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¿Son posibles las uniones fiscales?

Las uniones fiscales pueden adoptar diferentes formas y grados de integración, que van desde acuerdos fiscales limitados hasta una completa armonización de políticas fiscales.

Algunas características comunes de las uniones fiscales incluyen:

  1. Armonización fiscal: Las entidades participantes acuerdan adoptar políticas fiscales comunes o similares en áreas como impuestos sobre la renta, impuestos sobre el valor añadido (IVA), impuestos sobre sociedades, entre otros.
  2. Libre circulación de bienes, servicios y personas: Dentro de una unión fiscal, suele existir una libre circulación de bienes, servicios y personas, lo que facilita el comercio y la movilidad laboral entre las entidades participantes.
  3. Coordinación de políticas económicas: Las entidades en una unión fiscal pueden coordinar políticas económicas más amplias, como políticas monetarias, fiscales y de empleo, para promover la estabilidad económica y el crecimiento dentro de la unión.
  4. Solidaridad fiscal: En algunos casos, las entidades en una unión fiscal acuerdan compartir los ingresos fiscales y los gastos de manera equitativa, con el fin de promover la cohesión económica y social entre las regiones menos desarrolladas y las más desarrolladas.

Las uniones fiscales pueden tener varios objetivos, que van desde la promoción del comercio y la integración económica hasta la coordinación de políticas para abordar desafíos económicos y sociales comunes.

Sin embargo, también pueden plantear desafíos, como la pérdida de autonomía fiscal para los estados miembros y la necesidad de gestionar las diferencias económicas y fiscales entre las regiones participantes.

Aunque esta “recesión” que estamos experimentando era (y es) evitable con algo de cooperación internacional, no podemos esperar esta cooperación de los gobernantes electos actualmente.

Hasta que disipemos la niebla y se vaticine una solución alternativa, debemos prepararnos para lo peor. Pero ya nos quedamos sin botes salvavidas en la última crisis.

Las herramientas de nuestros bancos centrales (tipos de interés sobre todo) quedaron obsoletas al no haber diagnosticado correctamente la catástrofe de 2007.

Si no queremos ahogarnos, habrá que empezar a investigar nuevos medios. Y una unión fiscal parece prometedora.

Ha sido una petición realizada por los propios bancos centrales, que consideran que dejar todo el peso de incentivar la economía sobre ellos es excesivo.

La posibilidad de una unión fiscal es atractiva, ya que sus efectos para fomentar la economía son innegables.

Además, ofrecen una amplia gama de aplicaciones que especifican su uso, desde reducir o impulsar comportamientos concretos, hasta redistribuir la riqueza.

Contar con este apoyo ayudaría a los bancos centrales a recuperar los tipos de interés anteriores a la crisis, además de dar una oportunidad excelente para flexibilizar sus objetivos respecto a inflación, demasiado exigentes actualmente.

Con esta variedad de herramientas se podría garantizar una mayor estabilidad y sincronización, sobre todo en la Unión Europea, el caso más complejo.

Sin embargo, hay un cierto número de barreras que superar en el camino. Principalmente, el problema reside en que los regímenes fiscales son competencia de cada Estado.

Y esto tiene sentido, puesto que los tributos existentes en cada país van en función del comportamiento de sus ciudadanos.

Los hábitos de consumo, trabajo, inversión… etc., son distintos en las diferentes naciones debido a su área geográfica, su cultura, su economía y mucho más.

Además, los gobiernos deben cumplir con presupuestos y, en la mayoría de casos, lidiar con amplios niveles de endeudamiento.

Es sabido por todos que para ganar votos los partidos juegan con los tipos impositivos, pero serán incapaces de hacerlo si estos no están en su completo control.

Visto desde otra perspectiva, hay que recordar lo sucedido a los bancos centrales.

El hecho de que tuvieran que reducir los tipos de interés era de esperar y fue el motivo por el que se crearon en un principio.

Sin embargo, descontando la posible negligencia que hubiera en el BCE en la pasada crisis, el que los tipos de interés no se hayan recuperado doce años después es un problema grave.

Siendo imposible recurrir a estos tipos ahora, no nos queda más que mirar como una nueva crisis se nos echa encima.

Y la razón por la que no se han aumentado de nuevo en los pasados años es por el “sugar rush”.

Si esta situación se diese en el caso de los impuestos, la deuda de países deficitarios empeoraría peligrosamente en la primera crisis que afrontara este sistema.

Aunque se debe recordar de que habría apoyo por parte del banco central en forma de estímulos financieros.

En el caso de la Unión Europea, se prevé que, si sobrevive al test del tiempo, llegue a ser una unión fiscal, legal y finalmente, política.

Dentro de la misma hay diferencias económicas importantes entre regiones.

En algunos casos provoca reacciones diversas ante circunstancias problemáticas, como recesiones, que han sido por ese motivo muchos más graves en Grecia, España, Portugal e Irlanda, y tuvieron que apoyarse en otras naciones como Alemania y Francia para recuperarse.

En otras provoca enfrentamiento y hasta separatismo, como en Italia y España, ya que el hecho de que el cliente europeo este al norte de estos países genera concentración de industria y riqueza en el propio su norte geográfico, y con ello exigencias de independentismo (Cataluña en España, la Liga Norte en Italia).

Estas diferencias se podrían reducir con ayuda de un sistema fiscal central de esta agrupación de naciones.

No hay que olvidar, por otra parte, que la mayoría de crisis se pueden prevenir, y que surgen habitualmente por malas gestiones, como los erráticos aranceles de Trump.

Poco podrán hacer los bancos centrales o fiscalidades acordadas si los políticos no actúan de forma responsable.

El actual sistema es mejor que el pasado, que consistía en solo dejar caer a los que, por circunstancias concretas, no podían salvarse de las crisis. Pero se puede mejorar, y el camino empieza por agrupar nuestros sistemas fiscales.

Quizás deba ser un cambio gradual, como el de la rana en la olla de agua caliente, pero cuanto más se demore en el tiempo, más oportunidades perderemos, y más retos deberemos enfrentar en el proceso.

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