global no solo es necesario serlo, sino también quererlo y parecerlo. Por mucho que se quiera criticar el liderazgo estadounidense de Occidente desde la segunda guerra mundial, es más que claro que ha existido una voluntad política de hacerlo desde el seno de Estados Unidos, desde que se habla del “New World Order” post-Guerra Fría por parte de George H.W. Bush en su discurso tras la 1ª Guerra del Golfo, que consiste en establecimiento de un orden mundial liderado por EEUU, basado en las normas y en las instituciones multilaterales. De hecho, cuando George W. Bush (hijo), va a la Guerra de nuevo con Irak, esta vez de forma contraria al Derecho Internacional y a la opinión pública estadounidense, sigue proyectando una imagen de líderes en el esfuerzo mundial en la lucha contra el terrorismo. Cuestionado o no, Estados Unidos ha sido siempre el líder de occidente, la “policía del mundo”, según la opinión pública.
Con la llegada de Donald Trump al despacho oval este discurso acabó por completo, ha habido un giro importante de los acontecimientos. Bajo el lema de “America First”, Trump ha retirado tropas de Siria, se está retirando de Afganistán, cuestiona la existencia de la OTAN y ha salido de la OMS. Esto no significa un retorno al aislacionismo, todo lo contrario, la administración Trump ha eliminado al líder del brazo armado de la revolución islámica de Irán, ha liderado la campaña de deslegitimación contra Nicolás Maduro, ha estrechado lazos con Arabia Saudí y, prácticamente desde el comienzo de su mandato, ha entablado una guerra comercial con la República Popular China.
El viraje en la política exterior no ha sido ni de metodología ni de medios, han cambiado los objetivos. No se busca el liderazgo estadounidense ni permanecer en los sistemas de gobernanza internacional. El análisis erróneo consistiría en decir que EEUU ha dejado de defender intereses globales para empezar a defender intereses nacionales, cuando realmente EEUU siempre ha puesto por delante sus intereses nacionales. El verdadero cambio con la política exterior de la administración Trump es el abandono del “idealismo wilsoniano” del que hemos hablado antes y que lleva caracterizando la acción exterior de los Estados Unidos desde principios del siglo pasado. Esto es algo fundamental a menudo ignorado en el estudio de la política exterior estadounidense, normalmente tácitamente tachada de realista, aunque en su complejidad compagina tanto realismo como idealismo; se repite la contradicción.
Hasta Kissinger, uno los representantes más característicos de la escuela de pensamiento realista, tiene una fuerte raíz idealista. Esto hace que los EEUU de Trump no proyecten la necesaria imagen ni sean el verdadero líder de Occidente. Se podría argumentar que esto es algo particular de la administración Trump, que si en noviembre se elige a un defensor de las relaciones transatlánticas como Joe Biden, todo volverá a la normalidad, pero esto no es algo tan fácil, la confianza necesaria se gana gradualmente, poco a poco, y se pierde en un instante.
El momento unipolar no se ha podido alargar por estas dos razones que hemos expuesto, una serie de cambios globales que no han sido tratados de la forma pertinente por la acción exterior estadounidense y una metodología contradictoria en la política exterior que ha perdido su razón de ser tras la Guerra Fría y que pese a lograr escudarse en la lucha contra el terrorismo ha minado la opinión pública de los EEUU en el mundo. Pero es algo incorrecto culpar de la retirada de EEUU de la posición de única superpotencia únicamente a los mismos EEUU, es preciso entender el papel que han jugado potencias como China y Rusia en establecerse como potencias rivales de Estados Unidos, pero eso lo analizaremos en otro artículo.
Lecturas relacionadas:
- Chomsky, N. (2016). Hegemonía o supervivencia (1ª ed.). Ediciones B.
- Nye, Jr., J. (2020). After the Liberal International Order. Project Syndicate
- Alexander, C., & Daniel H., N. (2020). How Hegemony Ends. Foreign Affairs, 99(4), 143-156.
¡Hola! Soy jurista e internacionalista, semifinalista de la XIII Liga de Debate San Francisco Javier, aficionado al debate, la fotografía, los cubos de rubik, los mapas y la historia. De Marbella pero viviendo en Córdoba.