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La UE cerca del desastre ante el COVID-19 y los nacionalismos

El futuro es incierto. Si hay algo que nos demuestra la historia de la humanidad es que todo se puede ver truncado por un mero imprevisto, y parece que algo así está pasando en el seno de la Unión Europea.

La crisis de los “coronabonos, Europa como epicentro de la pandemia, el cierre de fronteras, el endeudamiento masivo por parte de los Estados miembros, la economía cerrada… por no mencionar unos sistemas sanitarios saturados y miles de fallecidos a lo largo y ancho del continente. Estas son muchas de las  desastrosas consecuencias de una desastrosa crisis que, más allá de a la UE, amenaza a todo el globo y que muchos creen que pondrá el punto final al proyecto de unificación europeo.

Es cierto que vaticinar la destrucción de la UE se ha ido convirtiendo en una especie de hobby de políticos y politólogos de todo el planeta prácticamente desde la creación de la misma: se dijo que la UE era un proyecto fallido tras el fracaso del Tratado constitucional, se afirmó que la UE no volvería a ser como la conocemos tras el Brexit, también durante la crisis de la deuda soberana se afirmó que la UE no se sobrepondría a las dificultades económicas y tensiones políticas.

Sin embargo, las medidas del Tratado constitutivo se implementaron en el Tratado de Lisboa, tras la mala gestión por parte de los británicos del Brexit las encuestas demostraron un resurgimiento en el apoyo a la UE en los 27 Estados miembros restantes y la crisis de la deuda soberana resultó en la creación de nuevos mecanismos para la intervención económica de las instituciones de la UE. No es cierto que la UE no haya sufrido ningún daño o que no se haya visto cuestionada, pero, al fin y al cabo, ha sobrevivido a todas estas crisis. ¿Por qué el coronavirus iba a ser diferente?

Ahora esto va en serio

Hay 2 motivos por los que el Coronavirus sí que podría ser una crisis que supere a la UE: el primero consiste en las dimensiones y características de la crisis. El COVID-19 ataca algo más que los sistemas sanitarios de los EEMM, también a sus economías y Estados de Derecho. Esto de por sí no tiene precedentes, en la peor de las anteriores crisis a las que se ha enfrentado la Unión Europea, no ha tenido que defenderse en tantos frentes, sobretodo en algunos que son prácticamente inexplorados. Y es que parte de riesgo que supone esta crisis para la UE procede del hecho de que nos hallemos ante una crisis sanitaria.

Las instituciones de la UE no tienen manera de afrontar una crisis sanitaria, el Derecho Originario no le atribuye a la Unión competencia alguna en materia de sanidad, más allá de coordinar, apoyar o complementar las acciones de los EEMM en materia de protección y mejora de la salud humana (artículo 6 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea). Esto tiene una consecuencia  implícita respecto al papel de la UE ante la crisis, el COVID-19 no se ve ni se ha visto como una responsabilidad de la UE, sino de los Gobiernos de los EEMM.

En esta crisis el papel de la UE es de apoyo económico y político a la crisis interna. La UE debe proveer en tiempos de necesidad, mientras que las autoridades nacionales se encargan de arreglar el problema.  Y es que, definitivamente, la UE provee: el Banco central europeo ha iniciado un proyecto compra masiva de deuda sin precedentes, a la vez que se han activado los fondos del Instrumento de Ayuda de Emergencia, de rescEU y los fondos adicionales para el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades. Pero cuando la UE no provea, habrá problemas.

Esta es básicamente la situación, y no es algo aislado, se enmarca en el fuerte golpe al proceso globalizador que está suponiendo a nivel global la crisis del Coronavirus. En un mundo globalizado en el que los nacionalismos y populismos buscan excusas para cuestionar el papel de las instituciones supranacionales en el orden mundial, el Coronavirus ha sido una herramienta muy útil para su consolidación.

En un mundo globalizado en el que los nacionalismos y populismos buscan excusas para cuestionar el papel de las instituciones supranacionales en el orden mundial, el Coronavirus ha sido una herramienta muy útil para ellos.

Podemos decir que, a nivel global, existen dos perspectivas respecto a la interpretación de las Relaciones Internacionales y la forma en la que afrontar la pandemia: la primera es la que defiende oficialmente la Unión Europea y cuyo principal baluarte es Alemania y Angela Merkel -país y líder que lo están defendiendo de forma más vehemente-, la perspectiva de la cooperación y solidaridad. Se entiende que ante una crisis global es precisa una actuación global, se defienden las instituciones de gobernanza internacional y el papel de las Organizaciones Internacionales como esenciales para afrontar la crisis.

La segunda es la defendida por Estados dirigidos por Gobiernos nacionalistas o populistas, siendo el mejor ejemplo del mismo los EEUU y su Presidente Donald Trump, sin olvidar otros como el Brasil de Bolsonaro. Esta perspectiva tiene en cuenta que la única manera de afrontar al virus es mediante las instituciones de los propios Estados. No tienen sentido las acciones de cooperación y solidaridad dado que la prioridad absoluta es solucionar la situación dentro de sus fronteras y se protesta por la ineficacia de la cooperación internacional para lograr dicho fin.

Precisamente aquí entra el segundo motivo por el que puede que el coronavirus suponga el fin de la UE tal y lo conocemos, el nacionalismo. Esta última perspectiva nacional-populista es la que supone un peligro para la UE, ya que existe una directa incompatibilidad entre la UE y esta forma nacionalista de entender (o no entender) las Relaciones Internacionales:

El nacionalismo reivindica el Estado-nación. La ideología nacionalista se centra en la cuestión de la soberanía, de la reivindicación de la identidad nacional se deriva inexorablemente la reivindicación del poder de la nación, el poder del Estado. Este poder del Estado debe residir en la soberanía nacional (entendida esta de una forma más o menos democrática), razón por la que los primeros reinos nacionales surgieron del abandono de la poliarquía medieval y el universalismo de la Iglesia.

El nacionalismo ha servido para la delimitación de un territorio como soberano y propio, en competencia con el exterior. Así nace el conflicto nacionalista entre varios agentes que compiten por ejercer la soberanía por un territorio y, en tanto que se produce una identificación del individuo con su nación se produce un deseo de unidad nacional. Se pretende la nación unificada con poder unificado. Es por esto que se califican a los movimientos como “antiglobalización”, dado que la globalización consigue la comunicación entre los pueblos de la tierra y la creación de la “sociedad global” se dota al individuo de una serie nueva de influencias, externas a su nación.

Esto erosiona la identidad nacional, ya que los elementos nacionales, progresivamente se ven sustituidos por otros provenientes de fuera. El nacionalismo responde ante esto rechazando las influencias exteriores y reivindicando la propia nación y los elementos nacionales, reforzando la identificación del individuo con su nación. Es entonces, precisamente debido a este carácter “antiglobalizador” de los nacionalismos, que existe una directa y flagrante incompatibilidad entre la Unión Europea y las ideologías nacionalistas.

La cesión de competencias que se produce en la Unión Europea es el principal problema que los nacionalistas tienen con la UE, ya que se interpreta como un atentado a la soberanía de los Estados, además de ser la principal razón por la que consideramos incompatible la UE con las ideologías nacionalistas, y la razón de esto, se remonta a los orígenes del Estado-nación y del nacionalismo.

El nacionalismo pretende y busca la consolidación del Estado-nación, ansía la unificación del poder y centralización en la unidad nacional. Pretensión que procede del origen del Estado-nación, que, como hemos dicho, nace con el fin de la poliarquía y la universalidad de la Iglesia. Igual que el Estado-nación procede del rechazo moderno de cualquier soberanía externa a su territorio o pueblo, los nacionalistas contemporáneos rechazan la soberanía externa a su territorio y externa a su pueblo. He ahí el problema que los nacionalismos tienen con la UE, es una soberanía que vulnera el principio de “únicamente aceptar soberanía interna” sobre el que se fundamenta el Estado-nación desde sus orígenes.

Antes hemos dicho que “los nacionalismos y populismos buscan excusas para cuestionar el papel de las instituciones supranacionales en el orden mundial”, y es que, igual que con la UE, las instituciones supranacionales en general son cuestionadas por los nacionalistas precisamente porque son una amenaza a la soberanía única y centralizada del Estado, sobretodo cuando el Estado instrumentaliza la “verdad”:

“Los nacionalismos y populismos buscan excusas para cuestionar el papel de las instituciones supranacionales en el orden mundial”

Como expuse en mi anterior artículo, “hoy nos enfrentamos a una crisis sin precedentes en la que, para proteger a las personas, es necesaria la intervención estatal de forma profunda, y van a ser en aquellos países donde se ha intentado que el Estado tenga una menor intervención en la vida de los individuos donde más se va a sufrir las consecuencias del virus. En muchos lugares, el Estado ha asumido un papel que no lo ha tenido nunca, y la historia nos enseña que le va a costar renunciar a él.”

La mayor intervención del Estado puede tener muchas dimensiones. En el ejemplo citado, me refería a un punto de vista económico, dado que los mercados iban a sufrir, solo la intervención contundente de los Gobiernos para crear “escudos sociales” para sus ciudadanos y empresas podría prevenir una gran catástrofe económica y social: el mercado no podrá salvarlos porque el mercado está cerrado. La otra dimensión que no debemos olvidar es la política y jurídica.

Aquí entra en juego la narrativa de los políticos populistas ante el virus, es decir, un discurso político populista en una situación de crisis sin precedentes cala con mucha más profundidad que en cualquier otro momento. Este tipo de discursos suelen ser de carácter vitalista y usan un lenguaje bélico, son más emocionales que emocionantes y generan divisiones, se crean dicotomías que no tiene por qué existir (entre las vidas de las personas y la economía, entre lo que dice el Gobierno y lo que dicen los científicos).

Ver: Polonia, en el punto de mira de la opinión pública.

Podemos ver ejemplos notables de esto mismo en EEUU, donde ciertos grupos calificaron a las ordenes de confinamiento como ataques a la libertad y a la democracia”. De hecho, el mismo Presidente Trump apoyó estas opiniones. El peligro viene del siguiente paso de esta radicalización del discurso político, que es el monopolio de la verdad. Cuando nos enfrentamos a una amenaza de esta envergadura y las acciones del Gobierno empiezan a ser llamadas salvadoras, cuando la narrativa vitalista identifica con la muerte la oposición al Estado y al Estado con la vida se cae en la peligrosa situación en el que el Estado  obtiene el monopolio de la verdad.

Cuando nos enfrentamos a una amenaza de esta envergadura y las acciones del Gobierno empiezan a ser llamadas salvadoras, cuando la narrativa vitalista identifica con la muerte la oposición al Estado y al Estado con la vida se cae en la peligrosa situación en el que el Estado  obtiene el monopolio de la verdad

Respecto del monopolio de la verdad podemos sustituir la palabra “Estado” por la palabra “Líder” o “Partido”, pues no es necesario que el populismo se haya asentado en las instituciones del Estado para hacer este tipo de discursos, ahora bien, este discurso no tiene las mismas consecuencias para la población. De aquí nace la narrativa anti UE de los populistas. La UE puede ser un opositor de la “verdad” del Estado, ya que no está sujeta a su control. Y estos movimientos y opiniones nacionalpopulistas están confluyendo ahora mismo en la UE más que nunca antes. Esto se debe en buena manera  a las crisis que ha sufrido antes la UE, que han llevado a muchas personas a desconfiar de ella.

Antes de preguntarnos hasta que punto la UE puede desaparecer es pertinente que echemos un vistazo a un ejemplo de algo parecido, el Brexit. En un análisis de los movimientos políticos tras el Brexit podemos observar como el discurso nacionalista y populista de los “brexiters” promovido por un partido claramente nacionalista, el UKIP y liderado por políticos populistas, como Boris Johnson, entonces alcalde de Londres, ahora Primer Ministro (directamente influenciado por Donald Trump), bastó para una victoria del “leave” en el referéndum de 2016 (recomiendo a todos los lectores ver el documental dramatizado Brexit: The Uncivil War, producido por HBO). Es bien cierto que los “brexiters” contaban con la tradicional desconfianza de Londres hacia Bruselas pero, con las circunstancias actuales, seguramente esto no sea necesario para provocar un “frexit”, “spexit”, “gerxit”, etc.

Siendo pragmáticos, es prácticamente imposible que tras esta crisis de repente se desintegre la UE: si realmente se acaba por desintegrar será a través de un lento proceso, dado que no se puede destruir un proceso tan meticulosamente paulatino como el de la unificación europea en un solo golpe, y será a través de un proceso también doloroso, debido a la profunda implementación de la UE, su Derecho e instituciones en los Estados miembros.

Realmente es una posibilidad más que factible que en el futuro medio-lejano, no tengamos una Unión Europea. El que suceda solo va a determinarlo la imagen que los europeos tengan de la Unión. Y es que la UE tiene que hacer sus deberes, se le acusa de una falta de democracia y de una Unión económica con fallos estructurales, ya que tenemos una unión monetaria, pero no una unión fiscal. Ahora es el momento de mostrar a sus ciudadanos que pueden confiar en ella. ¿El fin? Ya veremos.

Finalmente, quiero remitirme a algo que dije muy al principio: es muy fácil vaticinar el fin de la UE. Es una Organización Internacional sin precedentes y única en el mundo. Teniendo en cuenta la estructura tradicional del Estado-nación, parece un milagro que un proceso que durante siglos ha estado intentando consolidar en el Estado toda soberanía, de repente (aunque no sin razones), dé marcha atrás tras la Segunda Guerra Mundial para ceder sus competencias y delegarlas en un poder central.

Esta voluntad de unificación entre los europeos no se sacude fácilmente, la historia lo ha demostrado, pero no es tarea imposible. El Brexit ha sido un golpe mortal a la inquebrantable “ley histórica” que según Kant llevaría a la unificación de toda Europa bajo un solo Gobierno, y después a la del mundo. Pero no fue un golpe mortal a la UE, la pregunta es, ¿lo será el COVID-19? O, mejor dicho, ¿lo será el populismo y el nacionalismo?

¿Necesitas más información sobre la Unión Europea?  Reúnete con un consultor de RRYP.

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