Elecciones estadounidenses
Con la campaña del Brexit vimos el nacimiento de una nueva forma de hacer política que más tarde Trump encarnó ferozmente hasta el día de hoy. Hablo sobre un nuevo populismo basado en el nacionalismo étnico.
Debemos diferenciar el nacionalismo “étnico” del “cívico”. Este último se refiere a la idea de sentirnos como ciudadanos, miembros de una misma nación, sin tener en cuenta el contexto cultural de cada individuo, pues son los derechos y deberes compartidos los que nos hacen miembros y no los “culturales” (religión, color de piel, orientación sexual, sexo).
El nacionalismo étnico es peligroso, ya que es muy fácil como individuo sentirse representado bajo su discurso. Se trata de una ideología que sostiene que tus antepasados, tu idioma, tu cultura, tradiciones, o color de piel determinan la identidad nacional a la que pertenecer. Es peligroso ya que, en el mundo globalizado en el que vivimos, muchos colectivos no se van a sentir miembros de esa identidad nacional, aunque compartan las mismas fronteras, los mismos impuestos o el mismo puesto de trabajo. Nuestra identidad se debe al cruce de genes, culturas y migraciones que se han sucedido a lo largo de la historia. Tener un ideal patriótico basado en un arraigo cultural o étnico, bajo mi punto de vista, además de ser muestra de xenofobia, es un mito. Es cierto que el ser humano es tribal, se organiza en grupos según sus afinidades y factores comunes, no obstante, el ser humano tiene la capacidad de cambiar sus grupos, integrar y expandir los mismos, o, por el contrario, cerrarlos (Sapolsky).
Ante una identidad nacional arraigada y étnica, el sociólogo Zygmunt Bauman propone una identidad anclada. Es decir, nuestra identidad debe estar sujeta al ancla de un barco que te mantiene dentro de tu nación como ciudadano, pero que te permite movilidad suficiente como para acercarte a nuevos constructos sociales. Esto hace de tu identidad un factor mutable e híbrido, que puede ir evolucionando y adaptando nuevos rasgos según nuestro barco se mueva. Bauman afirma que debemos reforzar el fenómeno cultural de lo híbrido como una virtud, un síntoma de riqueza cultural, como un signo de distinción más que como “inferioridad cultural” o una degradación que se deba condenar. La perpetuidad de un único sistema de valores y patrones de comportamiento es lo que muestra la inferioridad y privación sociocultural de los individuos. Podríamos relacionar la explicación de Bauman con la idea del cosmopolitismo.
Theresa May un día dijo: “Si tú te crees que eres ciudadano del mundo, la realidad es que eres ciudadano de ninguna parte”. Así bien fuimos testigos de cómo esta nueva forma de hacer discursos a favor del nacionalismo étnico tiene un mensaje claro: nuestra identidad nacional es esta, y si tú no la compartes, no eres patriota; se niega tu identidad como ciudadano. El ser “cosmopolita” es denigrado, se caricaturiza y se enfrenta desde este tipo de discursos que Trump pronuncia, y también Bolsonaro en Brasil, Santiago Abascal en España, Salvini en Italia, Marine Le Pen en Francia, Kast en Chile u Orban en Hungría. Este nuevo populismo nacionalista no es sólo un problema en Estados Unidos, sino que se extiende por el mundo con partidos del mismo corte ideológico de Steve Bannon (ex asesor de Donald Trump que se ha visto involucrado en diversas reuniones y foros con diversos partidos de extrema derecha en Europa).
Pero, ¿por qué surgen ahora estos discursos? Bajo mi punto de vista, nos encontramos en un momento histórico clave. Desde la caída del Muro de Berlín, el modelo liberal ha sido el ganador a lo largo de estos años y no le quedaban competidores, como reflejaba F. Fukuyama en su obra End of History. Incluso China sigue este modelo en términos económicos.
Sin embargo, en las últimas décadas, este sistema ha tendido hacia el neoliberalismo y las democracias occidentales sufren una crisis. Ahora, la movilidad social ha disminuido. La desigualdad perjudica el crecimiento de los ingresos de la clase obrera pero no el de los ricos. Como resultado: gente rica aún más rica y gente pobre aún más pobre. La clase media tiende a desaparecer.
Así bien, la gente ha comenzado a estar más polarizada políticamente. La gente entiende que no puede moverse socialmente y, como predijo Marx, nuestro sistema crea ganadores y perdedores. De hecho, la crítica marxista es muy actual, podemos verla presente en iniciativas como la plataforma Progressive International, que une, organiza y moviliza fuerzas progresistas detrás de una visión compartida de un mundo transformado.
También podemos reconocer a Marx en los discursos de estos nuevos populistas. Todos estos basan sus principales argumentos en los problemas identificados por el autor con respecto a las consecuencias del capitalismo, y cambian la historia para crear un enemigo al que culpar. ¿El enemigo es un sistema desigual que favorece a las grandes fortunas e impida el ascenso social? No. Para ellos, el enemigo común son las personas migrantes (pobres), el colectivo LGTBIQ +, las élites “cosmopolitas”, progresistas, feministas, civilizaciones enteras… En definitiva, cualquiera que no comparta su idea de “hacer patria”.
Estos discursos, ante una sociedad empobrecida y frustrada, hacen que el tribalismo coja mucha fuerza entre la opinión pública. Venden un Estado amenazado por un choque de civilizaciones, culturas e ideologías (como defendía Huntington). El tribalismo hace aún más difícil, bajo mi juicio, encontrar una solución al aumento de la desigualdad, el desempleo crónico y empleo precario, salarios estancados, el dominio de la élite y la brecha social, tanto en lo doméstico como internacionalmente. La gente ya no sabe qué creer, necesitan sentirse reconocidos, dentro de un grupo en el que se identifiquen. El ser humano es gregario. Algunos ciudadanos se levantan pidiendo un sistema en que termine la violencia estructural y la desigualdad. Otros se levantan contra los «outsiders», contribuyendo con el auge de este nuevo populismo.
En consecuencia, veo el mundo de hoy como un sistema basado en la teoría liberal de las Relaciones Internacionales que está cayendo en piezas. Ahora, hay una lucha entre un nuevo proyecto político progresista e internacionalista y otro nacionalista étnico. El primero cree en un cambio del modelo liberal clásico, siendo más consciente del desarrollo social, combinando esto con una forma sostenible de multilateralismo, buscando una gobernanza global que actúe de forma más efectiva ante los problemas que afectan a todas las naciones, como la cuestión climática o la gestión de salud global, que estamos necesitando actualmente ante la pandemia de la COVID-19. El segundo se basa en el realismo de las RRII de un mundo anárquico, hobbesiano e historicista. ¿Podríamos estar viviendo en medio de una lucha entre dos escenarios muy marcados mientras el liberalismo (como solíamos conocerlo) se está desmoronando?
Ahora bien, ¿por qué la opinión pública se está polarizando? Para responder esta cuestión, debemos tener en cuenta la importancia que tienen los medios y el modo de informarse que tenemos hoy en día. La propaganda siempre ha sido una forma efectiva de influir en la opinión pública. La presión social es una forma de cambiar el orden político. ¿Qué necesitan unos nuevos líderes que quieren cambiar el orden político? Propaganda.
Hoy en día es muy fácil conseguirlo de forma eficiente: redes sociales y noticias falsas. En nuestras redes sociales tendemos a la homogeneización del contenido. Si no nos interesa la ideología de alguien, no lo seguimos, si una persona opina diferente a mí, lo elimino del muro. Nuestros intereses vienen dados por algoritmos, los bots y anzuelos a páginas web con noticias falsas inundan nuestras redes y la sobreinformación nos hace desconfiar de qué es real y qué no. Conclusión: nos polarizamos. Y aquí reside la peligrosidad del asunto. Una sociedad polarizada y cada vez más enroscada en un tribalismo anacrónico, es un factor para la aparición de conflictos y de violencia.
Volvamos a Trump. Durante sus cuatro años en el gobierno, ha profundizado la brecha entre el real American y los seguidores de las coastal elites (Silicon Valley, estrellas de Hollywood, etc.). Esta brecha ha incrementado la violencia entre la lucha racial de grupos a favor del movimiento Black Lives Matter y grupos supremacistas blancos, como hemos sido testigos durante los últimos meses.
La campaña de este año ha estado marcada por la tensión entre dos bandos. Y un concepto ha salido a debate: la posibilidad de una nueva guerra civil. Las últimas estadísticas muestran la propensión de los estadounidenses a enfrentarse de forma violenta según los resultados electorales. Los datos muestran la sorprendente afinidad por salir a la calle de forma violenta si Trump resulta perdedor. Este líder se ha asegurado de deslegitimar el proceso electoral acusando de haberse cometido fraude, lo cual puede servir de licencia a estos grupos pro-Trump para salir a la calle. Algunos de estos grupos son considerados milicias formadas por policías, soldados y veteranos, es decir, personas con habilidad en el manejo de armas. Siguiendo las palabras textuales de Joe Klemm, líder de “Ridge Runners”, una nueva milicia:
Durante demasiado tiempo, hemos cedido un poco aquí y allá en aras de la paz. Pero os diré que la paz no es tan dulce. La vida no es tan cara. Prefiero morir que no vivir libre […] Seguimos la Constitución […] Vamos a hacer que esas personas nos vuelvan a temer. Deberíamos haber estado disparando hace mucho tiempo […]
Es esto lo que hace peligroso al populismo. Cómo se pueden combatir estos discursos es una cuestión complicada, no obstante, creo en el poder de una sociedad civil unida e informada. Pero, ¿cómo construimos nuestra opinión?¿Cuál es el origen de nuestras fuentes informativas?
Por un lado, apelar a las “emociones” en los discursos (miedo, ansiedad, odio, rencor, valor, coraje, etc.) provoca mayor propensión a la acción política de los individuos (Brader et al, 2008). Además, los grupos de interés (lobbys) y las preferencias de las empresas tienen una enorme influencia tanto en las elites políticas, como en los medios de comunicación o think tanks que, al fin y al cabo, son los que proporcionan la mayor parte de la información que consumimos (Jacobs & Benjamin, 2005). Es un círculo vicioso de grupos de interés que influyen en el mensaje de la élite política, que, a su vez, generan una opinión pública, que apoyan de forma partidista a la élite política y cuya información consumida viene influenciada por los mismos grupos de interés, y vuelta a empezar.
No obstante, la sociedad civil, de acuerdo con Kertzer y Zeitzoff (2017), es más reticente a la manipulación de la “élite” política de lo que se pensaba, aunque, por otro lado, no es inmune a la presión social a la hora de crear su opinión; de ahí el problema que presentan las redes sociales y las noticias falsas con respecto a la polarización de la opinión pública, que mencionaba anteriormente.
Por todo ello pienso en la importancia de la información contrastada e independiente y en la labor de educarnos en el pensamiento crítico. La influencia de la opinión pública sí puede generar cambios políticos. Hemos sido testigo de ello en Chile recientemente. Por este motivo creo que, para desmontar estos discursos peligrosos (que no abogan por acabar con las consecuencias negativas de la globalización, sino que las incrementan y las revierten hacia una división conflictiva de la sociedad), la clave reside en el esfuerzo individual de informarnos de forma independiente y abrir puentes de diálogo con quien piensa diferente, porque, aunque no se llegue a una posición común, el diálogo sirve para identificar los porqués de su modo de pensar. Pienso que es la única forma efectiva de romper el círculo vicioso de la desinformación, y la polarización de la sociedad.
¿Queremos un sistema multilateral de cooperación ya no sólo económica, sino también social, sostenible y respetuoso con los valores democráticos de libertad? O, por el contrario, ¿queremos un mundo en el que la desintegración multilateral nos revierta a unos Estados-nación con murallas muy altas, donde no se encuentre una diversidad cultural, la sociedad se encuentre polarizada, y los asuntos globales que nos afectan a todos, estemos en la frontera que estemos, sigan sin resolverse? Para responder a estas cuestiones, esperaremos a conocer las consecuencias, tanto en Estados Unidos como en el mundo, de los resultados de sus elecciones presidenciales.
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Graduada en Relaciones Internacionales, con mención en Política Exterior y de Seguridad, en la Universidad Loyola Andalucía. Realicé en 2019 una estancia académica de 6 meses en la Universidad Alberto Hurtado en Santiado de Chile, donde también fui voluntaria.