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La opinión pública de China sobre Occidente en los tiempos de COVID-19

La influencia de los medios de comunicación en la formulación de la opinión pública, y de ahí sobre la política, ha sido ampliamente reconocida desde el siglo XIX. Sin embargo, el papel del cuarto poder ha cobrado un peso aún mayor desde el inicio de la pandemia del COVID-19. Por un lado, esto se debe a la situación de adversidad y gran incertidumbre, en la que los medios de comunicación se han convertido en fuente de información vital. Por otro lado, la imposibilidad de tener contacto en persona ha aumentado el uso de redes sociales, terreno fértil para toda clase de propaganda y desinformación.  

China publicó el genoma del nuevo coronavirus el día 9 de enero, pero el brote tardó en recibir atención mediática en el Occidente, con varios líderes políticos negando su existencia o subestimando su gravedad. A falta de un nombre oficial, Donald Trump aprovechó la oportunidad para ganar puntos políticos en su ofensiva contra China acuñando la denominación despectiva “virus chino”, que ha venido para quedarse, igual que la “gripe española”. Buscando la sensación, siempre desde una perspectiva etnocéntrica, los medios de comunicación se decantaron por retratar a los chinos como salvajes que comen murciélagos, serpientes, perros… Así sobre los cimientos del miedo y los estereotipos preexistentes se fue consolidando la sinofobia

Y cuando los medios sí cubrían el virus, o bien lo presentaban como algo lejano, o bien culpaban a China de secretismo. Como únicamente era posible comparar el COVID-19 con el SARS-Cov-1, en tan solo un mes China había alcanzado 10 veces más que el total de los casos de SARS entre el 2002 y 2004. Pero mientras unos decían que los chinos estaban contagiando al resto del mundo, otros (o incluso los mismos) reprochaban las duras medidas impuestas por el Partido Comunista como un ataque contra las libertades individuales. En medio de estas contradicciones lo único permanente era la crítica. 

No obstante, el tono de voz empezó a cambiar conforme China aplanaba la curva de contagios a mediados de marzo y los gobiernos occidentales se mostraban incapaces de gestionar la crisis. Poco a poco los medios de comunicación pasaron a aplaudir la eficiencia del régimen centralizado, la prevención de rebrotes y la recuperación económica de China, siendo esta la única gran potencia en registrar crecimiento este año. La comparación entre los distintos países ha permitido a Estados Unidos volver a coronarse como el líder mundial: con una cuarta parte de la población de China, EEUU tiene 100 veces más casos confirmados

Por tanto, la opinión pública en el Occidente sigue dividida en cuanto al desempeño de China durante la pandemia, oscilando entre echarle la culpa y elogiarla. Pero poco se sabe acerca de la opinión de los chinos: ¿cómo califican la gestión de su gobierno? ¿Y la de las administraciones occidentales?

El discurso oficial 

El concepto de salvar la cara, es decir, proteger el honor o el estatus de una persona, es crucial en la cultura china y se extrapola al nivel del Estado en la constante atención a la opinión que el resto de los países tienen de China. Por tanto, en marzo y abril, China se centró en combatir su imagen negativa mediante la así llamada “diplomacia de la generosidad” o “diplomacia de las mascarillas”. Además, los embajadores reforzaron su twiplomacy y se dedicaron a escribir artículos de opinión para la prensa occidental. Como la estrategia no trajo los resultados esperados, en los círculos políticos se intensificó el viejo debate: ¿debe China librar una guerra de narrativas contra los críticos o mostrarse humilde y pacífica?

Aunque China no puede permitirse mostrar cualquier indicio de debilidad, los diplomáticos son conscientes de que la intensiva proyección hacia el exterior puede ser contraproducente. De ahí que han optado por abandonar los ataques verbales y volver a tranquilizar al mundo, resaltando siempre su altruismo. De acuerdo con la preocupación por la no interferencia en la soberanía nacional y la doctrina de “ascenso pacífico” el discurso oficial ha reafirmado el compromiso chino con el multilateralismo, la cooperación internacional y el desarrollo económico para todos los países. 

Un claro ejemplo de esto es el discurso que Xi Jinping pronunció en la Asamblea General de la ONU el 23 de septiembre, estructurado completamente alrededor de COVID-19. El presidente chino volvió a recordar la necesidad de colaboración en la construcción del futuro común y negó explícitamente la persecución de hegemonía o esferas de influencia, pero lo que sorprendió al público fue el anuncio de la neutralidad de carbono prevista para el año 2060. Aunque en ningún momento mencionó a Estados Unidos, el discurso estaba claramente en oposición a la postura de Trump: al “America first” y las libertades individuales se opuso “people and life first”, y al proteccionismo y aislamiento, el globalismo. Esta preferencia por las insinuaciones sutiles se puede explicar por el hecho de que China es una cultura de contexto alto, es decir, según el modelo del antropólogo Edward Hall la comunicación suele ser indirecta, pero también es una táctica que subraya aún más la diferencia con Trump, quien constantemente emplea los ataques contra China como parte de su campaña de reelección.  

Por otro lado, la disminución de declaraciones políticas sobre el Occidente se debe al desplazamiento del foco de atención hacia los asuntos internos: el virus está prácticamente erradicado y la economía china ha vuelto a la normalidad, se han reanudado los esfuerzos para la eliminación definitiva de la pobreza cuya fecha límite era el 2020, y el Partido Comunista acaba de aprobar el nuevo plan quinquenal​. En este contexto la prioridad de la élite política no es herir a otros países sino fortalecer el orgullo nacional de los chinos. El día 23 de octubre Xi Jinping pronunció un discurso en el 70 aniversario de la guerra de Corea llamando al público (todos en mascarillas a pesar de la ausencia de casos) al patriotismo y la defensa de la integridad territorial y la dignidad chinas. Al exaltar el espíritu chino que había permitido a la república comunista vencer a la mayor potencia militar, el presidente lanzó un claro mensaje de que China no temía a Estados Unidos, mientras que al otro lado del Pacífico el último debate electoral entre Trump y Biden estaba impregnado del miedo al gigante asiático. 

Los medios de comunicación 

A diferencia de los políticos, la prensa china ha adoptado un enfoque mucho más beligerante, cuyo blanco principal es Estados Unidos. En los periódicos chinos es muy común hacer resúmenes de noticias de medios de comunicación externos, pero la selección de materiales, incluso cuando no están acompañados por un comentario, es suficiente para expresar una postura en contra. En otras palabras, escogiendo noticias que critican a la gestión de la pandemia por parte de los gobiernos occidentales o que se muestran favorables hacia China, la prensa cumple con su función de establecimiento de la agenda (agenda setting) y encuadre (framing). Naturalmente, esta tendencia se ha acentuado con la llegada de la segunda ola del virus.

Una revisión de la sección de editoriales de los medios de comunicación en el período entre el 12 y el 25 de octubre ha identificado a Xinhua, la agencia estatal de noticias, como la principal fuente de artículos de opinión sobre la incompetencia del Occidente (con un total de 7). En cambio, la menor frecuencia en las páginas de People’s Daily (1), Reference News (1), Global Times (1) y el think tank Zhiku (2) apunta a que estos cumplen con su deber de seguir la línea del Partido pero tras tantos meses su celo ha disminuido.  

El tema predominante entre los medios de comunicación es el fracaso de EEUU en la gestión de COVID-19, llegando a representarlo como un Estado fallido que convirtió outbreak en out-of-control. Los periodistas chinos apuntan que la administración actual no se esfuerza por afrontar la situación en su propio país, sino que emplea manipulación política para crear tensión en la escena internacional. Identifican como razón el error humano cometido por la clase política en su conjunto: el rechazo a prepararse a pesar de las advertencias chinas, las mentiras y los prejuicios, la incompetencia y la elusión de responsabilidad. China reprueba la politización del sufrimiento humano: la economía ha sido puesta por encima de la salud pública, la política triunfa sobre la ciencia y las elecciones son más importantes que el COVID. Esto hace que Estados Unidos pierda su credibilidad como el defensor mundial de los derechos humanos, sobre todo en la luz de su retirada de la OMS, la imposición de restricciones al comercio internacional e el intento de monopolizar las vacunas. 

Aunque se suele emplear el término Occidente, la actitud china hacia Europa es marcadamente mejor que hacia Estados Unidos. Coincide la crítica por la complacencia inicial, la percepción de la economía y la pandemia como un juego de suma cero y el cortoplacismo. Pero, a diferencia de EEUU, la Unión Europea suscita empatía y solidaridad ya que es vista como un aliado estratégico en la lucha por el multilateralismo y la cooperación, forzado por el abandono estadounidense y la segunda ola del virus a acercarse cada vez más a China. 

Cabe mencionar que la mayoría de los periódicos chinos tiene una sección de caricaturas, dominada en estos meses por el tema del COVID-19. Destaca la creatividad de China Daily, un medio de comunicación publicado íntegramente en inglés, es decir, orientado exclusivamente hacia el público exterior, que hace uso del hashtag #ChinaDailyCartoon para llegar a un gran número de usuarios de Facebook y Twitter. 

Las películas 

En un marcado contraste con el resto del mundo, los cines chinos gozan de un éxito considerable, a pesar del aforo limitado al 75%. La temporada fuerte fue inaugurada por The Eight Hundred que ha recaudado unos 460 millones de dólares alrededor del mundo y a día de hoy ocupa el primer puesto de las películas más taquilleras del 2020. La trama se centra en la defensa de la ciudad de Shanghái en la guerra sino-japonesa del año 1937. Posteriormente, con ocasión de la fiesta nacional del día 1 de octubre, se estrenó otra serie de películas patrióticas: LeapMy People, My Homeland y Coffee or Tea?. Las taquillas sumaron 580 millones de dólares durante la “semana de oro”, siendo este el segundo mejor resultado en toda la historia del cine chino. Y para conmemorar el 70 aniversario de la guerra coreana se lanzó The Sacrifice, que recaudó 15 millones solo el primer día. El resurgimiento de la producción china va de la mano con el rechazo de las películas occidentales, siendo Mulán el ejemplo por excelencia. 

Las redes sociales  

El discurso oficial ha declarado la victoria del gobierno sobre el coronavirus, ¿pero están de acuerdo los ciudadanos? A pesar de la idea extendida en el Occidente de que en China no hay libertad de expresión, existen evidencias de que la popularización de Internet y las redes sociales (QQ, WeChat, Weibo, y recientemente TikTok) ha liberado el debate público, empoderando al ciudadano y revolucionando la relación entre este y el Estado. Esto se debe, por un lado, a la pérdida de control sobre la información por parte del Partido Comunista, y por otro, a la capacidad de los usuarios a movilizarse y evitar la censura (a menudo usando lenguaje indirecto). 

Efectivamente, al principio de la pandemia, Internet estaba inundado de críticas al manejo del virus, provocando una crisis de confianza. De hecho, el Partido reconoció la lentitud inicial y hasta fomentó la publicación de quejas. Sin embargo, los primeros indicios de cambio se notaron ya a mediados de febrero y en marzo el tono había pasado a aprobación. Cuando el foco de atención pasó de la ciudad de Wuhan a los brotes en otros países, los comentarios empezaron a instar a estos a imitar las efectivas políticas chinas. Esta transformación revalida las observaciones anteriores de que la opinión pública online responde rápidamente a los eventos reales tanto en China, como en el resto del mundo.

Un análisis de más de 13.000 posts en Zhihu (una plataforma de Q&A parecida a Quora) concluyó que el discurso durante la pandemia fue confiado y racional, es decir, sin declaraciones emocionales o infundadas, pero también confrontativo y xenófobo, como respuesta a las provocaciones externas. El 53% de los posts revelaron una aspiración al liderazgo mundial, con una brecha entre el actual rol internacional de China y su fuerza nacional. Esta ambición tiene raíces nacionalistas: el orgullo de los logros recientes (32%), así como la historia, ya sea gloriosa (16%) o humillante (20%). Estados Unidos es visto como un país sesgado (10%), que ataca a China (9%), arrogante (9%), ineficaz (7%), hegemónico (6%), tigre de papel (5%) y egoísta. Los países miembros de la Unión Europea también son percibidos como egoístas, debido a su incapacidad de llegar a una respuesta común, la falta de apoyo a los países más afectados como Italia, y la toma de materiales sanitarios destinados a otros. 

Las encuestas de opinión  

Más allá de los netizens, la actitud positiva de toda la población china está respaldada por varias encuestas de opinión. En una investigación llevada a cabo en mayo entre casi 20.000 personas en 31 provincias, el 75% se mostró satisfecho con la diseminación de información y el 67% con la provisión de productos y materiales de protección. Se observa una gran diferencia entre los niveles de gobierno: el nacional goza del apoyo del 89% de la población, mientras que el municipal solo alcanza el 67%. Adicionalmente, casi la mitad indican que la pandemia ha incrementado su confianza en el gobierno nacional, mientras que apenas 3% ha visto su confianza disminuida. 

Otra encuesta permite examinar la evolución de la opinión pública desde junio del año pasado hasta mayo del 2020. La confianza en el gobierno central ha incrementado del 8.23 (un número alto de por sí) al 8.87, y al mismo tiempo la preferencia por el sistema político chino en comparación con otros ha subido del 7.78 al 8.56. Por el contrario, la simpatía hacia Estados Unidos ha bajado un punto del 5.77 al 4.77. Además, el estudio indica que grupos que suelen ser más críticos con el gobierno (sobre todo los más educados) han experimentado los incrementos más pronunciados.

Los motores del nacionalismo 

El COVID-19 ha proporcionado un impulso adicional al nacionalismo chino que lleva dos décadas en auge. Algunas de las etiquetas usadas para describir el nacionalismo chino son defensivo, reactivo, confuciano, pragmático, competitivo. El sentimiento nacionalista siempre ha sido fuerte en áreas de seguridad y soberanía, como Taiwán y las islas de Senkaku, pero en los últimos diez años se ha extendido a temas de cultura, tecnología y medicina tradicional.  

Una de sus características permanentes es la mayor confianza hacia el gobierno central en comparación con el nivel local, como ya se ha mencionado arriba. Un sondeo de opinión entre el 2003 y el 2016 muestra un incremento de la satisfacción con Pekín del 86% al 93%, y con la administración municipal del 43% al 70%. A modo de comparación, los resultados de Gallup de Estados Unidos en el mismo período muestran unos 37% de satisfacción con el gobierno federal y 70% con los gobiernos locales. Una posible explicación reside en el hecho de que los ciudadanos chinos interactúan más con la administración local y por tanto son conscientes de la extendida corrupción, y al mismo tiempo ven que esta no implementa las políticas anunciadas por el gobierno central. 

La resiliencia del régimen chino se basa en su alta eficiencia: por un lado, el milagro económico desde la Reforma y Apertura en el 1979 ha levantado de la pobreza a más de 800 millones de personas, por otro lado, el país ha gozado de una estabilidad política sin precedentes. Esta legitimidad por resultados sostiene el pacto entre los ciudadanos y el Partido Comunista, que ha sustituido definitivamente el discurso ideológico por el nacionalista, en claro desafío al original internacionalismo comunista. A consecuencia, se observa una brecha generacional: los nacidos a partir del año 1980 han crecido en una China próspera y confiada en sí misma, protegida de la información falsa y la inestabilidad gracias al Gran Contrafuegos (Great Firewall). Además, el politólogo Zhao Suisheng afirma que los jóvenes chinos presentan un “nacionalismo liberal”, que a primera vista parece un oxímoron, pero se refiere a la actitud liberal en los asuntos domésticos y nacionalista en los externos. 

En este contexto, el COVID-19 produjo un rally ‘round the flag effect no solo en China, sino en la mayoría de los países, entendido este como un incremento temporal de la popularidad de los líderes políticos en tiempos de crisis o guerra. El factor del tiempo también ha jugado un papel importante: en el último mes la ineficiencia de los gobiernos occidentales ha coincidido con la celebración de la fiesta nacional y el aniversario de la guerra de Corea. Como resultado, el impacto en China ha sido prolongado debido a la convicción de que las narrativas occidentales del “virus chino”, en conjunción con las antiguas críticas sobre Hong Kong, Xinjiang y el Mar de la China Meridional, revelan una intención maligna y unos estándares dobles. Por tanto, cuando el Occidente ataca al gobierno central, los chinos se sienten obligados a defenderlo, aunque desaprueben el gobierno local, y así evitar un segundo siglo de humillación. 

La experiencia de la Primera Guerra Mundial puso de manifiesto los peligros del nacionalismo generalizado, y en este sentido es preocupante el auge de los partidos de extrema derecha en los últimos años. A pesar de que la globalización ha originado la redistribución del poder del Estado soberano hacia diversos actores no estatales, la declaración del estado de emergencia por el COVID-19 lo ha incrementado. Aunque en tiempos de crisis el miedo hace que las personas esperen que el gobierno les proporcione una mayor seguridad, el alargamiento de la pandemia transforma este sentimiento en una ansiedad, de la que se alimentan los movimientos populistas. 

En estos tiempos de tensión se ha puesto de moda hablar de una segunda Guerra FríaPero esta es muy distinta de la anterior, ya que China y Estados Unidos están íntimamente interconectados y la base de la confrontación no es la ideología, sino la eficiencia. A diferencia de la Unión Soviética, China supera a unos Estados Unidos debilitados en la capacidad de producir resultados económicos, tecnológicos, militares, etc, lo que resulta especialmente atractivo para los Estados en vía de desarrollo. Y el manejo de la crisis sanitaria ha demostrado la eficiencia china de una forma indudable. Por consiguiente, la movilización de la opinión pública, con un claro matiz nacionalista como se ha probado arriba, es una respuesta natural a la percibida laguna entre el éxito chino y las constantes críticas infundadas a las que se enfrenta. Sin embargo, en vez de caer en la tentación de la guerra verbal contra Trump, China ha repetido una y otra vez que solo busca recuperar su lugar legítimo en el mundo de una forma pacífica, de acuerdo con los valores confucianos y su patente multilateralismo. En su discurso ante la Asamblea General de la ONU Xi Jinping subrayó que China no pretende entrar ni en guerras calientes ni en frías con ningún Estado. 

China ha declarado abiertamente su objetivo: convertirse en líder del sistema internacional para el año 2049, cuando se celebrará el centenario de la fundación de la República Popular. Esta meta es perseguida con una asertividad cada vez mayor, que se nutre del apoyo de su propia población: la esfera pública muestra una alineación casi perfecta entre el discurso de los políticos, la agenda promovida por los medios de comunicación, la opinión de los ciudadanos y hasta la producción del sector privado, en un claro contraste con la polarización y las protestas en el Occidente. Entender las dinámicas internas entre el Estado y los ciudadanos chinos es un asunto, a menudo, ignorado, pero imprescindible para cualquier persona interesada en relaciones internacionales. 

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